Alfa, Beta y Caperucita

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La pequeña anciana se encontraba sola en casa.

Estaba sentada en la mesedora de madera, que su difunto esposo le había echo en sus días de juventud, cociendo como de costumbre nuevos atuendos para su nieta Camila.

Vivía en una casa vieja de madera al extremo Sur del bosque. Hacía ya varios años que vivía sola y unicamente los fines de semana recibía la visita de su hija y de su adorada nieta. Se puede decir que la señora vivía en una situación de extrema pobreza, alejada de la ciudad, estaba totalmente apartada y olvidada por la civilización. Cerca de su casa no habían vecinos, solo de vez en cuando los cazadoras pasaban cerca del río para capturar a sus presas. 

Estaba muy entretenida, ya que estaba cociendo una capa con caperuza que protegiera a su nieta del frío invierno. La abuela había ahorrado un poco de dinero para comprar los rojos hilos que se convertirían en su creación. Tenía que apresurarse, ya que era sábado y su nieta vendría a visitarla y esa sería la ocasión perfecta para entregarle la prenda. 

Dando la última puntada, la abuela sintió la sensación de que no estaba sola. Puso la caperucita a un lado y se quedó mirando a la ventana que se encontraba junto a ella. No pasaron más de 3 segundos cuando vió que en la ventana rápidamente pasó una silueta. 

La abuela se quedó pasmada y asustada miró a la otra ventana donde pasaron, por lo menos, 4 siluetas más. De repente un fuerte estruendo provenía de la puerta.

- !¿Hija?, ¿Camila eres tú?¡

Los golpes siguieron, uno tras otro, y la vieja puerta de madera  cayó al suelo de golpe. Las siluetas que la señora había podido divisar anteriormente fueron pasando una a una a la sala, rodeando la mesedora donde aún se encontraba sentada la anciana. En poco tiempo, la sala que se encontraba totalmente vacía se vió llena de hombres.

Abriéndose paso entre los hombres, todos vestidos con chamarra de cuero, entró el líder de estos. Era un hombre alto, de cabello totalmente negro azabache y con la mirada perdida de ojos oscuros. Aparte de la chaqueta de cuero que todos vestían, tenía pantalones jeans rotos y unas botas de cuero con cordones.

- Disculpe nuestra interrupción en su humilde hogar, dijo el jóven. 

- ¡¿Qué quieren, como se atreven a entrar así a mi casa?! 

-  Solo venimos a cerciorarnos de que comparta con nosotros cierto objeto de nuestro interés. ¡Lobos, registren la casa!

Los hombres siguieron inmediatamente la orden y entraron de lleno al hogar de la señora. Primero, un grupo se dedico a buscar en la sala. Rompieron las vitrinas, voltearon boca abajo el comedor; con navajas, rompieron los humildes sillones estampados de la abuelita.

Otro grupo entro a la cocina. Tomaron la vajilla y la arrojaron al piso, registraron todos los estantes y robaban la comida, que no era abundante , y la comían como animales. 

Otro grupo decidió registrar el cuarto.

¡No, no van a encontrar nada! ¡No tengo nada, soy una pobre vieja! 

El cuarto prácticamente quedó destruido y sin rastro del preciado objeto, pero Beta (la mano derecha del líde) alzó el colchón y encontró un paquete envuelto en mantas y cuerdas que lo sujetaban. 

- ¡Alfa, lo hemos encontrado! Al parecer todas las viejas guardan sus secretos debajo del colchón. 

El líder, Alfa, se quedó mirando fríamente a la señora. A pesar de su mirada aparentemente distante, Alfa era una persona fría y calculadora.

- Usted nos ha mentido, señora. ¿Sabe lo que eso significa?

- ¡Por favor, no se lo lleven, es lo único con que puedo ayudar a mi nieta!

- Beta, enseñemosle a la dama a respetar a Los Lobos. 

Beta se quitó la mochila que llevaba en la espalda y sacó de ella una manopla de aluminio. La colocó en su mano derecha  y dijo: "Aprenderás a respetar a Alfa y a la manada". Dió tres golpes directos a la cara de la mujer, dejándola desfigurada e inconsciente. Tomó de nuevo la maleta y de ella sacó una cuerda y amarró a la abuela en la mesedora.

Con el mismo sigilo con el que entraron fueron saliendo uno a uno por el agujero donde antes se encontraba la puerta.

A los pocos minutos de su partida, empezó a llover. En la casa se volvió a recrear la misma atmósfera de tranquilidad. 

Camila, la nieta de la señora, venía corriendo ya que no había traído ningún tipo de protección para la lluvia.  Entró extrañada al ver que la puerta no se encontraba en su lugar.

- ¿¡Abuela, estás bien!?

Al entrar, vió a su abuela amarrada,con la mitad de la cara reventada y la otra llena de moretones, había un pequeño charco de sangre que rodeaba la mesedora y salpicaduras por todas partes.

¡Abuelita, que te pasó! Auxilio!!

Camila miró a su alrededor, vió la caperuza roja tirada en el suelo, se la puso y salió corriendo a pedir ayuda.

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