El lobo feroz

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Los árboles se mecían por la fuerte tormenta, las ventanas repiqueteaban y se empañaban por la lluvia; rayos se veían destellar en el negro día y los truenos estremecían mi alma solitaria.

Sonaba sin parar mi celular, lo tomo de la mesita de noche y veo el identificador de llamadas.

Es él. Otra vez.

Siento como los recuerdos vuelven atropelladamente, las imágenes del que era mi novio besando a alguien más y entrando, entre caricias y miradas, a una casa que claramente no era la suya. Sacudo la cabeza para tratar de olvidar lo que vi y lo que sentí.

Nuevamente el sonido del teléfono se escuchaba por toda la habitación.

Cada maldito tono de llamada dolía, oprimía mi pecho hasta que sentía que no podía respirar, con el dolor y las lágrimas al borde vi nuevamente el identificador, una sensación de alivio me embargó cuando reconocí el nombre de mi amigo, apreté el botón para contestar, al menos él nunca me engañó.

- ¡¿Aló?!  ¡¿Nathan?! - aparté rápidamente el teléfono por el grito que pegó Carlos- ¿Estás bien? ¿Dónde estás?- Seguro que ya se enteró, ¿cómo?no lo sé. Carlos, como sea, siempre se entera de las cosas. - ¡¡Yo lo mato!! - sí, ya se entero.

- Tranquilo Carlos, no vale la pena. Además estoy bien, no te preocupes - mi tono de voz era bajo, no podía evitarlo, han sido horas desde que pronuncié palabra alguna.

- ¿Que no me preocupe? - soltó un pesado suspiro antes de seguir hablando, la pena se escuchaba en su voz - Cariño...ibas a casarte mañana.

Luego de largos minutos, en los que miraba el anillo dorado que llevaba en el dedo, aparté el móvil y lo puse en altavoz, dejándolo a mi lado.

Ya no soportaba seguir teniendo el anillo, sentía que me quemaba. Los recuerdos de días felices llegaban como una estampida a mi mente, el día en que nos conocimos, las miradas que nos dirigíamos, la primera cita, el sexo, las palabras de amor que estúpidamente creí, el día que nos comprometimos.

Las lágrimas caían sin parar por mi rostro, sentía como me faltaba el aire por tratar de contener los sollozos. Desafortunadamente la presión fue tanta que no pude evitar no romper a llorar olvidando por completo que estaba al teléfono.

- Voy para allá - la voz de Carlos rompió mi burbuja de auto-compasión - Nat, dime por favor que estás en tu casa.

No podía dejar de llorar, hipé  de cuando en cuando. Sabía que Carlos estaba esperando mi respuesta, tomé una gran bocanada de aire y pude responder.

- No, Carlos. No estoy en mi casa, ese sería el primer lugar donde me buscaría.

-Entonces ¿En dónde estás?

Esperó a que le respondiese, mi respiración superficial era lo único que se escuchaba en la habitación y después de unos momentos respondí- Estoy en la cabaña.

-¡¿Qué?! Joder Nathan. Bien, espérame allí cariño.

- No vengas Carlos, hay mal tiempo. Hablamos luego.

Antes de que siquiera Carlos me respondiera colgué y apagué el celular. Sé que fui egoísta y desconsiderado por haber preocupado a mi amigo pero, necesito al menos un día para lamer mis heridas en solitario.

Salí de la habitación y me dirigí a la sala de descanso, encendí la chimenea y jalé una manta, que siempre dejaba  en el sillón al lado de la ventana, para cubrirme. Subí mis piernas hasta poder abrazarlas y miré por la ventana como poco a poco la tormenta se apaciguaba.

Luego de unas horas desperté, abrí lentamente los ojos esperando un poco para adaptarme a la luz de la luna, que entraba por mi ventana.

De pronto un gran estruendo me sobresaltó, me levanté rápidamente del sillón arrepintiéndome enormemente al sentir a mis piernas temblar, haciendo que cayera de bruces al suelo.

Aullidos (BL)Where stories live. Discover now