Primer encuentro

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 “Había una vez una niña muy bonita. Su abuela le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja”.

Camila estaba sentada en el sofá de la sala de espera del Hospital Regional San Pablo Apóstol, acompañada de sus padres. Su mamá estaba hecha un manojo de nervios; sus manos y piernas temblaban, mientras que de sus ojos brotaban grandes gotas de agua que nublaban su vista.

Aunque la sala estaba llena, ninguna de las personas que ahí esperaban se había sentado en el mismo sillón que ellos. Preferían quedarse en pie que acercarse a la maloliente familia.

La madre vestía un camisón viejo con unos cuantos agujeros que mostraban su piel deteriorada por su edad  y uno que otro lunar, según ella, pero en realidad eran pequeñas verrugas negras que salían de su espalda.

El padre era el de mejor aspecto: vestía de camisa de cuadros que tenía los botones cercanos al cuello desabotonados. Tenía pantalones kakis, sin correa y unos zapatos viejos que tenían muy buen aspecto debido al cuidado que le daban. El señor hojeaba las hojas de una revista médica de las que sobran por montones en las salas de espera. Aunque no sabía leer, parecía todo un erudito ya que había que parecer culto con "la gente del exterior". 

Hacía mucho frío en el hospital, pero Camila se encontraba muy abrigada con la capa con  gorro  rojo que su abuela le había cocido unos días antes del accidente. Este era el segundo día de espera por algún tipo de diagnóstico. La familia había estado viajando desde su hogar, al otro lado del bosque, lo atravesaban y  caminaban hasta la vía principal esperando que alguien con algún tipo de vehículo tuviera compasión y los dejara cerca del centro donde se encontraba el Hospital.

A lo lejos de sala, la familia vio a un señor moreno de bata blanca que se acercaba a ellos. Todos se levantaron y se presentaron con el doctor.

-       Dígame doctorcito, ¿Tiene alguna noticia de mi madre?; decía la madre mientras secaba su rostro con un pedazo de tela ya bastante mojado.

-       No voy a mentirle, señora. El estado de su madre es grave. Debido a las severas contuciones que recibió su madre en el rostro, ha quedado completamente desfigurada. Estamos tratando la inflamanción con anti-inflamatorios, pero esta no es la peor parte. Los golpes tuvieron fuerte impacto en el área del cráneo ocasionando un derrame cerebral que ha ocasionado la parálisis completa de la cara y los miembros del lado izquierdo de la paciente. 

Lo siento mucho. Su madre necesitará de una terapia intensiva para obtener tan siquiera una pequeña oportunidad de recobrar la movilidad. 

La familia se quedó atónita al escuchar las noticias. La madre no había comprendido ni la mitad de las palabras que había dicho el doctor, pero debido a su tono de voz y su postura supo que su madre se encontraba en un estado de salud sumamente crítico. El padre, que quería quedar bien con el doctor, asentía a cada una de las explicaciones del doctor y confortaba a su familia diciendo que no se preocupara porque ya él había escuchado de esos casos en una de las revistas de medicina que tanto leía.

Caperucita era la que peor se encontraba, emocionalmente, y la que mejor entendía el estado de su abuela. Ella había sido el único testigo del horrendo crimen cometido a su abuela al dejarla inconsciente, amarrada y toda golpeaba. Caperucita no conocía a un ser humano capaz de cometer tan insensible acto; es más, nunca se había relacionado con otra persona además de su madre, su padre y su abuela.

Si quieren, uno de los familiares puede entrar a ver a la señora. Les advierto que estará irreconocible y está dormida debido a la anestesia. Dijo el Doctor. 

Alfa, Beta y CaperucitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora