Prefacio

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Casi cuatro años de matrimonio, un matrimonio fingido. Todo había surgido de la idea de fusionar Atlantis Corp y Olympus Company, para darle nacimiento a Travicom Enterprises.

Al principio todo fue malo, realmente malo. Chase y yo nos odiabamos, no dudo que el sentimiento siga allí, pero conseguimos llevarnos mejor y el tiempo juntos se hizo menos pesado.

Nos comprometimos cuando yo tenía dieciocho, recuerdo esos años en el instituto en que la molestaba por su horrible y anticuada apariencia. Si, en verdad que era el patito feo del instituto. Eso hizo que detestara aún más el tenerme que casar con ella, pero eso ya estaba planeado, aunque me calló la boca cuando regresó de la universidad de Milán, todo en ella había cambiado, su personalidad, su carácter y sobretodo su apariencia.

Un año después de eso nos casamos, no tenía planeado casarme a los veintiuno y se que ella estaba peor al tener que casarse a los veinte, su actitud liberal e independiente siempre me resultaron interesantes.

Y con ello llegaron estos casi cuatro años de matrimonio, que si bien no fueron los mejores, al menos disfrutaba nuestras bromas pesadas entre pláticas nocturnas y la confianza que se había desarrollado entre los dos y sobretodo, nuestra conexión a la hora de establecer negocios, si había algo que admiraba de ella era eso, sus capacidades e inteligencia.

—Vaya, no te oí llegar cara de besugo —. Dijo con burla, dejando salir ligeramente su acento inglés. Estaba saliendo del baño con una bata y una toalla en la cabeza.

—Supongo que fui cuidadoso, come libros.

—Oh, se me olvido decirte, tus padres llamaron ayer por la noche diciendo que vendrían a desayunar antes de la reunión con los Smythe y si no me equivocó deben estar por llegar —. Dijo como si nada, secándose el cabello.

—¡Joder! ¡¿por que no me dijiste antes?!

—No quería interrumpir tu “entretenida noche” con Tanaka —. Musitó con una mueca de desagrado en su rostro.

—Por lo menos fue de lo más satisfactoria.

—Ugh, que asco, ahora lárgate que quiero cambiarme —. Señalo con su dedo índice en dirección a la puerta.

—¿Sabes? Creó que tienes razón, no tienes nada interesante de admirar —. Dije para fastidiar la, porqué ella tenía mucho para admirar, no había perdido detalle de cómo la bata se le subía un poco cada vez que se aplicaba la crema humectante en sus largas y torneadas piernas. Si, sin duda me gustan sus piernas.

Llegué al cuarto de invitados, donde ella me mandaba a dormir después de pasar la noche con alguna de mis “amantes en turno”, como ella les llamaba.

Esa era la naturaleza de nuestra relación, cada quién tenía una doble vida, entre nosotros no había besos, ni sexo y mucho menos amor. Las únicas veces que compartíamos un beso y eso, totalmente fingido y relativamente corto, era durante nuestras fiestas de aniversario y de cumpleaños, solo para mantener las apariencias, porqué ante los ojos de la sociedad, nosotros somos el matrimonio perfecto. Debo admitir que esa farsa del matrimonio perfecto es demasiado efectiva, hemos logrado grandes negocios con otras compañías de empresarios conservadores, claro que es conveniente que la sociedad siga creyendo que somos el uno para el otro y en la perfección de nuestra relación, aunque detrás de la puerta de nuestra casa todo sea una farsa.

Una de las condiciones que impusimos después de casarnos fue esa, cada quién podía tener por amante a quién quisiera y a cuantos quisiera, claro que con el debido cuidado, para eso estaban los contratos de confidencialidad. No había celos de por medio, ni nada, cada quien podía hacer lo que le plazca, solo sin afectar la imagen de nuestro matrimonio.

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