"Fragmento de espectro". La ultima palabra. Parte 1 y 2.

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«La tuya... no la mía».(Cazador renegado Shin Malphur, a Dredgen Yor durante el enfrentamiento en la Cresta del Menguador)La Última Palabra es un arma intrínsecamente romántica, una vuelta a tiempos más simples donde la buena puntería y los proyectiles grandes eran suficiente para dispensar justicia en la brutalidad de una frontera sin ley. Por supuesto, hay quienes dicen que esos tiempos han regresado. 

PARTE 1: Lo que escribo son recuerdos.

Algunos míos, pero no todos. Puede que los hechos no se correspondan con la realidad, pero se aproximan bastante. Como, de todas formas, no queda nadie que pueda contradecirlos, esta será la historia del asentamiento al cual llamamos Palamón y los horrores que sucedieron tras un breve periodo de calma.

Recuerdo mi hogar y las historias sobre ese paraíso que quizá algún día llegaríamos a ver... una ciudad que «brilla incluso de noche». Palamón no brillaba pero era un refugio, o algo parecido.

Nos habíamos asentado en el corazón de una cordillera que se extendía hasta el horizonte. Sus montañas boscosas se erigían como queriendo alcanzar el cielo. Los inviernos eran duros, pero los árboles y los picos nos protegían del resto del mundo. A veces hablábamos de mudarnos y de buscar la Ciudad. Pero solo eran ilusiones.

De vez en cuando se veían transeúntes. Y en ocasiones se quedaban, aunque no era lo común.

No existía una autoridad definida, pero sí había leyes, unos principios básicos con los que todos estábamos de acuerdo y que más tarde fueron supervisados por el juez Loken.

Y así es como sucedió: no había autoridad hasta que la hubo. Yo era muy joven y no lo entendí del todo. Recuerdo a Loken como un hombre muy trabajador que degeneró con el tiempo. Sobre todo yo creo que estaba triste. Triste y asustado. A medida que su poder crecía en Palamón, la gente se iba marchando. Los que se quedaron veían como los días se tornaban grises. La protección de Loken -contra los caídos, contra nosotros mismos- se transformó en una dictadura.

Cuando lo analizo, creo que Loken había perdido demasiado: a su familia, a sí mismo... Pero todo el mundo ha perdido algo. Y algunos directamente no teníamos nada desde el principio. La única memoria que tengo de mis padres es borrosa como un sueño y lejana como la luz de sus almas. No suelo pensar mucho en ellos. Los perdí a una edad temprana, secuestrados por los caídos.

A partir de ese instante, Palamón me crió. Esos a los que llamo familia, o solía llamar familia, me cuidaron como a uno de sus hijos. Era una buena vida. Mi perspectiva estaba distorsionada al ser la única vida que conocía, y no fue fácil lidiar con la pérdida, pero yo diría que era una buena vida.

Hasta que dejó de serlo, claro.FIN DE LA PARTE 1.

PARTE 2: El hombre al que acabaría conociendo como Jaren Ward, mi tercer padre y probablemente mi mejor amigo, llegó a Palamón por el sur.

Yo solo era un niño, pero nunca olvidaré el lento caminar de su silueta por la senda de entrada a nuestro poblado.

Nunca había visto a nadie como él. Quizá ninguno de nosotros lo había hecho. Él dijo que solo estaba de paso, y yo lo creí... aún lo creo, pero a veces la vida se entromete en las intenciones de uno.

Recuerdo ese día con perfecta claridad. Pero, de todos los detalles —matices y momentos— lo que más destaca en mi mente es la pistola que Jaren llevaba en la cadera. Un cañón inmaculado pero aguerrido. Como una reliquia, colgada por debajo de la cintura, de todas las batallas en las que había luchado. A la vez un trofeo y una advertencia.

Este era un hombre peligroso pero con un cierto resplandor, una pureza en su aplomo que parecía indicar que su ira era algo que había que ganarse, no algo que él repartía por descuido.

Fui el primero que lo vio venir, aunque en seguida todo Palamón acudió a recibirlo. Mi padre me sujetaba mientras todo el mundo permanecía en silencio.

Jaren no emitió sonido alguno tras su elegante casco de piloto. Se parecía a uno de esos héroes de las historias y a día de hoy no tengo muy claro si el silencio entre la gente del pueblo y el aventurero fue fruto del miedo o del respeto. Me gusta pensar que fue lo segundo, pero cualquier verdad que atribuya a aquel momento sería mi propia interpretación.

Mientras esperábamos a que viniera el juez Loken para dar la bienvenida oficial, la impaciencia me pudo. Me solté del agarre de la pesada mano de mi padre y corrí, cruzando el patio, hasta parar a tan solo unos pasos del intrigante sujeto, este hombre tan distinto a todos los demás.

Me quedé mirando perplejo y él fijó su atención en mí, con la mirada escondida tras el grueso visor tintado de su casco. Rápidamente bajé la vista hacia la pistola. Me tenía fascinado. Imaginé los lugares donde esa arma había estado. Todas las maravillas que había contemplado. Los horrores que había soportado. Mi imaginación saltaba de un acto heroico al siguiente.

Casi ni me di cuenta cuando él comenzó a arrodillarse, sujetando el arma como si me la estuviera ofreciendo. Mis ojos solo se fijaban en el revólver, hipnotizados.

Recuerdo que me giré hacia mi padre, viendo la cara de todos aquellos a los que conocía. Encontré preocupación en sus ojos y a mi padre negando con la cabeza como rogándome que no aceptara el regalo. 

Volví mi atención hacia el hombre al que más adelante conocería como Jaren Ward, el mejor cazador que este sistema haya conocido y uno de los más grandes guardianes que jamás hayan defendido la Luz del Viajero...

Y tomé el arma con la mano. Cuidadosamente. Con suavidad.

No para usarla, sino para observarla, para soñar. Para sentir su peso y averiguar su verdad.

Esa fue la primera vez que sostuve «La Última Palabra», pero por desgracia no fue la última. FIN DE LA PARTE 2.   

La historia del lore perdido de destinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora