Rejillas

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Pasaron unos pocos minutos más hasta que el sonido de los pasos cesó. La anciana, se asomó, con dificultades, por unas rejillas de ventilación que había en la habitación. Pobre de ella, lo que había en la habitación era el menor de sus problemas. A duras penas divisó por una rejilla de ventilación que había justo encima del rodapié una figura corpulenta e inhumana, una sombra espeluznante, ahí se encontraba, tirada en medio del amplio pasillo. Masia se incorporó y, dejando de lado aquella "cosa" inhumana tirada enmedio de la habitación, entreabrió la puerta del cuarto y observó cautelosa el pasillo. Se dio la vuelta, se armó con la vara y salió del cuarto más temblorosa aún que cuando había entrado antes.

La anciana caminaba aterrorizada por el pasillo, con sus zapatillas de piel que apenas hacían ruido y su pequeño farolillo era como un espíritu andante. He de decir que la pobre señora ya tenía un pie en el otro barrio... . Miró habitación tras habitación sin encontrar a nadie o a nada. Masia, exhausta, decidió olvidar lo que había pasado e irse a dormir.

Durante esa misma madrugada, su sueño fue interrumpido varias veces por golpes, ruidos e incluso una especie de gruñidos procedentes de, a saber Dios dónde.  A pesar de esa, ante todo, extraña noche, pudo conciliar el sueño. A la mañana siguiente no podía creer lo que estaba viendo. Se levantó de la cama, se situó en el centro de la habitación y, con gran pudor, comenzó a leer lo que alguien o algo había escrito en el suelo, no escrito con algún tipo de util de grafito no, sino tallado en el suelo, como si hubiese sido hecho por unas garras o unas uñas bastante afiladas. El mensaje decía lo siguiente; "Duermes en esta posada desde hace años y ni siquiera sabes quiénes son tus huéspedes". La anciana, se dio la vuelta y se sentó en el borde la cama, miró al frente, cerró los ojos, juntó las manos y empezó a rezar. Luego de varias horas encerrada en su cuarto, la anciana cogió sus ropajes y salió a la calle.

Cerró la puerta de su posada e inició el camino hacia su granja. No llevaba recorridos más de 70 metros cuando comenzó a levantarse una ventisca; apenas se llevó ropa de abrigo, no esperaba que con el día que había hecho hasta antes de salir de casa se fue a levantar tal ventisca. Masia seguía caminando como podía, sin pararse, ya podía divisar la granja por una franja entre sus entreabiertos ojos cuando una rama de un árbol le calló a escasos metros de la cabeza. Se paró, respiró y prosiguió, unos pasos más adelante se percató de una presencia, se giró y ahí estaba otra vez, esa figura, detrás de un árbol, acechándola. La anciana apresuró el paso y en total alerta se iba girando cada pocos metros para comprobar que aquella cosa no la estuviese siguiendo. Esa sombra se aproximaba cada vez más a ella, lenta , pesada pero iba a alcanzarla. Cuando Masia se giró para echarle, de nuevo, un vistazo, había desaparecido, sin dejar rastro alguno.












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