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Escarlata era el color de la sangre y escarlata el vestido que llevaba Jane en ese momento.
Ahí, parada tan majestuosa, pavoneando sus hazañas, había desafiado las reglas y había ganado, sus únicas armas fueron su cara inocente y esa dulce voz de ángel.
Los murmullos resonaban por todo el palacio, la comunidad estaba exaltada, eufórica.
—¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué en su coronación? — cuchicheo una mujer a otra.
—Le damos lo que se ha ganado, nuestra admiración y respeto, es digna de ser alabada.
—¿Es una broma? Ella no merece nada — dijo algo molesta, ella no la conocía en persona, pero al ser vampiro eso le afectaba.
Fijó la mirada sobre el ministro Morgan, su piel era íntegra y cremosa, aún conservaba ese rostro joven que era característico de cualquier vampiro.
—No hagas rabietas — le reprendió la otra mujer —. ¿Y por qué dices que no lo merece? Sin ser más que una mortal, terminó siendo reina de todos los vampiros, despojó a los Carrington de todo lo que eran y tenían, los engañó a ellos quien han tenido la corona en sus manos por milenios; eso es digno de admirar.
Volvió a ver a Jane. Ya coronada tenía una mirada fría, una actitud calculadora, ahí frente a todos ya no tenía que fingir.
—Siempre estará en la historia, marcada con sangre y dolor. Ella es el mayor error de los Carrington, siempre sufrirán por los recuerdos de haberla dejado entrar a su hogar
