Segunda entrada: Amphisberna

54 3 5
                                    

Aún estaba temblando. Tenía el cuerpo empapado en sudor y el rostro en lágrimas; y estaba mortalmente pálida. Pero volvía a ver con claridad, a oír a su alrededor el canto de los pájaros. Ya no sentía la amargura aflorar a sus labios. Seguía sintiéndose enferma, pero había dejado de esperar la muerte.

El rey puso en sus manos un gran cáliz de plata lleno de un líquido caliente y aromático; que ella bebió con avidez. Luego soltó la copa en la mesilla de noche. La sensación de mareo y los escalofríos empezaron a remitir.

— Gracias.

— No hay de qué. Ha sido una dura batalla.

 Ella volvió a notar en la boca aquel sabor acre, y la garra de la angustia le oprimió el corazón.

 — Ha sido espantoso —gimió—. Estaba llegando a una zona de túneles diferente, en la que nunca había estado. Sé que es difícil distinguirlos unos de otros, pero yo presentía que nunca había estado allí. Y de pronto empecé a sentirme mal, y me encontré... algo. Una especie de bestia. Ya no recuerdo nada más.

 — Conozco al ser del que me estás hablando —dijo el rey, asintiendo—. Es uno de los poderes negativos que prima en el Laberinto; y forma parte de su esencia misma, pues fueron creados al mismo tiempo. Yo mismo luché contra él y conseguí mandarlo de vuelta a los Infiernos; pero siempre regresa. A Dios gracias, eres fuerte; y el veneno no ha podido matarte. A partir de ahora, depende de ti que no vuelvas a sucumbir a él.

La joven guerrera sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas sin razón aparente. Compasivo, el rey la miró con ternura: sabía que aquella dama era fuerte y orgullosa, pero tenía la virtud de estar dispuesta a admitir sus equivocaciones y rectificar sus errores.

—No todo está perdido, amiga mía. Es una cuestión de fe. Tus padres han vencido varias veces a esa criatura.

— ¿Cómo? —preguntó ella—. La simple visión de ese ser es insoportable para la mente. Y ese veneno... ni siquiera sé cuándo me lo lanzó. Mis padres también son hombres de mi misma condición.

— El veneno está relacionado con ese ser; pero no lo produce él. Es una ponzoña latente que puede permanecer dentro del cuerpo durante años y manifestarse de pronto debido a una reacción con el estímulo adecuado. En cuanto a la criatura, no se necesita ser otra cosa que un hombre para derrotar a los demonios del laberinto. Es cuestión de tener un arma adecuada. El arma adecuada. Ahora ¿Por qué no regresas al Laberinto? Pero ahora llévate lo que tienes guardado en el pequeño joyero que guardas en ese cajón.

La dama dio un respingo. Ante la mirada severa del rey, vacilante, abrió el cajón de su mesilla de noche y sacó un pequeño cofre de madera labrada. Lo abrió cuidadosamente.

 En su interior había una extraña y valiosa joya, una pequeña pieza de ámbar dorado envuelto en una sutil malla de arabescos labrados en oro con un finísimo cordón para llevarla al cuello.

Miró a su señor, indecisa. Este le hizo un gesto, invitándola a ponérselo.

— El Sello Real... —susurró ella, acariciándolo con la punta de los dedos—. Nunca me he atrevido a ponérmelo ¡Es tan hermoso, tan frágil! ¡Y me da tanto miedo que se me rompa o se me pierda!

— Pero yo te lo di cuando entraste a mi servicio, al igual que a todos mis vasallos —señaló el rey. Y añadió—. Y te lo di para que lo utilizaras, no para que lo guardaras en un cajón.

Compungida, calló durante unos instantes antes de volver a mirar a su rey.

— No estoy segura de saber utilizarlo, señor. Tengo miedo de hacerlo mal. Yo no soy ni seré nunca tan sabia como vos, tal vez ni como mis padres.

EleosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora