Capitulo 2

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Bajar. Jamás lo había hecho pero conocía, al igual que todos, como debía procederse y las reglas a considerar.

Si bien no era un proceso complicado ya que se trataba de percibirse en forma humana lo más importante era que el cuerpo tolerase la energía con la que planeaba ir, tenía que tener una cantidad necesaria para ir y volver varias veces y también para controlar todo arriba. El cuerpo debía cumplir ciertos requisitos para poder contener dicho poder. Hasta ese punto estaba todo bien, lo que más concentración requería eran sus recuerdos, millones de años de recuerdos almacenados en un cerebro casi humano, debía revisar que recuerdos le serian mas útiles y le ayudarían a desenvolverse en la tierra para ponerlos en la parte consiente de la memoria, el resto podía dejarla enlazada con la memoria general e ir adquiriéndolos de a poco en caso de precisarlos en su forma humana.

Su forma humana. Tomaría forma humana, bajaría y... ¿y luego qué?, no sabía que haría después, solo sabía que quería verla, quería observar esa sonrisa de cerca aunque fuera una sola vez en toda su existencia y para ello necesitaba un cuerpo.

Y un nombre. También precisaría un nombre, pero un nombre que el elegiría esta vez, sería su nombre, un nombre con el que se presentaría y, de esa forma, ella sabría que era él de quien hablaba cuando dijera ese nombre. Ella usaría ese nombre así que debía ser un buen nombre.

Calixto.

Bello. Así quería que ella lo encontrara. Así era como él la consideraba. Si, ese era un buen nombre y seria el suyo, estaba decidido.

Ahora que tenía un nombre revisaría todos los pasos a seguir y descendería por primera vez a la superficie de un planeta, uno habitado por millones de personas de las cuales solo ella importaba.


Anochecía en la parte de la tierra donde la joven estaba en ese momento así que el ser que había estado como sol hasta ese entonces tomo su forma de luna para deleitarse a gusto con su belleza. La puerta de la casa e la que él mantenía sus ilusiones se abrió, ahí estaba de nuevo, otra vez su ángel que miraba al cielo y sonreía a la luna. Le sonreía, sin saberlo, a él.

La chica tomo su bicicleta que estaba tirada sobre el pasto que crecía en el jardín y anduvo por la calle unas cuadras antes de tomar el camino del arroyo. Pedaleo con fuerza varios minutos hasta llegar a su destino.

Bajo de su medio de transporte y volvió a dejarla abandonada contra un árbol cercano. Caminó unos metros en bajada hasta detenerse al borde de la laguna, se descalzó, se sentó sobre una gran roca que sobresalía al borde y metió los pies en el agua.

Aun no terminaba de anochecer por completo, faltaban solo unos minutos para que ese último rayo de sol resplandeciera, como queriendo aletargar su inminente desaparición en el ocaso del día permaneciendo en el firmamento hasta el último instante, en rebeldía a la luna que venía a usurpar su trono y ese último brillo era lo que ella realmente esperaba mientras pensaba en la batalla que libraban los astros dos veces al día para decidir quién dominaba los cielos. Esa refulgencia era lo que la joven tanto ansiaba ver, el motivo por el cual estaba, en ese momento, en ese preciso lugar, para ver como todo se iluminaba y le permitía creer que todos esos libros fantásticos que había leído en algún momento de su vida, podían ser reales, que si eso que estaba viendo allí en ese instante era real, todo podía serlo, porque de la nada ese lugar se volvía mágico.

Entonces sucedió, el agua resplandeció y todo se ilumino de un brillo azul, ese azul tan perfecto.

- Si hubiera alguien con unos ojos de este color me perdería en ellos por siempre – fue el anhelo que aquella chica manifestó sin saber que su solitario momento estaba siendo observado por alguien más y que también había oído sus deseos.

Calix - El descenso de los dioses 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora