Capítulo segundo.

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Las luces a los costados de la carretera pasaban rápidamente, formando pequeños puntos en la ventanilla. Debía llevar unas horas conduciendo, no llevaba la cuenta de cuantas exactamente.
Aún no podía procesar del todo lo que había vivido unas horas antes, me sentía extrañada de no ser capaz de sentirme mal, de no ser capaz de llorar, de sentir tristeza. Me negaba rotundamente a aceptar que mi padre ya no estuviese más, sentía que en cualquier momento mi teléfono se encenderia y la fotografía que nos habíamos hecho en un viaje a América se dejaría ver, le respondería la llamada y me regañaría por no haber llegado aún a casa, su preocupada voz al otro lado de la línea me respondería y sabría que el esta bien. Me mantenía en la pequeña ilusión de que la vida aún no escapaba de sus ojos.
Un bocinazo me sacó de mi ensimismamiento, mi vista se volvió al jeep que se encontraba en ese momento a mi costado. Con suma impaciencia baje el vidrio y saqué un poco mi cuerpo.
-¿Por qué no pasas por arriba? A ver si se te quita lo cabrón.- Grité con enfado.
-Pero que dama.- Respondió un palido rostro con lunares desde la otra ventanilla. Con pesadez y entornando los ojos apreté el acelerador y le mostré mi dedo corazón por la ventanilla al Jeep que se quedaba unos metros atrás.

Una señalización me indicó que debía tomar la pista derecha si quería dirigirme a las afueras de la ciudad. Con el volante aferrado a mis manos, y olvidando por completo mi tristeza, que en ese momento había sido apartada por un extraño sentimiento de molestia, giré rápidamente hacía la señalización y continúe conduciendo por las calles que tan conocidas se me hacían.

Estacioné junto a la parte trasera de un ostentoso audi, entorne los ojos por costumbre y me baje de mi querido Wrangler. Caminé rápidamente hasta la puerta principal de aquella blanca casa de dos plantas que se imponía frente a mi. El sentimiento de tristeza estaba volviendo a embriagarme, sentía mis ojos pesados y mi cuerpo dolorido, necesitaba dormir y despertar sabiendo que todo era un sueño, uno muy malo.

Inhalando pesadamente cerré mi mano en un puño y di leves golpes con ella a la alta puerta de madera. Logré distinguir unas voces debatiendo dentro de la casa, volvi a tomar una gran cantidad de aire mientras intentaba armarme de valor. Me sentía débil plantada allí, con el maquillaje corrido, el pelo desordenado y la ropa que había llevado a la entrevista sucia y desaliñada.
Mis manos comenzaron a temblar cuando el repiqueo de unos zapatos sonaron al otro costado de la puerta. Llevé mis manos con rapidez a mi cabello e intente dejarlo un poco más decente.
Estaba lo bastante ocupada con mi ropa cuando el sonido del picaporte me dió a entender que alguien había atendido, y con el pensamiento de escapar en mi mente levanté mi vista, topandome con unos claros ojos marrones y una desprolija cabellera castaña. Mi vista recorrió el cuerpo del chico frente a mi con el entrecejo fruncido, mi rostro debió haber dejado en claro mi disgusto por que al volver a fijar mi vista en el suyo, el se encontraba sonriendome con suficiencia.
-¿Ibas de camino al basurero?- Su ronca voz dejó un escalofrío en mi espalda. Cerré mis ojos con cansancio y exhale el aire que tenía acumulado.

-¿Donde esta Alessia?- Murmure con la mirada en mis pies, no tenía sentido discutir con él en estos momentos. Ya bastante tenía con sentir como las lágrimas amenazaban con desbordar de mis ojos.

-¿Siempre fuiste tan mal educada?- Sabía perfectamente por el tono de su voz que se encontraba haciendo una mueca. - Yo estoy bien, muchas gracias Ninette.- Recalcó la última palabra y chisteo sus dientes.

-Hazme el favor de llamarla.- Estaba preparándome mentalmente para gritarle si pensaba negarse.

-¿Te sucede algo?- Preguntó con curiosidad, su rostro había cambiado y ahora una mueca preocupada me devolvía la mirada. No había podido soportarlo, las lágrimas salían y se repartían por mi rostro.

-Alessia, ¡Alessia ven!- Comenzó a gritar mientras se acercaba a mi y me ayudaba a mantenerme en pie. No me había dado cuenta que mis piernas no estaban soportando mi peso hasta que sentí como su cuerpo me alzaba.

Toska.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora