Ascuas

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Smokowo, Polonia, 1990.

Tras otra larga y fría tarde de invierno en Polonia, Masia, una anciana de unos 77 años de edad, de conflexión fuerte, con gran cantidad de arrugas provocadas por sus carcajadas soltadas en la juventud, ropas caseras confeccionadas por ella misma de los cueros y de las pieles de sus animales y una actitud pesimista e indiferente, se dirigía a su posada para pasar otra larga noche a la luz de la inexistente luna que aquella noche no acechaba brillante en el estrellado cielo polaco. Para llegar a su posada, Masia tenía que atravesar un sinuoso camino a través del oscuro e imponente bosque que se interponía entre su posada y su granja. La senda, iluminada con un pequeño farolillo que portaba la anciana, le  proporcionaba una frágil luz ténue, se hacía interminable a pesar de ser solamente unos cortos 900 metros de punto a punto.

Masia, como era de esperar, era una anciana solitaria y con una escasa vida social, le apasionaba la vida campestre y la naturaleza de, como ella decía; " Mis tierras vivas". Su posada estaba situada a la orilla de un pequeño lago que, por aquellos días, estaba congelado a causa de las bajas temperaturas que se venían dando desde hacía ya 3 ó 4 inviernos. A eso de las once de la noche, Masia llegó a su posada, entró en el umbral, se quitó el abrigo que llevaba puesto, lo colgó en un perchero de antigua madera de roble y se percató de que algo extraño ocurría. La alfombra de la recepción estaba pisoteada y manchada de barro, la anciana, asustada se armó con una ferrujinosa y larga vara de metal utilizada para atizar las ascuas del fuego cuando este ya está en las últimas. Subió las escaleras, poco a poco, una a una, sin hacer el más mínimo ruido ya que todas y cada una de las escaleras de la posada estaban recubiertas por una curtida y fibrosa alfombra de pieles de vaca hecha también, por la propia anciana.

-¿Quién anda ahí?; preguntó; no obtuvo ninguna respuesta.

Cuando llegó a la primera habitación que había nada más subir la escalera, oyó un fuerte golpe; como si alguien hubiese tirado una vajilla al completo al suelo.

-Seas quien seas, no vas a salir de aquí sin darme antes una explicación, sal ya desgraciado, no seas tan  maleducado de asustar a una pobre anciana. Tampoco obtuvo ninguna respuesta.

Entró en la habitación, cerró la puerta para cubrir sus espaldas y cuando la anciana se giró; dios mío, por qué se giraría, por qué le tenía que haber pasado esto a ella. Soltó la vara metálica, cayó al suelo perpleja, con los ojos como platos, suplicando y rezando para que lo que estaba viendo no fuese más que una de sus constantes pesadillas.

Aquello no podía ser una pesadilla, no, era demasiado macabro como para ser una pesadilla. Luego de unos largos treinta minutos tirada en el suelo, la anciana escuchó como unos pasos que se iban acercando a ella, cada vez más y más cerca. Unos pasos muy pesados, como si los estuviesen provocando con unas botas de metal, <clack, clack,clack>.

Puntos CardinalesWhere stories live. Discover now