La Realidad.

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Me desperté en un lío de sabanas, mi pelo en una maraña, y mire al reloj digital situado en mi mesa de luz. Eran casi las 9 de la mañana, o por lo menos eso creía, ya que mi visión estaba borrosa debido a las lagañas acumuladas durante la noche. Me senté lentamente en la cama, de tal forma que mis piernas colgaban por el borde de esta. Estiré los brazos y en ese momento me dí cuenta; hoy era Domingo 1ro de Enero.

Tras observar fijamente a la pared por unos diez minutos, tomé la decisión de levantarme. Me dirigí a la cocina con la intención de preparar un desayuno estrella: Huevos con tocino. Unos veinte minutos mas tarde (durante los cuales había logrado quemar la comida repetidas veces), me rendí, y opté por un plato mas sencillo. Mi primer desayuno del año consistió en un tazón de cereal y un vaso de leche. Luego de engullir mi desayuno con una velocidad increíble, volví corriendo a mi cama, con mucho frío y sueño. Encendí la televisión frente a mi cama con la intención de mirar algún programa de policías, y para mi sorpresa en ese momento estaban transmitiendo un capítulo de La Ley y El Orden. Lo miré de manera placentera, me encantaban estos programas de televisión. Cuando un episodio sobre una chica asesinada por su novio psicópata estaba por terminar, me encontré cayendo en un profundo sueño.

Al despertar, corrí hacia la puerta de la habitación. Al verificar que estaba cerrada, volví rápidamente a la cama de mi dueña. De un salto me situé en su pecho, posando mis patas sobre su cuello, su cara y sus brazos. Aún así, ella no despertaba. Estaba profundamente dormida, su cabello formando un halo alrededor de su cabeza y su boca entreabierta murmurando cosas ininteligibles. A veces me preguntaba si sabía que era la mejor dueña del universo, y si sabía cuanto yo la quería. 

Sin embargo, hacía ya 3 horas que no me había alimentado. No me gusta recurrir a métodos ruidosos para despertarla, pero realmente estaba con mucha hambre. Bastó con que ladrara una sola vez, y ella ya saltó de la cama, confundida y asustada. Apenado por haberla sobresaltado, lamí su mano para que se tranquilizara. Al ver que solo era yo, su expresión atemorizada se convirtió en una sonrisa, y me pasó su mano por la cabeza. Murmuró algo que en su lengua debe significar "hola", o "buenos días", y procedió a estirar los brazos hacia arriba.

Se levantó de la cama, y yo la seguí. Destrabó la puerta y juntos nos dirigimos hacia la cocina. Una vez allí, ella sacó de un estante una bolsa de alimento y me sirvió un poco en mi plato. Lo devoré en cuestión de segundos, sin reparar en el hecho de que sabía igual al cereal que había comido unas horas antes. Mientras mi dueña se dirigía al baño, se podía escuchar música proveniente de la habitación, anunciando el final de otro episodio de La Ley y El Orden. 


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