Capítulo 2: Invisible...

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El sol se escondía en Moon dando pasó a la fría noche
Naia tenía muchos años de no saber nada de Noah, cuando de repente está allí de frente a ella en medio de la madrugada, pero la realidad fue bastante cruel y el dolor en el corazón de la chica se hizo más grande con cada minuto que pasaba. Pronto sería la hora de cenar, por lo que se levantó de su cama y se dirigió a la cocina. Luego del desayuno no había salido más de su cuarto. No quería mirarlo, le generaba temor el no saber cómo acercársele. 
Noah, por su lado, se encontraba recostado en su cama, mirando al techo en silencio, mientras Alan estaba abajo. Escuchó unos pasos subiendo las escaleras, por lo que se sentó en la cama para esperar. Observó un corto tiempo hasta la aparición de su madre.
—Aquí estabas, cariño —habló la mujer, entrando en la habitación dispuesta a tomar asiento al lado de su hijo.
Él le regaló una sonrisa cálida, que logró suplir su silencio, y le abrió un espacio en el borde de la cama.
—¿Podrías hacer algo por mí? —preguntó ella con voz suave.
Noah asintió y le sonrió de nuevo, se sentía aliviado de haber salido de aquella ciudad y haber regresado. Sin embargo, no se sentía capaz de liberar las palabras atoradas en su garganta o de mantener a salvo lo que restaba de su familia. La gran deuda que había acumulado con su madre, no le permitía negarse, aunque fuera consciente de los riegos en el simple acto de salir.
— Necesito que acompañes a Naia a comprar algunas cosas. Ella está en la cocina.
Noah aceptó con un movimiento de cabeza. Su madre se retiró con algo de decepción ante la manera robótica de actuar de Noah.
Estaba algo nervioso de acercarse a la chica, no la recordaba y eso provocó lágrimas en ella, se sintió mal por eso. Él no olvida a las personas por gusto, era algo que le disgustaba mucho, le causaba mal humor.
Se puso un abrigo y bajó. Cuando pasó por la sala de estar, Alan lo miró expectante desde el sillón, pero no dijo nada. Llegó al umbral de la cocina y desde allí presto atención a la chica por unos segundos antes de hablarle.
Llevaba atado su cabello en una coleta y su rostro se miraba enrojecido por el calor de la estufa. Pensaba que era una lástima considerarla una desconocida.
—Hola —dijo casual.
El corazón de Naia dio un pequeño salto de emoción al escucharlo, ¡Había venido a hablarle! Ella alzó su mirada y encontró al joven de cabello y ojos café listo para salir, se veía atractivo a pesar de los golpes y cicatrices.
—Noah…
—Naia, mi madre me pidió que te acompañara a comprar algo. ¿Estás lista? —cuestionó el chico sin muchos ánimos.
La chica de los ojos negros pensó por un instante que Noah había venido por su cuenta; algo de incredulidad se coló por su mente.
«Es mi culpa por elevar mis expectativas tanto» —consideró ella con algo de auto-reproche.
De seguro, él se sentía extraño con una extraña en su hogar, claro no era nada raro. Ella suspiró y se quitó el delantal, dejaría que Nath terminara la cena. Noah seguía prestando  atención a la chica tratando de guardar su rostro en su mente, en un intento inútil por convencerse de que no la olvidaría por segunda vez. Le parecía una chica agradable.
Una vez que ella pasó a su lado, él se dispuso a seguirla, al final era ella quien sabía a donde iban. Antes de salir notó algo.
—Hace frío, no deberías olvidar el abrigo. —le mencionó el chico preocupado. No le agradaba la idea de que Naia se enfermara.
«¿Por qué me preocupa?» —se cuestionó Noah, sin comprender el sentimiento que albergaba su corazón.
Tal vez su corazón recordará mejor que su cerebro. Se deshizo de ese pensamiento y siguió su camino.
Él llevaba las llaves del auto en su bolsillo, prefería conducir, aun así quiso preguntarle a ella primero. No quería incomodarla. Tal vez no estaba alegre de que él estuviera allí, no le había dirigido una sola palabra desde su llegada.
—Podemos ir en el auto o podríamos caminar —sugirió Noah cuando ambos salieron de la casa, dejando a sus espaldas una puerta cerrada y dos personas observándolos desde la ventana.
«¿Se supone que debo creer que no ha olvidado cómo conducir?» Fue lo que Naia inmediatamente consideró al escucharlo.
—Caminar no le hace daño a nadie —respondió ella ante el temor causado por la duda.
Ya decididos, comenzaron a caminar.
La entrada de la casa era bastante linda, un jardín lleno de flores coloridas y una entrada de adoquines que formaban dibujos vistos desde arriba. Para ser sinceros, el padre de Noah tenía varios negocios; se podría decir que era un hombre adinerado, por lo que su casa era bastante amplia y para algunos como Naia lujosa. Salieron de la propiedad y merodeaban por las aceras en los costados de las características calles adoquinadas de esa zona de la ciudad. Los árboles sembrados en mitad de las aceras formaban sombras en el suelo gracias al alumbrado.
Noah se sentía observado.
«¿Me habrán encontrado ya?, ¿qué haré si encuentran a mi familia? ¡Oh, Dios!»
Naia notó que el joven no se encontraba bien y le tocó el hombro derecho.
— Puedes decirme que ocurre, si quieres.
—Tal vez es solo que me gustaría ser invisible —Respondió el muchacho en un suspiro tratando de recobrar la compostura.
No tenía idea de a dónde iba, solo se movía siguiendo los pasos de Naia.
Deseaba pasar desapercibido y que nadie le mirase. Quería desaparecer de la faz de la tierra, pero cargaba con algo pesado; culpa, simplemente morir convertiría todo en un desperdicio.
Recordó que quería decirle algo a la chica.
—Me gustaría disculparme por no recordarte, ya verás, eso es algo incómodo…
—Sabía qué podría pasar, aunque en el fondo tenía la esperanza de que no fuera así. —Noah fue interrumpido por las palabras de Naia, quien ahora pensaba un poco en lo que podía pasar por la mente de él. Ella lo miraba con una sonrisa tratando de evitar hacerlo sentir mal.
— ¿Nos conocemos hace muchos años? —Preguntó algo dudoso.
Una pequeña sonrisa surcó el rostro de Naia, le alegraba saber que Noah no había cambiado tanto y que se interesaba por conocerse.
Nadie nunca intentaba comprender lo difícil de saber quién eres cuando no tienes recuerdos. Caminaban juntos como no lo hicieron por años. Noah no comprendía por qué se sentía tan cómodo con ella. Debieron ser buenos amigos de niños, tal vez buscaría entre sus pertenecías fotos de ellos.
—Crecí con ustedes desde que tengo memoria, la señora Nath no tenía problemas con que mamá me trajera a trabajar con ella, aunque a mi madre no le gustaba que jugara con ustedes —murmuró Naia mientras miraba de reojo al chico, le interesaba su reacción.
Él miraba al suelo confundido, como si tratara de ver al pasado.
—¿Cuándo comenzaste a vivir en casa?
—Desde la primaria…
La conversación siguió mientras Naia explicaba que ella era la menor de 6 hijos y que su madre no podía mantenerlos a todos como se debía a pesar del trabajo con los padres del chico. Su padre usaba el dinero que su madre ganaba para sus vicios, así que Nath, quiso ayudar a la mujer dándole un techo, comida y estudios a Naia, a cambio las dos trabajarían en la casa. Por eso la chica había podido estudiar y ahora cursar la universidad. Algún día le devolvería todo a los padres de Noah. Noah estaba agradecido con Naia por haber cuidado a su madre en su ausencia.
—Noah, pronto podrás hacerte la operación para eliminar el tumor, ¿Cierto? —Preguntó la chica mientras entraban al supermercado.
—En un año o dos, ya no puedo esperar mucho más —decía Noah, mientras reía un poco, había aprendido a vivir su vida de ese modo.
Él debía buscar un empleo pronto. Probablemente, debía abandonar la idea de estudiar en la universidad por el momento, al menos. Lo había intentado algunas veces, pero sencillamente no podía recordar lo que había aprendido.
Naia caminaba tomando cosas y colocándolas en la canasta que Noah llevaba, estaba algo animada cuando llegó a la caja.
Estaban en la fila, cuando una chica frente a ellos se volteó a mirarlos y de forma burlona los retó.
—Miren, quién está aquí, el rumoreado gemelo gay que regresó a casa con su novio y una buena para nada acompañándolo. Espero verlos en la fiesta de mañana.
Ambos la ignoraron hasta que por fin llegó su turno.
—Naia, qué gusto verte —dijo la cajera, que parecía ser solo unos años mayor que ellos.
—Me alegra verte, Margot —respondió Naia, olvidando por completo a quién estaba a su lado.
La canasta calló al suelo junto con los productos y Noah tomó su cabeza entre sus manos, de pronto le dolía mucho. El nombre de su hermana hacía eco en su mente, la imagen borrosa de su rostro provocaba en su garganta un nudo. Ojos vidriosos y perdidos. Un día olvidaría su rostro y quién era, esa verdad le dolía.
