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Harry se encontraba comiendo al lado de sus amigos, pensando en alguna idea para descubrir su escritor anónimo. Su amiga Perrie estaba sentada a su lado, comiendo cosas saludables para mantener su figura. Todos estaban metidos en sus asuntos, decidió levantarse por un pudín antes de que se acabaran.

Pero justo cuando se levantó, chocó con alguien. La comida de un chico castaño y bajito terminó esparcida en el suelo, miró al chico para disculparse, éste sólo veía toda su cacerola esparcida en el suelo, y su amado pudín totalmente regado. El rizado vio como sus ojos azules se aguaban y sus mejillas se tornaban rojas.

-Oh cielos, lo lamento tanto... no, no llores por favor, mira...-Harry se acercó donde uno de sus amigos que estaban distraídos hablando y tomó su pudín. -Ten, déjame comprarte otro almuerzo.

-No es necesario, y-yo...-contestó en chico limpiándose los ojos acuosos con la manga de la sudadera. -Y-Yo... no hace falta...

-No aceptaré un no como respuesta, anda, ten. -le extendió el pudín. El chico lo tomó con inseguridad.

-En serio lo siento pequeño, dime qué quieres, ¿una hamburguesa? ¿Emparedado? ¿Un perro caliente? Pide lo que sea.

-Y-Yo... quisiera el emparedado...-dijo tímido y el ojiverde hizo que lo acompañara para poder comprárselo.

-Aquí tienes. -dijo extendiéndole el emparedado.

Harry no pudo pasar por alto la tímida y hermosa sonrisa que el chico le dedicó. Sus pequeñas manos tomaron el pan mal preparado y lo miró a los ojos con las mejillas teñidas.

-Gracias Harry...

Y con eso se dio media vuelta y comenzó a caminar lejos de ahí.

El más alto no pudo evitar fruncir el ceño. ¿Cómo sabía su nombre?

Cartas de un escritor {L.S.}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora