Prologo

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Hace muchos años el sol y la luna no eran dos astros solamente, ni solo una estrella y un satélite natural separados por miles de kilómetros, eran un mismo ser que iluminaba y daba vida al sistema solar en el que vivimos.
Este ser siempre contemplaba la tierra, le gustaba ver las relaciones entre sus habitantes, pero por sobre todas las cosas le daba mucha curiosidad eso que los humanos llamaban amor. Si bien como sol era el más importante del sistema, disfrutaba más de sus ratos como luna ya que podía observar al objeto de su interés con más detalle. En las noches, este ser, se entretenía viendo a los habitantes del planeta, algo que había hecho desde que el hombre existía, pero esta noche, esta noche fue diferente, porque fue la noche en que, por vez primera, la vio. Empezó a observarla ocasionalmente por las tardes cuando salía de su casa, justo cuando comenzaba a hacerse más presente en el cielo, en esa parte del globo, lo que las personas de aquel mundo llamaban luna.

Nombre, había algo que llamaban nombre y lo usaban para referirse a sí mismos y a las cosas, para identificarse y distinguirse. Él no tenía un nombre, todos sabían quién era él y él sabía quiénes eran todos. No precisaban nombres para entenderse, ni palabras tampoco, simplemente se sentían y se comunicaban de esa forma, una muy distinta a la que obviamente utilizaba la forma de vida que tenía en ese momento el planeta que a él tanto lo cautivaba. Aún no comprendía bien por qué le habían puesto dos nombres. En primer lugar era el mismo en dos formas diferentes, y en segundo lugar, en caso de ser necesario que lo nombraran de alguna forma, como aparentemente lo era, debería haber sido él mismo quién hubiera elegido sus nombres, después de todo se supone que así era como lo iba a llamar el resto de sus vidas, debería haber tenido derecho a elegir si quería que le dijeran Sol o Luna. Dos nombres diferentes como si fuera dos seres diferentes, ¿su hermano entonces cuantos tendría que tener en aquel planeta?, demasiados, después de todo había tomado variadas formas a lo largo de su existencia. Era un Sol también como él solo que en otro sistema. En este sistema, cuando se acercaba, tomaba la forma del planeta que los humanos llamaban Júpiter. Todos los seres de arriba trataban de evitar estar en la tierra porque era habitada por demasiadas almas, demasiados seres que se mezclarían consigo mismo y eso era algo que estaba prohibido, no solo porque podría usarse para influir en las personas sino porque tantas emociones juntas podrían corromperlos y empezarían a sentir cosas que ellos allí arriba jamás habían experimentado. Solo estaba permitido ir a la tierra si descendían en forma humana dejando arriba la mayor parte de sus poderes y únicamente por tiempo limitado.

Su nombre, no sabía ni entendía por que pero quería saber su nombre. La veía salir con chicos y algo dentro de él le decía que no era correcto, que sentir no era correcto y que eso que sentía no estaba bien. Se suponía que ellos no sentían, no de esa forma, y, sin embargo, no podía evitarlo; cada vez que la observaba, cada vez que la sentía en la distancia el universo  se detenía solo unos segundos, solo un instante, para permitirle apreciar esos momentos, momentos que eran robados y atesoraba, momentos en donde se suponía que tenía que ascender la luna y ocultarse el sol pero en cambio parecían suspendidos en el firmamento, moviéndose tan lentamente como jamás lo habían hecho antes, tan despacio que así pasaran mil años aun no se apreciaría su avance, solamente para no romper esa delicada magia que surgía cuando ella salía y volteaba su hermoso rostro al cielo y sonreía. Esa sonrisa era el motivo por el cual el universo se detenía cada atardecer unos segundos. Una sonrisa que empezó a desear que fuera suya.

Y así fue como inició, solo eso fue suficiente para que él se planteara la simple idea que había rechazado durante millones de años. Bajar.


Calix - El descenso de los dioses 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora