CAPÍTULO 1: LA LLEGADA

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Los primeros rayos del atardecer se filtraban en el asfalto, y por primera vez comprendió que el próximo destino estaba realmente cerca.

Henry Barbrow conducía un Volkswagen V6 rojo metalizado, este color gracias a su hija Alison, por la carretera comarcal que comunicaba El Valle de Lobos con Tristanza, el lugar el cual estaba la nueva propiedad. Porque empezaba a ser cierto, a tomar vida propia: una casa en el corazón del estado. Desde hacía unos años, Megan había insistido día y noche en realizar un cambio de aires. No se debía al aspecto de la casa; tampoco a los fenómenos meteorológicos tan crueles. El conflicto iba mucho más allá, como si estuviera prendado de fantasía pero a su vez mezclado con una realidad arrolladora. 

Todo comenzó aquella horripilante tarde de marzo del 2014. Habían transcurrido un par de años, pero el poder de la memoria cruzaba límites que la razón era incapaz de comprender. Sentado en el sofá, con las piernas entrecruzadas y una novela de Jane Austen bajo los brazos, Henry estaba perdido en la noción de las letras cuando llegó Alison del colegio. Con una sonrisa tímida alzó la vista y la fijó en ella, pero la oscuridad le azotó el rostro al contemplar una imagen que aún permanecía en cada uno de sus sueños y en el fondo de su retina. Alison, que llevaba una pesada mochila en la espalda y los ojos decaídos y rojizos, tenía moratones, violáceos y agrietados, en diversas partes del cuerpo, entre ellas los codos, las piernas y, el que más le preocupaba, en el lado posterior del cuello. La estupefacción le sacudió el corazón, perforando con violencia el pecho, y luego dio paso a un estado de bloqueo mental. Fueron unos minutos eternos. Intentó articular, al menos, una simple palabra, o bien mostrar un ápice de su congoja, pero todo resultó inútil. Los músculos estaban tensos, fríos, y temblaban como las cuerdas de una guitarra. En cierto modo, supo que aquello podía suceder, pues Alison era una niña que apenas tenía amistades, y sus pasiones se reducían a jugar con un peluche que le regaló por el séptimo aniversario e infiltrarse en la soledad a escribir cuentos de fantasía y terror. ¿Era extraño contemplar a una niña de esa edad con una afición a la escritura? Bueno, había multitud de opiniones, pero él sabía las más pasionales: el resplandor de su alma fulguraba con más viveza cuando leía algún cuento suyo, y la belleza que le emanaba de la comisura de los labios al sonreír era lo más importante. Disfrutaba inventando historietas. Y no por ello merecía recibir la tortura de unos compañeros de clase que solo pensaban en la violencia y la tecnología, dos de los cánceres más letales de la estupidez humana.

Después de aquel suceso, creyó que el abismo había llegado a un punto álgido, que las cosas se calmarían con el tiempo. Se equivocó. Megan insistió en trasladarla a otro colegio, alejarla de esos demonios con patas, pero la esperanza le nubló la mente. Todavía no sabría explicar el por qué mantuvo una esperanza que, sinceramente, era una utopía. El caso es que lo hizo, y conllevó a Alison a padecer un trauma que arrastraría toda la vida.

A la semana siguiente, en concreto un triste y lluvioso miércoles, la oscuridad envolvió cada poro de su piel, erizándola y sometiéndola a intensos escalofríos. Mientras veía un programa televisivo en LaSexta, percibió que algo malo estaba ocurriendo. En un primer momento, pensó en paranoias del subconsciente o quizá en una enajenación mental transitoria, pero poco a poco aquella sensación fue abrazándolo, atrapándolo, haciéndolo sentir que formaba parte de su ser. Era como la típica melodía de Mozart, que iba atrayendo lentamente sin darte cuenta, pero era realmente poderosa. Entonces pensó en Alison. Sí, pensó en sus ojos verdes acaramelados, en su larga cabellera rubia flameando al viento, en todo lo que nadie se podía imaginar. Y también en la hora de salida que tenía del colegio. Fue un clavo ardiendo pegado a sus costillas, y le provocó una respiración dificultosa, entrecortada, inhalando y exhalando con rapidez mientras los pulmones se ensanchaban. Con decisión subió a la habitación, se calzó los primeros zapatos que encontró y bajó con grandes zancadas las escaleras de caracol hasta dirigirse a Megan. Le comentó que iba a ir en busca de Alison, lo que ella, con una sonrisa hermosa, le correspondió. Ahora que lo recordaba, aún era incapaz de comprender qué energía interior floreció dentro de él para instarlo a actuar de aquella manera. Cuando logró adentrarse en las estrechas calles de El Valle, en dirección Avenida de las Rosas, observó el cielo. Unas nubes densas y grisáceas se habían adueñado de él, y unas enormes gotas de agua sobrevolaban el ambiente para, al cabo de un segundo, caer sobre su cabeza. No le prestó importancia. Solo quería encontrar a Alison, besarle las mejillas y llevarla de vuelta, lo más rápido posible, a casa. El único sitio del mundo donde tenía garantizada la protección.

Delirio y Tormenta #Las100MejoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora