Capítulo tercero.

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En algún momento de la noche me había logrado convencer a mi misma de que lo mejor era dormirme. Nos habíamos quedado horas sentados frente al televisor, sabía que mi madre y Keenan lo hacían para intentar que olvidase un poco todo lo que había pasado, para que fuera un poco más fácil aceptar la despedida de la persona que tanto había significado para mi.

Como ese día por la mañana, me desperté con la luz pegándome en los ojos, sin un golpeteo en mi puerta, sin la emoción que la entrevista de trabajo había plantado en mi cuerpo. La habitación no era la misma, no había una dulce voz llamando mi atención desde la planta inferior.
Con un suspiro me levanté, me acerqué hasta el mueble que adornaba la habitación y paseé mi vista por mi cuerpo, no llevaba más que una camiseta pero poco me importó al momento de abrir la puerta y bajar hacia la cocina.
Sentía el cansancio recorrer mi cuerpo, mi cabeza tenía un leve dolor que repiqueteaba en la coronilla, me sentía débil, como si estuviese a punto de caer en una gripe y no pudiera hacer nada al respecto.
Cerré mis ojos con cansancio en el momento que escuché los cubiertos moverse en la habitación frente a mi, se escuchaba el sonido que provocaba el fogón de la cocina prendido, sabía que debían estar preparando el desayuno sin siquiera mirar qué hora era.
Con un deje de entusiasmo crucé el umbral de la puerta, Keenan se encontraba en la mesa desayunando, mi madre estaba junto a la cocina preparando algo, y pese a que pasé mi vista por toda la cocina no encontré rastro alguno del esposo de mi madre.
—Buenos días, Hél.— Hice una mueca mirando a la mujer frente a mi, tomé el plato que ella me ofrecía y me senté junto a él castaño a desayunar.
Sentía la mirada de Keenan sobre mi cuerpo mientras terminaba mi desayuno, ninguno había dicho una palabra en lo que llevaba de la mañana y no me sorprendía, no había querido esperar un cambio de actitud de su parte, tampoco la quería, no quería sentir la lástima de nadie sobre mi.
Nick no se apareció en todo el día, el sol ya estaba cayendo y yo aún seguía con mi pijama, no había sido capaz de levantarme de la cama y no me sorprendió cuando mi madre entró en la habitación sin tocar la puerta. Llevaba un vestido negro, mi mirada se centró en este mientras mi ceño se fruncía, sabía perfectamente qué significaba aquello pero no quería aceptarlo.
—Hélène, debes ir, él querría que lo hicieras.— Su voz retumbó en un intento de calidez, se sentó a los pies de la cama mirándome.
Sabía que debía ir, pero las despedidas nunca habían sido fáciles para mi, siempre había sentido un odio y una repulsión hacia ellas, y no creía soportar ver a mi padre en un ataúd.
Con desgana cerré mis ojos y dejé escapar todo el oxígeno que había retenido sin darme cuenta, necesitaba despedirme de mi padre, necesitaba decirle que no lo culpaba por haber entrado en ese mundo de mierda, necesitaba decirle cuánto lo iba a extrañar.
Mi madre salió de la habitación en el momento que quité el cobertor de mi cuerpo, debía darme una ducha antes de vestirme.

Supuse que mi madre había logrado organizar todo cuando llegué y estaban todos sus amigos junto al rectángulo de madera que debía mantener a mi padre dentro. Los rostros se me hacían familiares, pero estaba tan perdida que solo pude asentir con la cabeza cada vez que alguien se acercaba a saludarme.
Había un hombre hablando en el momento que llegamos, estaba todo rodeado de césped y aunque el día brillaba, mi ánimo no hacia más que empeorar.
Tenía mi mirada fija en el césped húmedo, prestándole atención a las gotitas que saltaban de este cuando mi pie se movía por encima de los hilos verdes, no me di cuenta que me estaban hablando hasta que sentí un brazo remover mi cuerpo y al alzar la vista, como la atención de todos estar sobre mi.
Sabía exactamente qué era lo que esperaban, pero no estaba segura de que fuese lo suficientemente fuerte para plantarme frente a todos y decir todo lo que me quedaba sobre la mejor persona que había conocido.
—Dios te llevó en el momento menos esperado y sin previo aviso, te llevó cuando yo estaba empezando a madurar, cuando mi adolescencia estaba terminando, cuando mi vida empezaba a ser aún más feliz. Tu partida no me dio tiempo a poder despedirme de ti, tenía tantas cosas por decirte, tanto por agradecerte.— Relamí mis labios, no podía apartar mi vista del ataúd, sentía las lágrimas picar en mis ojos. —A veces, por las noches sueño en despertar y que estás ahí, acompañándome, aconsejándome, cuidándome...
En ocasiones también me enojo contigo, por haberme abandonado. Sin importar la edad de una persona, ante la muerte de su padre aflora el sentimiento del niño que siempre se fue en su presencia. Agradezco cada regaño de tu parte, cada abrazo, cada vez que entraste en mi habitación a calmar mi llanto, cada vez que encendiste la luz por qué aunque tenía más de 15, aún le temía a la oscuridad. Cada vez que me dijiste que todo iba a estar bien, aunque sentía que mi mundo se estaba derrumbando. Y ahora me doy cuenta que nunca lo hizo, por qué tú eras mi mundo, papá. —Mi voz se entrecortó al hablarle, sentía como las lágrimas caían por mis mejillas y no estaba segura de que quisiera quitarlas de ahí.— Mi esperanza es: que confío en convertirme en una persona íntegra, capaz de conocer sus capacidades y de aceptar su errores, de aportar algo a la vida, de guiar con el ejemplo adecuado a mis hijos tal como tú lo hiciste conmigo. De vivir mi vida lo mejor que pueda y que algún día alguien me honre en mi recuerdo, como aquí lo hago contigo hoy.—

No lo soporté más, sentí unos brazos aferrar mi cuerpo y sin siquiera darme cuenta quien era, me volteé y me aferré a él, por que necesitaba aferrarme a algo, necesitaba sentir el calor que emana un cuerpo cuando está vivo, necesitaba sentirme viva. ¿Qué haces cuando tu mundo se derrumba? ¿Cuando no concibes un futuro si no es junto a la persona que está tendida en un trozo de madera? Tienes fé, y te aferras, te aferras a cualquier esperanza de vida que pueda ayudarte a sentir algo más que la opresión en tu pecho, que pueda ayudarte a salir de donde tus propias culpas te llevan.

No me sentía viva en ese momento, era como si mi cuerpo y mi cerebro estuviesen desconectados de mi corazón, como si la pena que sentía fuera tan grande que me estaba ahogando por dentro. Mis piernas funcionaban por sí mismas, no supe en qué momento había terminado la ceremonia, ni mucho menos como había llegado a la orilla de la tumba de mi padre.

—Hél, debemos irnos, tienes que descansar algo, no puedes seguir así.—

Sabía que me hablaban a mi, pero mi cerebro no lograba procesar una respuesta adecuada para el chico. Entendía perfectamente que Keenan intentaba comportarse mejor conmigo, después de todo, yo habría hecho lo mismo por él.

—¿Quién es la chica que estaba contigo en la foto, Keenan?—

Mi mirada seguía fija en la tumba, pasé mis dedos por la inscripción que tenía. No esperaba que él me respondiera, pero me sorprendió que se sentara junto a mi en el césped y me acercara a su pecho.

—No tienes que hablar de eso si no quieres.— Acoté en el momento que noté que la tristeza había abordado su rostro. Sabía perfectamente que había pasado con ella, o podía darme una idea. Algo malo le había pasado, si no él no tendría una foto de ambos en su habitación.

—No, está bien, creo que te ayudará.— Apoyó su cabeza sobre la mía antes de seguir. —Murió hace unos años, hace 2 para ser exacto. Fue un accidente, había bebido mucho, ella estaba drogada, no sentí la velocidad de la motocicleta y mucho menos noté el rojo del semáforo.—

Negué con la cabeza, no quería que siguiera hablando, le entendía perfectamente y agradecía que él estuviera junto a mi, pese a que nuestra relación nunca había sido la mejor, sabía que podía contar con él cuando no me quedaba nada más.

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⏰ Última actualización: Feb 02, 2018 ⏰

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