Epílogo

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La hoja del cuchillo centelleaba furiosamente como si tuviera la capacidad de absorber la emoción que ardía en el pecho de su portador.
El joven encadenado se debatía violentamente en un torpe intento por
escapar, el eco de las cadenas solo hacía aumentar la excitación del Rubio que acaricio con sutileza las heridas aún abiertas de su víctima, alargó la mano por su torso y la corrió hasta los genitales del joven moribundo que ahora no era más que un asqueroso pedazo de carne a punto de ser desechado.
El cuchillo refulgió unos segundos en el aire antes de caer con un furtivo movimiento y cortar el miembro del muchacho el cual soltó un alarido, el más fuerte quizá que aquella garganta haya proferido. Nathan lamió por ultima vez la sangre fresca que ahora empapaba sus manos, podía verse como el joven rubio se excitaba con tan solo ver el cuerpo apenas reconocible que se retorcía en constantes espasmos aún sostenido por las cadenas.
Un sonido casi irreconocible, un sollozo, salía de la garganta desgarrada del pelinegro, pedía que por favor se detuviera, que no quería morir, que lo dejara ir, que se había divertido lo suficiente con el.
-¡Calla!- grito el rubio al escuchar sus lloriqueos.  -Eres insoportable... ¿Crees que esto ha terminado?.- grito hacia el chico mirándolo con los ojos llenos de euforia y añadió acercándose hasta quedar a pocos centímetros de su boca.- aun tengo ganas de divertirme más junto a ti, mi pequeña oveja pérdida.

El despertador sonó justamente a las 5:00 am, la espesa blancura de la habitación yo no segaba aquellos ojos azules, Nathan se incorporó en la cama y se deslizó como siempre por el lado izquierdo en donde un par de pantuflas reposaban a la altura de sus pies, era cuestión de estirarse unos centímetros para comenzar su día, el día a día de Nathan que iniciaba con solo rozar la blanda textura de aquellas pantuflas que cambiaba cada 3 meses exactos.
El aire llenó sus pulmones y lo retuvo por unos segundos allí, antes de soltarlo con fuerza, miró a su alrededor detenidamente buscando el más mínimo desorden, sin embargo, como todas las mañanas ese mínimo desorden era inexistente y eso estaba bien, porque de otra manera seguramente perdería el control del dominio que ejercía sobre esos 1000 metros cuadrados que aprisionaban el obscuro secreto del ciudadano modelo. 
La bruma se obligó a escapar de esa tenebrosa mándala que era la cabeza de Nathan y tan predecible como era su rutina, sus pies rozaron el interior de las pantuflas, dirigiéndolo a la cocina.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Las aspas molían todo lo que estaba a su alcance, seis, siete, ocho. Aún no era suficiente la pasta verde aún le producía nauseas, nueve, diez, once. Solo un poco más y la nauseabunda pasta verde que su madre le hacía beber todas las mañanas de su niñez estaría lista. Doce, trece, catorce, beberla se había convertido en un hábito, quince, dieciséis; y bien sabía Nathan que él era hombre de hábitos, diecisiete, dieciocho, diecinueve.
La licuadora deja de emitir ruido alguno, todas las mañanas antes de llegar al veinte es apagada, antes, siempre antes, él sabe que si llega al veinte aquello debe desecharse.
Toma aquella bebida como si fuera su única expiación y se dirige a tomar una ducha, una ducha que jamás pasa de los 15 minutos.
El traje sastre parecido a todos los demás...no parecido no... idéntico a todos los demás aguarda silencioso en el ropero a que den exactamente las 5:40 am, en ese momento su encierro termina y es hora de adornar ese blanco cuerpo que aún oculta el fulgor reluciente de la hoja plateada que apago alguna vida la noche anterior,sin embargo, de eso ya no se habla esta mañana, porque el cuarto secreto ha sido lavado hasta que el piso brillo y las manos del rubio sangraron y así, justamente a la hora indicada, Nathan sale de casa.

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