Las personas a su alrededor se alertaron. Naia se le acercó y trató de calmarlo mientras la cajera atendía a los demás clientes. Estaba molesto consigo mismo por llamar la atención de nuevo, eso no era lo que quería.
—Lo siento Noah…
Naia no sabía qué decirle, el nombre de su hermana le traía horribles recuerdos llenos de sangre y luces azules y rojas. Ella no tenía ni idea el trauma en el chico. La cajera se acercó también y puso su mano en el hombro de Noah. Sin tiempo de pensar, Noah abrazaba a la cajera mientras las lágrimas caían de sus ojos; sin querer, el rostro de su hermana no salía de su mente. La chica no supo qué hacer y recibió el abrazo.
—Noah, ella no es tu hermana, la estas incomodando… —murmuró Naia con voz tranquila y suave, tratando de traerlo de vuelta a la realidad.
Él reaccionó a la voz de la chica y soltó a la confundida cajera.
—Disculpa, no quería hacer eso, solo… me recuerdas a alguien que ya no está —La voz quebrada de Noah hacía que no importara lo que había hecho, estaba sufriendo mucho más de lo que se podía pensar.
Pagaron. Durante el camino la mirada del chico no se elevó del suelo, ni una palabra salió de su boca y regresaron a la casa donde Noah no quiso salir de su habitación ni para cenar. Todos estaban preocupados.
—Oye, Noah, habla conmigo —Alan se dirigió a su amigo en mitad de la noche desde su cama. Noah no se había acostado ni por un minuto, solo miraba por la ventana, en silencio, adolorido.
Noah le contó lo que había pasado, se odiaba a sí mismo por estar vivo cuando eso causó que sus hermanos perdieran la vida, incluido su sobrino que jamás conoció. Y ahora le causaba problemas a los demás. Le habló de qué su más grande miedo, era que lo encontraran y mataran a sus padres, a Alan y Naia en vez de a él. Creía que él debía haber muerto hacía muchos años ya.
Alan tampoco pudo resistir las palabras de su amigo; era un sufrimiento que compartían, que los consumía. Sabía que Noah tenía un tumor cerebral; sin embargo, no supo la razón hasta esa noche cuando Nath se lo dijo en la cena. Había tenido un accidente durante su niñez con su padre. Un accidente de auto que le causó un tumor que bloquea la parte del cerebro donde se encuentra la memoria a largo plazo. Perdió muchos recuerdos, pero no pudieron operarlo porque, debido a su edad, podrían dañar el desarrollo del cerebro. Aún debía esperar algunos años más.
Ya él no lo recordaba, pero una noche entro a la oficina de su padre, estaba molesto con él por darle medicamentos sin decirle por qué y también porque sus padres siempre discutían por él, en el escritorio de la habitación encontró los papeles del diagnóstico que había recibido en el que estaba su nombre. No entendía nada y salió gritando cuestionando a sus padres por haberle ocultado la verdad, ellos no sabían cómo reaccionar y simplemente ignoraron la rabieta. Más tarde, esa misma noche, tomó una mochila y sus pocos ahorros, en su mente no quería ser una carga y se salió de la casa. Tras él iba su hermano Erick, que no quería dejar solo a su hermano.
Los padres no se dieron cuenta de esto hasta la mañana, cuando los dos niños ya habían llegado a la antigua casa de su padre en otra ciudad. Margot estaba segura de que estarían allí, aunque sus padres no lo creían. Ella habló con sus padres y les dijo que los cuidaría y los traería de vuelta cuando fuera el momento adecuado. Sus padres estuvieron pagando todos esos años las cuentas, incluidas las de los medicamentos, y estuvieron en contacto con su hija, pero los chicos no lo sabían.
Cuando eso pasó, Naia despertó en medio de grandes conmociones y se enteró de que por mucho tiempo no volvería a ver a los niños con los que había crecido, estaba sola en esa casa con su jefa. Su madre le decía seguido que esa era la razón por la que no quería que ella se juntara con esos niños ni les hablara, porque la animaría a hacer cosas iguales, pero ellos nunca fueron así realmente. Había prometido algunas cosas con Noah que pensó que ya nunca podría hacer hasta que lo vio de nuevo frente a ella.
Esa noche, Naia tampoco durmió pensando en qué podría hacer para ayudar a Noah y Alan. Aunque no se le ocurría nada, pensó en que debía dejarlos ser. El día siguiente sería fin de semana, creyó que era buena idea convencerlos de salir, aunque no a la fiesta.

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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