What's your problem?

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Creo que nadie estaba trabajando para hayar el modo de romper la maldición. Zelena pasó una semana sin salir de su habitación, y Regina le dejaba la comida en la puerta porque quería darle espacio. Necesitaba tiempo.

El plan era perfecto. El tiempo estaba congelado, y podíamos vivir eternamente así. Sonaba demasiado bueno para ser real.

Estoy segura de que Regina lo habría resuelto en menos de tres días si hubiera puesto empeño en hacerlo. Era más que capaz. Pero eso era señal de que estaba a gusto conmigo, y a mí con eso me bastaba.

Era agradable ver como todos eran tan felices. Parecía una especie de cuento de hadas de la vida real.

Esa noche quedamos con David y Mary Margaret, aprovechando que Henry estaba de campamento con el colegio, y fuimos a su casa. A Regina se le hizo raro, porque ahora los recordaba como Blancanieves y el Príncipe, y eran mis padres después de todo...
Estuvimos cenando con ellos y luego charlamos un rato. Nos preguntaron por Zelena, y solo les dijimos que estaba algo mejor, aunque no fuera así. Intentaron cambiar de tema de conversación a uno más agradable, y acabamos jugando a un estúpido juego que inventó mi madre. Se basaba en hacernos preguntas incómodas a todos. Al final creo que se pasó. Preguntó a que edad habíamos dado el primer beso, y me tocó a mí responder.

-Dieciséis.- Miré a Regina, parecía tensa.

-Lo mismo digo.- Dijo mi padre.

-¡Yo también!- Se sintió orgullosa mi madre. -¿Regina?- La morena levantó la mirada como si esto no fuese con ella. -¿Tú también?-

Regina me miró durante un segundo y ocultó la mirada en el fondo de su vaso. Le temblaron las manos.

-Quince...- Dejó la taza en la mesa y se levantó del sofá, pasándose las manos por la falda para ponerla bien y mirando hacia la puerta. -Disculpadme...-

Se fue. Se fue antes de que pudiéramos decir nada. Y no supe qué hacer.

-Lo siento...- Cogí mi chaqueta, que por fin averigué donde la escondía Zelena, y la gabardina de Regina, y salí por la puerta.

No podía estar muy lejos. No estaba muy lejos.

-¡Regina!- La llamé y caminé deprisa hasta alcanzarla.

-Emma...- Se extrañó de verme y yo le puse por encima su chaqueta, pues hacía bastante frío.

-¿Qué ha pasado?-

-Quiero irme a casa...- Bajó la mirada. -Lo siento, tenía que...-

-Vale, pero ¿por qué sin mí?- Fruncí el ceño.

Se me quedó mirando en silencio, con los ojos encharcados y un tenue manto rojizo sobre ellos.

-Perdona, es que pensé que querrías quedarte con ellos...- Bajó la mirada.

-No...- Sacudí la cabeza y apoyé mi mano en su hombro. -Somos un equipo, ¿recuerdas?-

Fuimos así hasta llegar a casa. Entré delante y encendí las luces. Regina se fue directa a la habitación, sin decir nada. Era obvio que no quería hablar del tema.

La seguí hasta la habitación, y la encontré con problemas para desabrocharse la cremallera del vestido. Suspiré, dejando la chaqueta sobre la silla, y fui a ayudarla.
Tal vez habría estado bien avisarla, porque sentí como se estremecia cuando rocé su espalda. Le bajé la cremallera hasta abajo, y ella se giró, sujetandose el vestido contra el pecho.

-Gracias...- Agachó la vista al suelo.

Yo no quería que me diera las gracias. Quería que me contara lo que le pasaba.

Cogió el pijama y se metió en el baño para cambiarse. Yo me cambié allí mismo, la camisa blanca de tirantes y ropa interior. Y esperé hasta que salió. Se detuvo al verme, como si la hiciera sentir insegura, y fue hasta la cama. Se sentó en el borde y me dio la espalda.

-¿Quieres hablar de ello?- Pregunté.

-No.- Se apoyó con los brazos a cada lado de la cadera, en el suave colchón.

-Creo que deberías...-

-He dicho que no.-

-Está bien...- Sacudí la cabeza. -Oye, he estado pensando y creo que deberíamos intentar romper el hechizo.-

-¿Qué?- Se giró hacia mí con los ojos llorosos. -¿Por qué? ¿He hecho algo malo?-

-No, no es eso.- Cogí sus manos. -Tienen que saber quienes son, aunque la verdad duela... Es lo que son. Aunque sea crudo, es lo que son.-

-Pero ahora son más felices...- Insistió, con los ojos húmedos, intentando hacerme cambiar de opinión. Estaba hablando de si misma.

-Regina, de verdad que lo entiendo. Pasó algo, algo horrible, y quieres olvidarlo. Pero yo estoy aquí, y aunque no pueda borrarlo, puedo escucharte. Solo confía en mí...-

Regina cogió aire y levantó la mirada poco a poco. -Eso no va de mí. Te he dicho que no quiero hablar de ello.-

-¿Sabes? Creo que Gold llevaba razón cuando dijo que la maldición se rompería cuando recordases quien eres. Pero no eres un puesto de trabajo, Regina...eres mucho más...-

Se me quedó mirando con la boca abierta, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras; y el ceño fruncido, como si no pudiera entender cómo podía decirle algo así.

-¿Y qué soy, Emma?- Preguntó con los ojos rebosantes de lágrimas. -Dime, ¿qué soy?-

-Regina...- Supe que la había cagado. -No quería decir eso...-

-No soy lo que él me hizo.-

-Regina, por favor...- Intenté alcanzarla, pero ella se apartó, con la respiración acelerada y sin saber hacia donde mirar.

-No soy lo que él me hizo...- Se dio cuenta de lo que le había hecho decir, y rompió a llorar.

-Lo sé...- La abracé contra mi pecho y ella no opuso resistencia. Dejó de hablar.

La sentí temblar al coger aire, y le sujeté la cabeza contra mi pecho para aplacar su sollozo. Era culpa mía. No podía consolarla porque era culpa mía.

No, eso no era a lo que me refería. Ni de lejos. Solo quería dejase de fingir que no le afectaba cuando en realidad le afectaba muchísimo. Regina era Regina, nada más. Era fuerte y...no tenía que ser nada más...

¿Cómo pude decir algo tan horrible?



Drama is back

The Wicked CurseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora