CAPITULO 2

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Pareciera que el dolor solo es motivo para hundirse en la misma miseria. Bueno así lo había tomado Albert Vivaldi que tras haber rechazado muchos intentos de Elizabeth para que saliera de sus habitación, decidió mejor encarcelarse el mismo, para poder llorar huida de su amada de la tierra. Pasaron los días y Elizabeth se rindió de intentar, ella prefería pasar sus tardes en aquella banca leyendo o conversando con Carlo. El chico desde el primer día que hablaron no había dejado de visitar aquel lugar solo para conversar con la chica de los libros románticos.

-Entonces –Se atrevió a decir Elizabeth -¿tu heredaras la panadería? –le pregunto al chico.

Ya hace quince días después de su primer encuentro, ellos permanecían conversando como la primera vez. Elizabeth no sabía que eran, ya que todavía se trataban como desconocidos aunque ya supieran mucho de la vida de cada uno, ella no sabía si eran amigos o solo se daban compañía cada tarde, ya que él nunca cambiaba su forma de dirigirse hacia Elizabeth.

-Así es –Respondió Carlo, él se encontraba sentado en el fresco pasto, en posición de loto, mientras ella se encontraba en aquella banca de madera sosteniendo su preciado libro.

-Dime –se dirigió ella –En todos estos días me has tratado muy formalmente, aunque yo te haya pedido que no lo hicieras –le reprocho Elizabeth, pero siempre con una sonrisa.

-Me ha de disculpar –respondió –pero creo que es muy indebido, que yo siendo solo un campesino, la trate a usted señorita como si fuéramos iguales.

-¿Tienes ojos? –Pregunto Elizabeth, a lo que Carlo quedo confundido con su pregunta.

-Si –le respondió.

-¿Tienes una boca?

-Si.

-¿tienes piernas, manos, cabeza y orejas?

El chico había quedado más que confundido por la señorita de los libros.

-Si –le contesto el con un poco de duda en sus palabras.

-Entonces yo no veo la diferencia –le dijo ella con alegría y euforia – Nosotros dos somos dos seres humanos, porque no tratarnos de la misma manera, tú ves, yo veo, tú hablas, yo hablo, tu oyes, yo oigo.

-No me refería a eso señorita – le dijo el con un tono divertido en su voz, gracias a las ocurrencias de Elizabeth para demostrar que son iguales.

-Bueno –dijo Elizabeth. –yo no quiero que pienses que soy más que tú, yo, y precisamente yo creo en la igualdad de clases sociales.

-Entonces, usted ha de ser la primera que piensa así en esta ciudad. –dijo el, con un brillo especial en sus ojos.

-Pues eso es bueno, ¿no?

-Muy bueno –le respondió Carlo, con una sonrisa plasmada en su rostro igual o más grande que la de Elizabeth.

Él se levantó del pasto, y decidió sentarse al lado de Elizabeth.

-Si profano con mi indigna mano este sagrado sacramento, pecado de amor será – pronunció Carlo en tono dulce.

Carlo acerco la palma de su mano hacia la mejilla e su señorita de los libros, se acercó más a ella y le robo su primer roce de labios, sellando aquellas palabras con un beso que podía hacer justicia a todas aquellas frases que un día William Shakespeare plasmo en sus libros. Se separó de ella para poder ver las bellas expresiones de su rostro.

-Esas palabras –dijo ella con un rubor indescriptible en su rostro. –Son de Romeo y Julieta –dijo ella entrecortadamente, ya que su respiración era irregular y sus latidos se podrían escuchar hasta la India Occidental o como se llamaba el nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, América.

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⏰ Última actualización: Aug 05, 2015 ⏰

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