Capítulo 32.

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Como si necesitara otra cosa en el mundo, cuando salí de los laboratorios choqué contra otra chica, pero no era cualquier otra chica. No, Stella tenía que ser. 

   Ésta parecía estar a punto de disculparse hasta que notó que era yo. 

   —Mary —me dijo con desprecio—, qué gusto verte. 

  —¿Qué haces aquí? —le pregunté, sin poder dejar de sentirme molesta por lo que acababa de suceder con Aaron. Ésta sonrió con suficiencia, logrando que un deseo salvaje de descargar mi furia tirándole uno o dos dientes creciera—. Vine a acompañar a Aaron. Lo encontré en la mañana y se veía deprimido, y vinimos juntos aquí. Después nos dio hambre y fui por comida —esta señaló un par de bolsas que traía en las manos. 

   —¿Estabas con Aaron? —pregunté, mucho más molesta. 

   —Eso fue lo que dije —contestó sonriendo—. ¿Nos vas a acompañar a comer?

   —No. Disfruta su compañía —contesté, reanudando el paso para poder irme a mi coche y evitar involucrarme en otra maldita pelea. No giré a ver a Stella, pero sabía que estaba sonriendo por mi retirada. 

   Lo último que necesitaba en el mundo era encerrarme en mi departamento a llorar como una maldita loca, por lo que me dirigí a mi oficina en medio de un sentimiento de culpabilidad que no podía borrar de mi pecho.

   Bien, aceptaba que las intenciones de Aaron habían sido buenas, e incluso consideraba que podría haber regresado a pedirle perdón y hablar como personas normales si no hubiera aparecido Stella. 

   ¡Y ni siquiera sé que me molestaba tanto de ella! Debería de alegrarme si Aaron y Stella comenzaban a salir, así me quitaría a Aaron de encima y podría volver a mi solitaria vida.

   Pero, de alguna forma, me sentía incapaz de volver a estar sola. No lo hubiera soportado. 

   La idea de una vida donde Aaron no estuviera fastidiando mi existencia se hacía insoportable de solo pensarla. 

   Cuando llegué a la oficina, no tardé en notar que mi ausencia combinada con la renuncia de Abby había provocado que todo estuviera hecho un completo desastre. Había citas por todas partes, conferencias y exposiciones que tenía que planificar y los cargamentos de comida y regalos tenían que enviarse a África en poco tiempo. Y yo había pasado todos esos días llorando porque mi padre no me quería. 

   Bien hecho, Mary. 

   Las chicas de la recepción me habían seguido por todo el camino, informándome del caos que había en todas partes. Sabía que si Abby se hubiera hecho cargo de todo mientras no estaba, todo estaría en perfecto orden, por lo que mi primera conclusión fue que debía de contratar una nueva secretaria. 

   —Abby estaba encargándose de eso, creo que tiene una lista —me informó una de las chicas, entregándome un reporte de las donaciones más recientes—. Bien, llama a Abby. Necesito esa lista. Y tráeme un café ¿Quieres? —pregunté, hundiéndome en todo el caos que hacía un excelente trabajo distrayéndome para no pensar que Aaron y Stella estaban en una misma habitación a solas. 

   —¡Abby está en la línea dos, señorita! —gritó una de las chicas. Rápidamente descolgué el teléfono, todo para escuchar la voz de mi enérgica secretaria, y ya no la de la loca hermana de mi novio. 

   —¡Sabía que todo se iba a ir para abajo si dejaba de ir! —me dijo, al otro lado de la línea. 

   —¡Felicidades por notarlo! Ahora, dime donde está esa lista de candidatos. Necesito a alguien competente en este momento o me volveré loca aquí —Abby soltó un gruñido—. No contrates a nadie más, ya voy para allá —me dijo. 

   —¿Estás loca? ¡Estás embarazada!

   —Eso no ha afectado mi cerebro, Mary. 

   —Pues parece que sí. Te prohíbo que salgas de esa casa, si algo le pasa a los bebés Paris me va a linchar —Abby soltó otro gruñido, parecía muy concentrada haciendo algo—. Bien, bien. Llamaré a todos los candidatos que tengo en la lista, los entrevistaré rápido y te enviaré al más competente ¿Eso está bien?

   —Perfecto. Envía a mi nueva secretaria mañana a las nueve de la mañana. 

   Y colgué. 

   El resto de las siguientes seis horas las pasé metida en un montón de solicitudes y eventos que planificar, logré acordar citas con editoriales que estaban dispuestas a dar pequeños porcentajes de la venta de libros selectos y pude aprobar la cantidad de presupuesto necesaria para los cargamentos de comida que enviaríamos a África para navidad. 

   Me detuve solo hasta que la montaña de papeles se redujo considerablemente, además de que mi cerebro parecía a punto de colapsar por tantas letras y números, por lo que decidí que lo mejor era regresar a casa. 

   Estaba agotada, y ciertamente estaba cansada de seguir peleando con Aaron, por lo que solo me dediqué a conducir tranquilamente a casa, sin importarme lo mucho que me molestaba que Aaron hubiera pasado su tarde con Stella. 

   Subí las escaleras sin gana y abrí la puerta de una patada, deseando cenar algo y después largarme dormir. 

   Pero a Aaron le encantaba llevarme la contraria. 

   Cuando llegué al departamento, habían un par de velas en la mesa de la cocina y un ramo de flores enorme en un jarrón en la sala. Y Aaron estaba ahí, sentado y con sus gafas puestas, leyendo un par de papeles. 

    —¡Mary! —dijo éste, pegando un brinco. Acomodó su cabello un poco y sonrió tímidamente, mientras que yo cerraba la puerta con ayuda de mi talón. 

   —¿Se fue la luz? —pregunté, señalando las velas. 

   —No. Te preparé la cena y... una sorpresa, creo. Stella me dijo que te vio en la entrada de los laboratorios y creí que estarías un poco... molesta, creo—arrojé mi bolso al sillón y masajée mis sienes, decidida a no pelear más con Aaron—. No estoy molesta —contesté, dirigiéndome a la cocina en busca de la cena. 

   —¿De verdad? —preguntó Aaron, mientras yo comenzaba a servirme un poco de lo que parecía spaguetti o un intento de—. De verdad. Me da igual lo que hagas con Stella o con cualquier otra chica —literalmente arrojé el spaguetti al plato y posteriormente a la mesa. 

   —Eso no suena sincero —me dijo éste, sentándose frente a mí. 

   —A veces es bueno mentir—contesté. 

   —No me gusta que me mientas, Mary. Podemos arreglarlo—solté una pequeña carcajada y negué con la cabeza—. Bien ¿Quieres saber que me estoy muriendo de celos por cualquier cosa que esa... esa... zorra te hizo hoy por la tarde? ¿O que mi día ha sido terrible? ¿Que tengo los pies hinchados y ganas de llorar? ¿Quieres saber que me he estado preguntando toda la maldita tarde porque es que siento que me estoy enamorando de alguien ocho años menos que yo?—arrojé el tenedor contra el plato y tomé mi cabello en un intento desesperado de llamar a mi paciencia. 

   —No quiero pelear y no estoy bien, creo que mejor iré a dormir —susurré. Me puse de pie, pero casi de inmediato Aaron me tomó de la mano y me envolvió entre sus brazos, a pesar de que se dio un buen golpe con la mesa. 

   —Yo también te amo —susurró éste contra mi cabello, logrando que comenzara a soltar todo el montón de lágrimas estúpidas que había intentado retener toda la tarde. 

   A veces, cuando veía a mis papás pelear y después los veía abrazados llorando y diciéndose lo mucho que se amaban, pensaba en que era ridículo haberse gritado segundos antes y después arrojarse a los brazos del otro; pero en ese momento parecí entender todo lo que no había podido comprender en ese entonces. 

   A veces, la mejor solución era solo decir la verdad, llorar un poco y besarse. Y después, todo estaba bien. 

   Eso fue lo que hicimos Aaron esa noche. Éste logró convencerme de hablar con mi papá Paul sobre lo que había dicho, me había aclarado que nunca intentaría nada con Stella y me prometió que hablaría con Abby para evitar que siguiera metiéndose en nuestros asuntos. Me dio un masaje en los pies, me arropó como si fuera una niña pequeña y me dejó descansar. 

Mary Lennon-McCartney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora