— Que alguien me explique cómo he llegado hasta aquí…– pensó Ylenia resignada mientras se escurría en la silla.
El despacho del director no era un lugar muy acogedor: prácticamente todo el mobiliario era grisáceo, incluso las paredes. Un corcho marrón con hojas y anotaciones en la pared derecha alegraba un poco la vista dentro de la monotonía que allí se respiraba. Al lado, un fichero metálico donde seguramente se guardaban los expedientes de los alumnos. Sobre la mesa había una pila de folios bastante desordenada que amenazaba con caerse de un momento a otro. Los cristales de la ventana eran translúcidos y tenían unas rejas colocadas por fuera. No le sería de mucha ayuda en caso de incendio, pensaba ella dándole un vistazo general al habitáculo.
No había terminado ni su primer día en el nuevo instituto y ya estaba metida en problemas. Tan pronto saliese de allí tendría unas palabras con Jandro, autor del desastre, quien se había escapado tan pronto apareció ella en escena. Había sido tan repentino que, para cuando se dio cuenta, ya tenía al director detrás.
Y pensar que Jandro le parecía el más normal de sus tres amigos.
Unas horas antes…
Durante la primera hora de clase, en un rato en el que el profesor bajó a hacer unas fotocopias, la gente aprovechó para levantarse a hablar y contar sus vivencias del verano. Telmo fue hacia el sitio de Ylenia acompañado por sus amigos de la infancia. Uno por uno, se fueron abrazando con su amiga a la vez que ella se sorprendía de ver lo mucho que habían cambiado.
— ¡No puede ser!– exclamó Ylenia acercándose a un sonriente chico–. ¿Hugo, eres tú?
— El mismo de siempre, enana. ¿A que estoy fuerte?– comentó él presumiendo de bíceps.
Todavía no se terminaba de creer que aquel chaval con un piercing negro en la oreja izquierda, un poco de barba y el cabello engominado fuera la misma persona que el niño flacucho y tímido de hace nueve años.
— ¿Tienes que ir mostrándole los brazos a toda la gente que encuentras?– cuestionó Sandra, una chica de pelo negro y también una vieja amiga.
— No sé de qué te quejas, amor– contestó Hugo sonriendo de medio lado y alzando una ceja.
Esa insinuación le costó un puñetazo de Sandra en el brazo y una mirada asesina.
— Han cambiado bastantes cosas– dijo Telmo observando con diversión la escena–, incluyendo estos dos.
— Un momento… ¿sois pareja?
Definitivamente ya no podía estar más estupefacta. ¿Cuánto se ha perdido?
— Así es, desde hace un par de años– afirmó el del piercing abrazando a su novia.
— Lo peor de todo es cuando se intentan meter mano estando nosotros delante– dijo esta vez Santi, alejándose varios pasos instintivamente.
— ¿Sólo eso?
Ahora era Sergio, un chico pelirrojo, el que hablaba. Santi y él eran como uña y carne, desde pequeños habían sido mejores amigos. Incluso cuando eran adolescentes comenzando a hormonar se hacían llamar “S&S”, y toda broma llevaba su firma. Con el paso del tiempo se habían relajado, y si ahora hacían alguna era por una sana venganza.
— Alguien está pidiendo una llave a gritos…– canturreó Sandra masajeándose los puños, pero sin borrar nunca la sonrisa de su rostro.
Ylenia se reía mientras veía avanzar a la chica lentamente hacia Santi y Sergio a la vez que ellos contemplaban una vía de escape. Una huída a tiempo es un brazo roto menos, decía siempre el pelirrojo.
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Princess Not Found
Teen FictionYlenia no ha vuelto a ver a sus amigos desde su infancia, y por casualidades de la vida, se reencuentra años más tarde con Telmo, su mejor amigo, y sus viejos compañeros. Allí conocerá a dos chicos: Jandro y Benji, uno de 17 y el otro de 15. ¿Qué pu...