Capítulo 3

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-Edgar, pásame la caja al lado de la puerta. - le pidió su madre.
La ayudaba a desempacar en su nuevo salón de costura. Este era más grande y bello que el anterior, sus paredes eran de un suave lavanda, dos candelabros dorados adornando el techo crema, un armario de tres metros empotrado a la pared, dos mesas largas caobas que tenía encima una de ellas una máquina de coser y las amplias ventanas dando a la calle. Un estilo que su mamá amaba.
-¿no te dolió el cambio? - le preguntó curioso.
-yo era feliz donde estábamos, pero sé que estaremos igual de bien aquí. Si hubiera sido yo la que tendría que irse tú papá hubiera hecho lo mismo.
Sacaba de la caja carretes de hilos de todos los colores y los guardaba con cuidado en uno de los cajones.
-somos conscientes de que extrañas la casa, y que se te hizo duro la mudanza. - suspiró. - ¿que te parece ir mañana tú y yo al parque de diversiones de la ciudad?
Puso cara de pensarlo por un momento.
-me parece bien.
Su mamá sonrió aliviada y continuó acomodando.
Debido al trabajo de su padre toda la familia se tuvo que mudar. Cambiar de casa no le fue tan fácil, estaba bastante cómodo en la villa dónde vivían. Y el problema era que desde hace un año se volvió más apegado a la propiedad cuando cierta frustración comenzó a invadirlo. Lo supo el día en que sentado debajo de un árbol de mango, el único fructífero alrededor, junto a su perra Mireya su madre en la entrada al jardín le dijo: tú siempre has estado acostumbrado de mantener sólo aquí. "no estaba solo", pensó automáticamente. Pero procesando lo que se había dicho, se dió cuenta de que realmente estuvo solo aunque una parte suya seguía contradiciendose en esto.
Esta parte aumentó un domingo en la tarde, mientras perseguía a Mireya en el jardín y sin querer tropezó cayendo encima de un montón de hojas, sentía algo debajo de su estómago y al levantarse vio un broche con forma de hortensia. Sus pétalos estaban hechos de una piedra roja que supuso eran rubíes y el centro era de oro. Aquel objeto se le hacía demasiado familiar y corriendo fue a mostrarselo a su mamá, quien  estaba en la sala sentada con su papá.
-quizás sea de alguien de tu colegio. - sugirió este, que tenia en su regazo los diseños de su esposa.
-no viene nadie de mi colegio. - volvió a ver a su mamá - ¿segura que no es tuyo?
-hijo, ese broche no es mío. Te lo aseguro y me sorprende que lo hayas encontrado en nuestro jardín. ¿Harold, a ti no se te hace conocido?
-te aseguro que no, nunca olvido nada.
Ante esta graciosa declaración esposa e hijo sonrieron divertidos.
-ya que no es de ninguno de los tres y creo que mucho menos de Teresa ¿que piensas hacer con él?
-¿que haré yo?
-claro, si fuiste tú quien lo encontró.
Miró el broche en su mano. No le gustaba este tipo de cosas, pero no quería venderlo o dárselo a alguien.
-lo guardaré. - respondió.
-¿por qué? - preguntó su madre extrañada. - no pensé que te gustara.
Se encogió de hombros.
-quiero guardarlo.
Y lo guardó. Lo metió dentro de una caja de regalo y lo puso debajo de la cama, cada noche antes de acostarse lo miraba e imágenes borrosas llenaba su mente. Estuvo así por cuatro semanas hasta que de pronto pudo ver una de esas con mayor claridad : una niña tejiendo al lado de la chimenea, y en su hombro derecho llevaba el broche. Casi se obsesiona con esto.
Empezó a preguntar constantemente por familiares, sobre todo por parte materna pues estaba seguro que la niña se parecía más a su madre, ella le respondían siempre que no. Él único familiar que conoció fue a su tía y ya estaba muerta.
-¿y la tía no tuvo ninguna hija?
-no, cariño. Y te lo puedo asegurar porque yo viví con ella prácticamente desde que nací. - respondió un poco molesta por el insistente interrogatorio.
Al no obtener respuesta la frustración lo invadió por completo y deprimido se fue a sentar en la mesa de la cocina y Teresa, la empleada y niñera, llegó sosteniendo una bolsa húmeda.
-¿,sucede algo?
-no estoy loco, Teresa. Estoy seguro que conozco a esa niña.
-ah, la niña de la chimenea. No recuerdo haberla visto por acá, y dices que se parece a tu mamá ¿no?
-más bien a su tía. Se parece a la foto que hay de ella en el salón de costura.
-¿a la señora Elena? Que complicado.
-¿como hago?
-deja de preocuparte, no puedes hacer nada. Deja que el tiempo resuelva las cosas.
-¿y si no las resuelve, y si no llego a saber quién es ella?
-eso no cambiará si sigues angustiandote, sólo puedes esperar.
-bien. - susurró.
Poco a poco comenzó a relajarse, dejó de preguntar, de buscar pista en la casa y volvía estar en el jardín, para el cumpleaños número doce ya lo olvidó. Pero un día antes de irse no pudo evitar ponerse nervioso, sentía de que si se iba no resolvería nunca nada. Sacó el broche una vez más y lo miró atentamente al lado de la chimenea, como si estando en la misma posición que ella recordaría todo.
Había pasado veinte minutos cuando cerró la mano y lo metió al bolsillo. “el tiempo lo arreglará", se recordó.

El lugar resultó ser una decepción. No lo llevó a aquellos parques gigantes con techo transparente, donde las luces neón y colores fosforescentes brillaban por todos lados, donde las motañas median más de cien metros, donde había simuladores de guerra o juegos acuáticos extremos. Lo llevo a uno viejo, al aire libre y con juegos antiguos. El lugar se encontraba medio vacío.
-¿por qué a este? - preguntó desanimado.
-el otro queda demasiado lejos y no puedo abandonar mi tienda por mucho tiempo.
-¿ya tienes clientes?
-si, tengo diez. - asintió complacida. - el mismo día que abrí se me acercaron a preguntar.
No volvió a a quejarse, la parte buena era que podían traer a Mireya y no quería arruinarle el ánimo a su madre. Luego de salir de la casa de terror aburridos, se sentaron a comer unas hamburguesas, observando el alrededor se dio cuenta que la mayoría de los presentes eran mayores. La perra comenzó a ladrar a una dirección y siguiendo su mirada se encontró con dos muchachas vestidas de blanco con un colorido pelo. La de lila llamó la mayoría de la atención.
-mamá, ¿que son ellas?
-son neobidias. - respondió sin prestarles mucha atención. - ¿te acuerdas cuando te dije que existían personas con poderes? Están vestidas de ese modo porque pertenecen a una academia donde se les enseña controlarlos y usarlos de forma adecuada.
-¿conociste alguno?
-no, pero mi tía me dijo que mi madre era uno de ellos.
-es raro, ya que tú no tienes poderes.
-no siempre se hereda.
-quizás por eso te dejó.
-quizás. - se limpió la boca con una servilleta. - lo mejor es que te mantengas alejado de ese tipo de personas, son peligrosas.
Se paró sacudiendose las migajas de su pantalón de tela azul claro.
-iré al baño, ¿me acompañas o me esperas sentado?
-te espero aquí.
-entonces no me demoro.
Apenas su madre entró al baño portátil, amarró a la perra a la mesa y se fue caminando directo a la chica de pelo lila. Se repetía varias veces que parara o que se diera la vuelta pero seguía, determinado a verla de cerca.
Detrás de ella, tomó su mano para llamar su atención y al voltearse y verle la cara lo mandó directo a la foto de su tía abuela Elena. Era ella la del broche.
-¿puedo ayudarte?
Escuchó su voz y se arrepintió, no debió ser tan directo. Por su forma de hablar y mirarle claramente no lo conocía. La vergüenza lo puso a sudar.
-yo...yo lo siento, me he equivocado. - se disculpó y se marchó corriendo con la cara roja.
En la mesa se azotó la cabeza contra esta. "tonto, tonto, tonto, tonto", se repetía. Desperdició la mejor oportunidad de la peor manera y posiblemente haya quedado como un loco.
El tiempo lo arregla todo. Se habían estado repitiendo esto varias veces aunque no lo creía del todo, era una forma de darse un poco de esperanza. Y en ese momento toda duda se fue y las palabras de Teresa no podían ser más ciertas.

















































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