Yo, Tenebris

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En un sitio entre los bosques que abundan en las afueras del pueblo, se contemplaba una cabaña descuidada, con termitas en las escaleras principales que predicaban la caída de la estructura. El lugar estaba rodeado de árboles largos y viejos. Arriba de la choza se podía identificar que salía humo de la chimenea. El fuego estaba intacto, vivo, y de color azul.

Un diablillo enano y delgaducho, con garras afiladas, caminaba en dos patas hacia el lugar, subía los escalones, miraba a los lados viendo el panorama y entró.

Las paredes de madera estaban carcomidas por los insectos y tomaron un color negro alquitrán. Animales petrificados, con gusanos en su interior, que te aclaraban que no estaban disecados de un inicio. Los muebles, al igual que se encontraban deteriorados, estaban cubiertos con sábanas que no se exentaban del polvo; la chimenea quemaba restos de muebles, madera lista para alimento de insectos.

El engendro se puso frente a un cuadro del tamaño de la pared, con acabados de caoba alrededor y del cual se veía un hombre con vestimenta del siglo XVI, una camisa de botones llamativos, dorados, portando una capa sin cuello, presumía mangas con olanes blancas y una silla esculpida en mármol, con toques de oro, y cojines de tela color rojo hecho de seda. Se observaba un anillo de cuarzo negro. Tenía un desgaste con el paso de los años, y además, estaba quemada en la parte del rostro, pareciendo que fue a propósito. El enano sacó una especie de fuego azul juntando los dedos y lo arrojó al cuadro.

Sonrió y el cuadro se cubrió de aquella llama, dio unos pasos al frente y caminó al cuadro. Lo atravesó y dio a parar a una cueva más lúgubre que el sitio anterior. Avanzó por un pasillo con pedestales que tenían platos con ceniza, y les salía fuego iluminando el lugar. Del techo se asomaban estalagmitas muy filosas, goteando la filtración del agua.

Del otro lado de la mazmorra se escuchaban voces; el diablillo llegó a un sitio lleno de matraces, libros, frascos de muchos tamaños y transparencias, con muchas cosas dentro, como materiales que parecían ser comunes: madera, polvo, agua de varios colores. Después nos adentraba mostrando algo más excéntrico como muestras de ojos, alas de murciélago, uñas de dudosa procedencia, líquidos viscosos azules, rojos, verdes, algunos asquerosos, otros no tanto. Era una extensa barra de especias excéntrica. En el centro, estaba un gran caldero sobre una fogata, del cual salía humo rojo.

El extraño estaba suspendido en el aire, con las piernas cruzadas, leyendo un libro. Le dio la bienvenida:

—Fear... has llegado. Cuéntame si le has hallado el rastro.

Vio cómo Fear se sacudía la tierra y se sentaba hurgándose los pies; después le dijo:

—Kaiser, no sabes en qué lugares asquerosos me llegué a escurrir. ¡Este pueblo es repugnante!

—Aquí es de donde se siente una presencia mágica grande. —Bajó la mirada; se sentía intrigado. Nunca había encontrado una fuente mágica así de grande en los últimos años—. Es tan intensa que supe identificarla desde Rusia. Es más grande que las altos mando... —Explicaba mientras daba pasos inquietos en el sitio—. ¡Si la conseguimos tendré el poder suficiente y hasta de sobra para destruir al concejo! No puedo dejar pasar esta oportunidad. Su destrucción es algo que he planeado durante casi dos décadas.

El menor se espulgaba los pies quitando tierra, lodo y unos cuantos insectos que había aplastado, para después tragárselos. Luego sugirió, masticando:

—Bien. Mira, una manera de saberlo es a la fuerza. Ayúdame y te daré información si veo algo interesante.

—¿Qué es lo que tienes planeado, exactamente?

—Más ayudantes. El pueblo es algo grande; traeré una persona cada que podamos y tú verás si tiene cercanía a esa esencia mágica.

Puso una mano en su barbilla y lo consideraba. Tampoco quería llamar la atención, pero no había otra manera más sutil de hacerlo.

Esencias Mágicas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora