1-Accidente

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-Sara, la siguiente salida - me dijo mi marido, Juan. Siempre me decía lo que tenía que hacer. Pesado. Llevábamos ya unos cuantos meses bien, sin peleas. Desde que Priscila, mi hija, empezó el colegio, mi matrimonio iba bien.

Pero no todo eran sonrisas. Al principio todo era demasiado bonito. Después llegaron las deudas, el despido de Juan, ... Las peleas. Los golpes. Juan era bueno; pero era violento.

Todo se arregló cuando me enteré que estaba embarazada. Nuestra hija, mi hija, solucionó todos nuestros problemas.

-Ya lo sé, Juan - le contesté rodando los ojos - ¡Haz algo y calla a tu hija! - grité nerviosa. Nos dirigíamos al restaurante donde mi hermano celebraba su boda. No me acuerdo exactamente de la hora, pero el cielo ya estaba oscuro. Priscila no paraba de llorar. Se había despertado de la siesta por la lluvia. Sí. Empezó siendo un día muy soleado, pero terminó lloviendo. Y es curioso, me encanta la lluvia, pero supongo que el destino no quería aquello, porque como en todas las películas de Hollywood, la lluvia solo puede significar dos cosas: o un beso romántico, o algo trágico, como la muerte de un protagonista.

Y yo siempre he amado la lluvia. Hasta aquel día.

-Dios, Juan, por favor, no me concentro - le pedí con la mejor voz que pude poner.

-¿Y por qué no la callas tú? - me contestó pasando de todo. Como siempre.

-Dale los muñecos que hay allí - señalé la bandeja que hay en la zona baja de la puerta del coche.

-Joder, cállate ya, cariño. ¿No ves que papá no se encuentra bien? - es lo que tiene el alcohol. En ese momento solo sabía de sus efectos por la tele, las campañas contra las drogas... Ahora lo sé por experiencia.

-Dale el jodido muñeco ya - le dije desesperada.

-Tú estate atenta a la carretera - me contestó de mala manera.

-Yo haré lo que me dé la gana - grité ya muy enfadada - preocúpate por tu hija porque yo no puedo hacer todo a la vez.

-Sara, no empecemos - me advirtió mirándome mal.

-No, Juan. Entiéndelo. Por favor - le supriqué suspirando - no quiero pelear, estábamos bien - le sonreí.

-Mamá - dijo Priscila llorando.

-¡Cállate!- gritó mi marido asustándome.

Silencio.

Silencio fue lo que hubo tras el grito. Pero no. No podía aguantar ese comportamiento. No quería.

-No vuelvas a gritar así delante de mi hija - le amenacé girando mi cabeza en su dirección. Buscando su mirada, advirtiéndole.

-Tú no me vas a decir lo que tengo que hacer o no hacer delante de MI HIJA - contestó enfadado cogiéndome del pelo.

Vi cómo Priscila lloraba y miraba a su padre. Era muy pequeña, pero era consciente. En ese instante, al ver el miedo en los ojos de mi hija, olvidé que iba conduciendo. Olvidé que en mis manos estaban las vidas de mis seres queridos. También de desconocidos. Olvidé que entraba en una carretera transitada. Olvidé pisar el pedal. Olvidé frenar.

Estaba cegada, mirando al que era en aquel entonces mi marido.

No escuchaba los gritos de Juan advirtiéndome. Ni los gritos de Priscila. Ni sus lloros. Y solo fui consciente del error que cometí cuando dejé de escuchar a mi hija. Cuando el coche estaba boca abajo.

Cuando por desgracia, solo escuché los latidos de mi corazón. Porque el corazón de Priscila dejó de latir.

Por mi culpa.

Y no vi el camión. Y olvidé. Olvidé conducir.

Pero nunca olvidaré que fue por mi culpa. NUNCA.

MI CULPA.

ALCOHÓLICADonde viven las historias. Descúbrelo ahora