Capítulo 1: El Nacimiento de una virtud

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La luz blanquecina teñía las paredes de un aparente ambiente monocolor. Un lugar apartado del mundo humano, cercano a Dios, la sala del nacimiento. Cuatro pilares, orientados a los puntos cardinales principales, desembocaban en una pequeña bóveda sencilla, ajena a cualquier estilo conocido. Resultaba irónico que un lugar como aquél tuviera aspecto tan humilde y simplón.

Los ojos de un adulto recién nacido y desnudo se abrieron tímidamente ante un mundo desconocido. El ser con aspecto de un joven de 18 años, contemplaba el techo de la habitación, evolucionando su vista a grandes pasos. A pesar del fuerte brillo de la iluminación, este no era cegador, sino una caricia de calor que le animaba a ver más allá de su iris.

Con unas escasas fuerzas, que ascendían al paso del tiempo, el joven se levantó de su lecho improvisado. Intentó también el vociferar su primera palabra en vano. Su garganta parecía estar sellada. Se sentía desbordado por un cúmulo de conocimientos que crecía enormemente en su cabeza pero que no ofrecía respuesta a sus interrogantes. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había una salida? ¿Estaba encerrado? Fue entonces cuando sus ojos divisaron una pequeña muesca en una de las paredes. ¿Una salida? El ser avanzó torpemente hasta ella. ¿Qué tipo de mecanismo sería? Apoyado con ambas manos, sintiendo el tacto por segunda vez, analizaba con atención el detalle destacable de dicha pared.

La luz de la sala comenzó a parpadear repentinamente, llamando la atención del chico. Su intensidad fluía de forma sinusoidal, danzando entre un fuerte y débil resplandor. Esa alternación de potencia lumínica hipnotizó por unos instantes al recién nacido, quien buscaba comprender lo que sucedía. Fue un extraño sonido quien le despertó de ese estado. La sala comenzó a girar lentamente tras el mismo, provocando un pequeño temblor en las piernas aun no adaptadas del chico. Para evitar la caída, se apoyó sobre la pared de la muesca, mientras el movimiento continuaba. Al paso de varios segundos, un sonido idéntico al anterior advirtió la parada en seco de la rotación.

Una gota de sudor recorría la frente del joven, quien comenzaba a ponerse nervioso frente a su incomprensión, esperando al próximo suceso. La pared de la muesca, la cual se encontraba ahora apoyado, empezó a ascender. Al percatarse, retrocedió hacia el centro de la sala y, tras perder el equilibrio momentáneamente, cayó de espaldas, dañándose su trasero. Su primera sensación de dolor, aunque fuera ligera, se presentó a su sistema nervioso. Mientras se quejaba a sus adentros por el golpe, dos siluetas se generaron ante su mirada, las cuales se completaron al desaparecer por fin la puerta de su celda.

La primera aparición de seres ajenos se mostró al fin. Quien encabezaba el dúo era una mujer de cabello corto y liso, el cual descansaba sobre su cuello, con un rubio suave y sereno. Sus ojos castaños mostraban sabiduría por una experiencia del que su cuerpo no hacía gala. A continuación, una segunda mujer de aparente menor edad, con el cabello castaño y rizado, y unos ojos verdes aceituna, hacía de acompañante a la primera. Ambas vestían un ropaje blanco, a juego con el color del lugar, que solo mostraba sus cabezas y manos. Parecía una combinación entre albornoz y kimono que se mostraba formal, para nada íntimo.

-Observo que ya despertaste, pequeño. –dijo la primera. –Es probable que tu corazón sienta confusión en estos instantes. Tus preguntas tendrán respuesta pronto.

El joven permanecía en su postura accidental, sentado al suelo con las piernas hacia adelante. Sus ojos analizaban a las dos mujeres desconocidas. ¿Eran de fiar? Por alguna razón, sus dudas empezaban a dormirse bajo una paz interior. El aura de esa primera mujer estaba aliviando la suya misma.

-El joven comienza a tranquilizarse. –comentó la segunda dama. –El efecto de tu presencia ya ha dado comienzo.

-¿Eres capaz de levantarte y caminar? –preguntó ahora la primera.

Virtudes y DefectosWhere stories live. Discover now