La tercer ronda de vodka pasaba por delante mío, y allí se quedaba para acompañarme en mi ahogo. Sí, me estaba hundiendo en litros y litros de alcohol, y las duras penas que me afligian no le hacían justicia a aquello. El dueño de aquel viejo bar atestado de gente como yo, se acercó a mi para pedirme amablemente que me retirara del lugar. No fue precisamente porque no le agradara, o porque estaba infringiendo alguna norma, sino que aquel hombre me conocía desde pequeño y, de cierta manera, se preocupaba por mi.
—Es muy tarde, Duff. Los empleados me han dicho que llevas más de cinco horas aquí. Creo que ya has bebido lo suficiente. — dijo en un tono serio, que de cierta manera me advertía sobre como debía actuar.
—Estoy bien. Gracias por preocuparte, pero aún no quiero irme de aquí. Yo... Ni siquiera he bebido tanto.
—Te lo estoy pidiendo de la mejor manera. Sé que no te encuentras bien. No cualquiera se bebe cuatro cervezas y toda una botella de vodka estando en buen estado de ánimo. Soy el dueño de este lugar, ¿lo olvidas? Más de veinte años socializando con diferentes tipos de personas que encuentran este lugar como una especie de escapatoria.
—¿Por qué quieres que me vaya, viejo? No estoy generando problemas, ni...
—No es por eso, Duff. Vamos. Tu familia debe estar muy preocupada por tí. Estoy seguro de que tu mujer se encuentra parada frente a la ventana esperando que regreses porque aún no tene noticias tuyas. —agaché la cabeza imaginandome aquella situación. Él alejó el trago de mí y me tomó del brazo obligandome disimuladamente a bajar del banco donde estaba sentado.
—No puedo volver. —me puse firme.
—¿Por qué no? ¿Ustedes ya no están más juntos?
—Ellos.... —sentí una especie de presión en mi garganta que me dificultaba continuar hablando. —Es mi culpa... —volví a sentarme. Con los codos apoyados encima de la barra, cubrí mi rostro con ambas manos mientras el inevitable llanto me desbordaba. Estaba destrozado y a la vez furioso conmigo mismo. Sentía odio hacia mí. Era el maldito culpable de haber perdido todo lo que más amaba, y todo por el maldito capricho de mantener mi orgullo en lo más alto.
—¿Qué hiciste esta vez? —preguntó él en un tono gracioso, y es que me conocía muy bien.
—Lo arruiné. Ésta vez lo arruiné por completo. —afirmé ahora un poco mas calmado. —Puse a mi familia en peligro al ser tan terco y creer que podría solucionar las cosas pidiendo prestado dinero a un maldito mafioso. Ellos se los llevaron... ¡Maldición! —di un fuerte golpe encima de la barra de madera con ambas manos. —¡Necesito hacer algo y no sé
por donde demonios comenzar! —su rostro cambió a una apariencia más preocupada aún.
—¿Cómo que...? ¿Qué has hecho?
—Últimamente teníamos muchos problemas. La fábrica perdió personal. Me quedé sin empleo y las deudas no tardaron en aparecer. No fue con mala intención. Ibamos a perder la casa y... No podía permitir que mi familia acabe en la calle. Steven me recomendó a un tipo que... Bueno, hace prestamos y luego tú le devuelves como puedes el dinero. Pero ellos no me dijeron que debería pagarles diez veces más el monto que recibí como préstamo. Así que...
—¡Dios mío, Duff! —exclamó. —¡¿Como pudiste ser tan idiota y confiar en esas personas?! Yo pude haberte ayudado.
—Es tarde...
Conocí a Michelle hace exactamente cuatro años. Mi vida dió un rotundo giro desde aquella tarde en la que regresaba de trabajar en bicicleta y aquella joven de cabello ondulado se atravesó en mi camino, provocando una especie de accidente, en donde ambos acabamos encima del pavimento. En cuanto pude componerme de la caída, me fue inevitable prestarle atención e intentar ayudarla a ponerse de pie, pensaba que tal vez había sido mi culpa, pero la realidad era que ella fue quien cruzó la calle sin mirar.