Prólogo.

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“Línea de emergencia, ¿le gustaría hablar con algún consejero en especial?” Lydia reprodujo esta frase al atender el teléfono, con su cálida voz característica y con suma concentración como era usual. Esta era la última llamada que atendería ya que su turno estaba por terminar, al igual que sus vacaciones.

Una respiración pesada se sintió al otro lado de la línea. -Hola. -Habló una voz masculina y seguido a eso soltó un gemido de dolor. -Lo siento… hice mal en llamar… -El muchacho, que a juzgar por su tono de voz, no tendría más de veintipocos años, se arrepintió rápidamente de haber llamado. Pero Lydia estaba entrenada y tenía experiencia lidiando con estos casos, por lo cual supo como manejar la situación.

-Para nada. Estoy aquí solamente para escuchar, no para juzgar. No tienes que explicarte, solo desahogate. -Respondió, haciendo todo lo posible para generar un clima de confianza con el chico. -Cuéntame por qué llamaste.

Un silencio se produjo en la línea, un silencio que siempre lograba carcomer los nervios de Lydia, aquellos quienes dudaban de hablar eran los más complicados; y vivían la situaciones más delicadas. -Mi familia… todo está horrible y es por mi culpa. Yo… arruiné todo y simplemente no puedo vivir con la culpa. -La voz del muchacho se quebró y sollozó.

Lydia tomó su lápiz y comenzó a tomar notas de aquello que le pareció importante. -¿Dónde estás? -preguntó.

-En mi cuarto. -Respondió él con la voz débil.

Lydia anotó. -¿Y qué estás haciendo?

El muchacho no respondió.

-¿Estás solo en tu casa? -Preguntó ella.

Él murmuró una afirmación. A continuación el sonido de pastillas chocando y rodando dentro de un frasco se oyó cerca, probablemente porque el chico lo sostenía y lo giraba frente a su cara. Esto le causó terror  a Lydia y provocó que comenzara a temblar, por lo que le hizo un gesto a su supervisora para que leyera las notas que había registrado mientras intentaba contener los nervios.

-¿Puedo saber tu nombre? -Él no respondió. -El mío es Lydia, y estoy aquí para lo que necesites. -Ella se presentó, como le aconsejaban hacer para establecer un vínculo de más confianza con la persona.

-¿Lydia? ¿Lydia Dominici? -exclamó el chico con la voz agobiada por el horror.

-¿Me conoces? Oh por Dios, yo te conozco… -afirmó ella, no muy convencida de reconocer al dueño de aquella voz llena de dolor, pero segura de que la había oído en alguna otra ocasión. Pero los ojos de su supervisora se abrieron como platos al presenciar aquel gran error y la llamada se cortó de inmediato.

El corazón de Lydia se detuvo y llevó las manos a su rostro al darse cuenta que por un desliz, rompió la regla más importante; y en consecuencia había perdido comunicación con aquel chico que desesperado había llamado por consuelo.

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