Es decir, ¿qué más les iba a dar al personal del hospital no encontrarse con su infierno con patas al día siguiente?
Incluso se alegrarían.
Esto habría hecho entristecerse al chico hace tiempo. Sin embargo, ahora, como que le daba un poco igual.
Salió corriendo de su habitación y pasó rápidamente por alguna taquilla y sacó algo de ropa más normal que su bata de hospital, y sacó también un poco de dinero. Sabía que estaba mal, pero por una vez...
Sintió el aire en la cara en cuanto abrió la puerta principal. No hacía viento, pero para alguien que vivía casi toda su vida bajo techo era bastante relajante. Aún así seguía sintiendo esa sensación de estar encerrado. Pero por una vez era mejor olvidar la ansiedad.
Bajo por la calle. Annemarie tenía razón, los edificios eran altísimos y a causa de la niebla era imposible divisar el fin de éstos. Las farolas de metal era como si estuvieran indicando el camino, y por alguna razón estaban aluminando muy poco, como si estuvieran al mínimo. Comenzaba a escuchar un zumbido de fondo y siguiéndolo fue convirtiéndose cada vez en una melodía más nítida. Voces allí y allá que impregnaban la escena.
Justo como ella le había contado, un mar de fuego en el cielo bajo, atrapado en lámparas de papel balanceándose al ritmo de la gente debajo, caminando por las calles entre millares de puestos, tenderetes, pequeños artistas que saltaban de pared en pared utilizando a los elementos como herramienta. Los malabaristas de fuego soplaban por la boca llamaradas de colores que otros daban forma soplando, usando tierras y metales para crear pequeños fuegos artificiales que caían sobre la gente a pie de calle, la cual se protegía por el agua que lanzaban otros y creaban así arco-iris que aplaudían los habitantes. Éstos hablaban, gritando prácticamente entre tanto barullo, vestidos con trajes pomposos y con cintas, algo parecido a lo que nosotros llamaríamos kimonos o hangboks,..los chicos con símbolos pintados en la cara de color negro, igual que el cabello de todos. Las chicas también lo tenían así, atado en bonitas estructuras que ni el mejor arquitecto podría proporcionarles más harmonía y equilibrio. Delicados palillos con grabados dorados y plateados en madera pintada sujetaban su cabello,...
Él, en ese momento en pleno shock-era la primera vez que de veras salía y veía algo así- mientras se chocaba con la gente y ni hacía caso a los insultos que le soltaban por estar perdido en su mundo, se fijó en la punta brillante de un par de palillos lilas y dorados, bajó por la delgada varilla y la joven que los usaba se giró. Era Annemarie, la Anne que llevaba viniendo a cuidar de él tanto tiempo y a contarle historias que sólo creía porque se las contaba ella. Sus ojos brillaban, sonreía mientras hablaba tranquilamente con los que serían sus amigos. Las luces, el fuego, las voces, la niebla que sacudía todo parecía haber detenido todo por unos instantes, que para Mischa se convirtieron en años...de pronto sintió algo húmedo deslizándose por su mejilla...no tenía pensado pensar en alguien, y menos en ella.
Y decidió irse en otra dirección antes de terminar llorando y arrepintiéndose. Justo en ese exacto momento Annemarie, al girarse, le dio la sensación de que la cara de alguien en la multitud parecía recordarle a alguien. Vio la silueta de espaldas, corriendo en dirección contraria a los habitantes y salió corriendo sin dudarlo. Sus amigos le gritaron pero no respondió, era así.
Mischa corrió y corrió, recordando y siguiendo lo que le había dicho Anne. El mar, el océano, es agua con sal, aunque hay días que ese olor cambia, y se vuelve un aroma ''melancólico'' y que huele a ''casa''. Se reía cuando se lo contaba porque sabía que hasta que no lo oliera él no lo entendería.
Ahora lo entendía y lo seguía. No se hacía a la idea de ver el mar por primera vez...sólo escuchaba lo que le decían los libros y ahora Anne. Se detuvo al ver una niebla algo más espesa, a través de la cual se divisaban algunos destellos en filas...
Ella corría entre la gente, justo en dirección contraria, y chocándose, resbalando y cayendo más y más a lo largo del camino. Sólo seguía la silueta. Las farolas dejaban de brillar así que costaba más y más seguirle. Al chocar, caer, se le enganchaba el vestido con los de la demás gente, o con las esquinas de los edificios rotos. Incluso se cortó en el abdomen al girar una calle bruscamente al encontrarse su piel con un trozo de metal en una farola quebrado.
Avanzó hacia la niebla. La humedad te relajaba y hacía que respirar se volviera más pesado. Las luces se hacían más nítidas. Con cuidado se quitó los bonitos zapatos y los tiró sin mirar. Las luces eran farolas. Llamas de electricidad que alumbraban el puerto. El puente sin extremo se alargaba delante de ella. Nunca había escuchado que esas farolas hubieran tenido que estar encendidas. Brillaban de color azul cobalto, cómo si se movieran hasta que posabas tu mirada sobre ellas. De pronto, en un paso, sintió la madera bajo sus pies en lugar de la piedra de la calle. Le dio un escalofrío y siguió caminando. Nunca habría pensado hacer algo como esto. Y mucho menos por quién lo estaba haciendo. El miedo se apoderó de ella. Se relajó y miró al frente. Era como si un viento imaginario meciera la madera.
Delante de ella, una sombra en forma de humano caminaba, de mano a la niebla hacia el borde del puente del puerto. Las farolas parecían alumbrar para...él. En la costa nunca hacía viento, aunque a cada paso que daba al acercarse las telas rotas de lo que era su vestido ondeaban más y más. Aceleró el paso y le pareció distinguir un cabello marrón moviéndose con el viento. No llegó a preguntarse quién o qué podría ser y comenzó a correr. Mischa avanzaba a paso lento, como si el tiempo no existiera, mientras el tiempo de Anne se estiraba y estiraba para que no llegara a por él. A ella le pareció que le molestaba y empezó a tirar de los trozos harapientos de su vestido. Los palillos unos momentos antes entre su cabello estaban chocando contra la madera del puerto, haciendo eco en la eternidad al caer. Sólo telas blancas seguían sobre ella, como un fantasma.
Una especie de sombras se asomaron por detrás de los finos portes de las farolas. Como bestias de la oscuridad, comenzaban a seguir al chico, mucho más rápidos que Anne, la cual intentó coger la cola de uno, pero lo único que consiguió es una neblina rompiéndose en trozos. Era tan estremecedor,...nunca había visto algo así. Sin querer tropezó y chocó con el suelo, rodando. Por suerte lejos del ancho borde. Reanudó el paso sin pensar y varias bestias de sombra la atravesaron. Sintió una sensación húmeda por todo el cuerpo, y el agua del suelo del puerto había llegado a su pelo. Éste empezó a derretir su color negro. Como una cascada a cámara lenta, el líquido negro que lo cubría se resbalaba y caían gotitas formando un charco. Se desteñía y el único color en él era el de la luz en él. Parpadeó varias veces, se quitó las lentillas marrones de los ojos y sus pupilas brillaron del color del cobalto reflejando la luz de las farolas. No llegaría, y aún así seguía intentando correr.
Mischa se detuvo al borde del puente, donde aparentemente no había extremo. Logró divisar el agua del mar a sus pies. Desde el fondo del mar parecía haber alguien, un dios tal vez, una bella y misteriosa criatura, sujetando una linterna de color celeste intenso, soplando plata en el agua para que brillara más fuerte. La luz ondeaba en el agua y él giró los pies al echarse hacia delante. Tiró algo hacia la ciudad que cayó en el puente, y en ese mismo instante vio a Anne corriendo tras su mano y juntaron la mirada, no las manos. Ella sólo logró crear una linda brisa con su dedos cerca de la mano de él, pero ya estaba cayendo. La chica tropezó y cayó tras él, abriendo los brazos con intención de rodearlo...
...salvarlo.
El tiempo se detuvo, sus ojos entrelazándose, y a la vez mirando el reflejo en el agua. Las estrellas, las galaxias, viéndolas por primera vez en el espejo del océano-tanta belleza para nunca verlas de veras, sino en un simple reflejo-. El tiempo recordó volver y sus ojos tocaron el agua, cegándose con la luz proveniente de la profundidad rebotando en las millones de burbujas que les acompañaban al caer en el agua. Y una vez más sus manos tan sólo se rozaron las yemas de los dedos.
Lentamente entrecerrando los ojos, escuchando la bonita melodía del silencio, un cuerpo flotando hacia la superficie, otro desafiando la ley natural y derramándose en el abismo, las imáge es volviénd se cada v z menos nít d s...d s lvié d se...
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Los colores del corazón
Fantasy¿Qué ocurriría si en verdad todo lo que conoces, todos los males del mundo, dentro y fuera de ti, no fueran nada o fueran una mentira en la que has vivido toda tu vida? Acaso...¿sigues creyendo en que la esperanza es lo último que se pierde...? A ve...