ERNESTO y DON JULIÁN. Éste, por la derecha, de frac y con el abrigo al brazo.
JULIÁN.-- (Asomándose a la puerta, pero sin entrar.) Hola, Ernesto.
ERNESTO.-- ¡Don Julián!
JULIÁN.-- ¿Trabajando aún?... ¿Estorbo?
ERNESTO.-- (Levantándose.) ¡Estorbar! ¡Por Dios, don Julián!... Entre usted, entre usted. ¿Y Teodora? (DON JULIÁN entra)
JULIÁN.-- Del teatro Real venimos. Subió ella con mis hermanos al tercero, a ver no sé qué compras de Mercedes, y yo me encaminaba hacia mi cuarto cuando vi luz en el tuyo y me asomé a darte las buenas noches.
ERNESTO.-- ¿Mucha gente?
JULIÁN.-- Mucha, como siempre, y todos los amigos me preguntaron por ti. Extrañan que no hubieses ido.
ERNESTO.-- ¡Oh! ¡Qué interés!
JULIÁN.-- El que tú mereces, y aún es poco. Y tú, ¿Has aprovechado estas tres horas de soledad y de inspiración?
ERNESTO.-- De soledad, sí; de inspiración, no. No vino a mí, aunque rendido y enamorado la llamaba.
JULIÁN.-- ¿Faltó en la cita?
ERNESTO.-- Y no por vez primera. Pero si nada hice de provecho, hice, en cambio, un provechoso descubrimiento
JULIÁN.-- ¿Cuál?
ERNESTO.-- Éste: que soy un pobre diablo.
JULIÁN.-- ¡Diablo! Pues me parece un descubrimiento famoso.
ERNESTO.-- Ni más ni menos.
JULIÁN.-- ¿Y por qué tal enojo contigo mismo? ¿No sale acaso el drama que me anunciaste el otro día?
ERNESTO.-- ¡Que ha de salir! Quien sale de quicio soy yo.
JULIÁN.-- ¿Y en qué consiste ese desaire que juntos hacen la inspiración y el drama a mi buen Ernesto?
ERNESTO.-- Consiste en que, al imaginarlo, yo creí que la idea del drama era fecunda, y al darle forma, y al vestirla con el ropaje propio de la escena, resulta una cosa extraña, difícil, antidramática, imposible.
JULIÁN.-- Pero ¿En qué consiste lo imposible del caso? Vamos, dime algo, que ya estoy entrando en curiosidad. (Sentándose en el sofá.)
ERNESTO.-- Figúrese usted que el principal personaje, el que crea el drama, el que lo desarrolla, el que lo anima, el que provoca la catástrofe, el que la devora y la goza, no puedo salir a escena.
JULIÁN.-- ¿Tan feo es? ¿Tan repugnante o tan malo?
ERNESTO.-- No es eso. Feo, como cualquiera: como usted o como yo. Malo, tampoco: ni malo ni bueno. Repugnante, no en verdad: no soy tan escéptico, ni tan misántropo, ni tan desengañado de la vida estoy que tal cosa afirme o que tamaños injusticia cometa.
JULIÁN.-- Pues entonces, ¿Cuál es la causa?
ERNESTO.-- Don Julián: la causa es que el personaje de que se trata no cabría materialmente en el escenario.
JULIÁN.-- ¡Virgen Santísima, y qué cosas dices! ¿Es drama mitológico por ventura, y aparecen los titanes?
ERNESTO.-- Titanes son, pero a la moderna.
JULIÁN.-- ¿En suma?
ERNESTO.-- En suma: ese personaje es... ¡‹‹todo el mundo››, que es una buena suma!
JULIÁN.-- ‹‹¡Todo el mundo!›› Pues tienes razón: todo el mundo no cabe en el teatro; he ahí una verdad indiscutible y muchas veces demostrada.
ERNESTO.-- Pues ya ve usted cómo yo estaba en lo cierto.
JULIÁN.-- No por completamente. ‹‹Todo el mundo›› puede condensarse en unos cuantos tipos o caracteres. Yo no entiendo de esas materias; pero tengo oído que esto han hecho los maestros más de una vez.
ERNESTO.-- Sí; pero en mi caso, es decir, en mi drama, no puede hacerse.
JULIÁN.-- ¿Por qué?
ERNESTO.-- Por muchas razones que fuera largo el explicar, y, sobre todo a estas horas.
JULIÁN.-- No importa; vengan algunas de ellas.
ERNESTO.-- Mire usted; cada individuo de esa masa total, cada cabeza de ese monstruo de cien mil cabezas, de ese titán del siglo que yo llamo ‹‹todo el mundo››, toma parte en mi drama un instante brevísimo, pronuncia una palabra no más, dirige una sola mirada, quizá toda su acción en la fábula es una sonrisa; aparece un punto y luego se aleja; obra sin pasión, sin sala, sin maldad, indiferente y distraído; por distracción muchas veces.
JULIÁN.-- ¿Y qué?
ERNESTO.-- Que de esas palabras sueltas, de esas miradas fugaces , de esas sonrisas indiferentes, de todas esas pequeñas murmuraciones y de todas esas pequeñísimas maldades; de todos esos que pudiéramos llamar rayos insignificantes de luz dramática, condensador en un foco y en una familia, resultan el incendio y la explosión, la lucha y las víctimas. Si yo represento la totalidad de las gentes por unos cuantos tipos o personajes simbolicos, tengo que poner en cada uno lo que realmente está disperso en muchos, y resulta falseado el pensamiento; unos cuantos tipos en escena repulsivos y malvados, inverosímiles porque su maldad no tiene objeto; y resulta, además, el peligro de que se crea que yo trato de pintar una sociedad de infame, corrompida y cruel, cuando yo sólo pretendo demostrar que ni aun las acciones mas insignificantes son insignificantes ni perdida para el bien o para el mal, porque, sumadas por misteriosas influencias de la vida moderna, pueden llegar a producir inmensos efectos.
JULIÁN.-- Mira, no sigas, no sigas; todo eso es muy metafísico. Algo vislumbra, pero al través de muchas nubes . En fin, tú entiendes de estas cosas más que yo; si se tratase de giros, cambios, letras y descuentos, otra cosa sería.
ERNESTO.-- ¡Oh, no; usted tiene buen sentido, que es lo principal!
JULIÁN.-- Gracias, Ernesto, eres muy amable.
ERNESTO.-- Pero, ¿Está usted convencido?
JULIÁN.-- No lo estoy. De haber manera de salvar ese inconveniente.
ERNESTO.-- ¡Si fuera eso sólo!
JULIÁN.-- ¿Hay más?
ERNESTO.-- Ya lo creo. Dígame usted: ¿Cuál es el resorte dramático por excelencia?
JULIÁN.-- Hombre, yo no sé a punto fijo qué es eso que tú llamas ‹‹resorte dramático››; pero yo lo que te digo es que no me divierto en los dramas en que no hay amores, sobre todo amores desgraciados, que para amores felices tengo bastante con el de mi casa y con mi Teodora.
ERNESTO.-- Bueno, magnífico; pues en mi drama casi, casi no puede haber amores.
JULIÁN.-- Malo, pésimo digo yo. Oye: no sé lo que es tu drama, pero sospecho que no va a interesar a nadie.
ERNESTO.-- Ya se lo dije yo a usted. Sin embargo, amores pueden ponerse, y hasta celos.
JULIÁN.-- Pues por eso, con una intriga interesante y bien desarrollada, con alguna situación de efecto…
ERNESTO.-- No, señor; eso sí que no; todo ha de ser sencillo, corriente, casi vulgar… Como que el drama no puede brotar a lo exterior. El drama va por dentro de los personajes; avanza lentamente; se apodera hoy de un pensamiento, mañana de un latido del corazón; mina la voluntad poco a poco.
JULIÁN.-- Pero todo eso, ¿en qué se conoce? Esos estragos interiores, ¿qué manifestación tienen? ¿Quién se los cuenta al espectador? ¿Dónde los ve? ¿Hemos de estar toda la noche a caza de una mirada, de un suspiro, de un gesto, de una frase suelta? Pero, hijo, ¡eso no es divertirse! ¡Para meterse en tales profundidades se estudia filosofía!
ERNESTO.-- Nada:: repite usted como un eco todo lo que yo estoy pensando.
JULIÁN.-- No: yo tampoco quiero desanimarte. Tú sabrás lo que haces. Y… ¡vaya!… aunque el drama sea un poco pálido, parezca pesado y no interese… con tal que luego venga la catástrofe con bríos… y que la explosión… ¿eh?
ERNESTO.-- ¡Catástrofe explosión!… Casi, casi cuando cae el telón.
JULIÁN.-- Es decir, ¿que el drama empieza cuando el drama acaba?
ERNESTO.-- Estoy por decir que sí, aunque ya procuraré ponerle un poquito de calor.
JULIÁN.-- Mira: lo que has de hacer es escribir «ese segundo drama», ese que empieza cuando acaba el primero; porque el primero, según tus noticias, no vale la pena y ha de darte muchas. ERNESTO.-- De eso estaba yo convencido.
JULIÁN.-- Y ahora lo estamos los dos; tal maña te has dado y tal es la fuerza tu lógica. ¿Y qué título tiene?
ERNESTO.-- ¡Título! ¡Pues esa es otra! Que no puede tener título.
JULIÁN.-- ¿Qué?… ¿Qué dices?… ¡Tampoco!
ERNESTO.-- No, señor, a no ser que lo pusiéramos en griego para mayor claridad, como dice don Hermógenes. JULIÁN.-- Vamos, Ernesto: tú sabes durmiendo cuando llegué; soñabas desatinos y me cuentas tus sueños.
ERNESTO.-- ¿Soñando?… Sí. ¿Desatinos?… Tal vez. Y sueños y desatinos cuento. Usted tiene buen sentido y en todo acierta.
JULIÁN.-- Es que para acertar en este caso no se necesita de gran penetración. Un drama en que el principal personaje no sale, en que no sucede nada que no suceda todos los días, que empieza a caer el telón en el último acto y que no tiene título, yo no sé cómo puede escribirse, ni cómo puede representarse, ni cómo ha de haber quien lo diga, ni cómo es drama.
ERNESTO.-- ¡Ah! Pues drama es. Todo consiste en darle forma y en que no sé dársela.
JULIÁN.-- ¿Quieres seguir mi consejo? ERNESTO.-- ¿Su consejo de usted?… ¿De usted, mi amigo, mi protector, mi segundo padre? ¡Ah!… ¡Don Julián!
JUULIÁN.-- Vamos, vamos, Ernesto; no hagamos aquí un drama sentimental a falta del tuyo que hemos declarado imposible. Te preguntaba si quieres seguir mi consejo.
ERNESTO.-- Y yo decía que sí.
JULIÁN.-- Pues déjate de dramas; acuéstate, descansa, vente a cazar conmigo mañana, mata unas cuantas perdices, con lo cual te excusas de matar un par de personajes de tu obra, y quizá que el público haga contigo otro tanto, y a fin de cuentas tú me darás las gracias.
ERNESTO.-- Eso sí que no. El drama lo escribiré.
JULIÁN.-- Pero desdichado, tú lo concebiste en pecado mortal.
ERNESTO.-- No sé cómo, pero lo concebí. Lo siento en mi cerebro; en él se agita, pide vida en el mundo exterior, y he de dársela.
JULIÁN.-- Pero no puedes buscar otro argumento.
ERNESTO.-- Pero ¿y esta idea?
JULIÁN.-- Mándala al diablo.
ERNESTO.-- ¡Ah, don Julián! ¿Usted cree que una idea que se ha aferrado aquí dentro se deja anular y destruir porque así nos plazca? Yo quisiera pensar en otro drama; pero éste, este maldito de la cuestión no le dejará sitio hasta que no brote al mundo.
JULIÁN.-- Pues nada… que Dios te dé feliz alumbramiento.
ERNESTO.-- Ahí está el problema, como dice Hamlet.
JULIÁN.-- ¿Y no podrías echarlo a la inclusa literaria de las obras anónimas? (En voz baja y con misterio cómico.)
ERNESTO.-- ¡Ah, don Julián! Yo soy hombre, de conciencia. Mis hijos, buenos o malos, son legítimos: llevarán mi nombre.
JULIÁN.-- (Preparándose a salir.) No digo más. Lo que ha de ser está escrito.
ERNESTO.-- Eso quisiera yo. No está escrito por desgracia; pero no importa; si yo no lo escribo, otro lo escribirá.
JULIÁN.-- Pues a la obra; y buena suerte, y que nadie te tome la delantera.:)
ESTÁS LEYENDO
El gran Galeoto
Historical FictionA TODO EL MUNDO dedico este drama, porque a la buena voluntad de todos, y no a méritos míos, debo el éxito alcanzado. A todos, sí; al público, que con profundo instinto h alto sentido moral comprendió desde el primer momento la idea de mi obra y la...