Las tres notas antes de mi suicidio

Intermedios (cartas)

 No siempre fuiste tan hueco o egocéntrico, no pude evitar que desviaras tu camino, y tan solo ahora es cuando me doy cuenta, del momento en que empezó todo. Fue durante tu adolescencia, cuando el rencor se apoderó de ti; te lastimaron mucho, aunque nunca supe porqué, y el día que ya no aguantaste más, no decidiste romperles la cara, sino la vida.  

  Usaste las mejores cualidades de Dios ter dio, para hacerle lo peor a ellos, cada paso bien planeado, cada acción muy certera, cada riesgo bien medido, y cada día, desde que tomaste esa decisión, perdías más el sentido de tu vida.  

  Te tardaste años en hacer efectivos tus planes maestros, todos aquellos a los que lastimaste... te odian; algunos aún siguen en depresión por cómo los llegaste a afectar. De verdad que sí, fui muy ciega, y jamás te pude detener; es que tus aparentes éxitos y la felicidad que mostrabas, me hacían no querer detenerte. Jamás llegué a pensar que solamente era la satisfacción de haber hundido a una persona, pues eso no era parte de ti.  

  Los lobos transformaron a mi pequeño cordero en un león que, al parecer, no conocía la piedad, y quien más pagó los platos rotos, fue tu venganza, ese muchacho, que era el líder del grupo que te molestaba. Prácticamente tú vives su sueños, siempre se los restregaste en la cara, y cuando él quería volar, lo derribaste, te quedaste con sus alas. Todo eso llegó hasta el punto en que te quedaras con su prometida, la que hoy es tu esposa.  

  Sé que, en la decisión que has tomado no hay marcha atrás, y de nuevo, me siento impotente, por no poderte ayudar; yo pude haber sido quien frene todo esto, quien te detuviera del daño que hacías ti, y los demás. Pero de nuevo confundí la venganza con tu felicidad, y no hice nada para detenerte. 

  Lamentarme es lo único que puedo hacer. Hijo, perdóname. Perdona a tu madre, pues sé que ya es tarde, y en su momento no te pude detener. Ese ha sido mi único y fatídico error.  

Firma tu madre.