VI - Palacio de Sangre

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- Si todo sale bien, mañana a estas horas estarás con tu querida hermana mayor. – Habíamos decidido que Hawk y yo pasaríamos esa última noche en el edificio abandonado de los refugiados que nos habían acogido unas pocas noches atrás. Lo decidimos así, en parte, porque DaSeok me pidió que me asegurara de que su hermano estaba bien y yo se lo había prometido. Soy mujer de palabra. Además, nosotros mismos queríamos comprobar que todo marchaba bien allí. Que aquellas personas desamparadas seguían estando a salvo y que no se habían comido al joven y sumiso Templario, al que había dejado a su cargo, ni por venganza, ni por hambre. Aunque tuvieran buenos motivos para ambas. Sin embargo, al llegar allí, no nos sorprendió la situación. El joven DaOh, a pesar de ser quien era, no parecía perturbar demasiado la tranquilidad de aquella comunidad, tan necesitada de cuidados y, sobretodo, de justicia.


Mañana sería el gran día y ya estaba todo planeado, aprendido y preparado. Sabíamos como entrar, como movernos entre los laberintos hasta encontrar a SeuBaek-Oppa, si era que realmente estaba allí. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan nerviosa por una misión. Algo dentro de mí me decía que no debía ilusionarme demasiado. Que aquello era más un suicidio que una misión en sí, por muy bien preparados que nos parecía que estuviésemos. Y todo ello, sin contar que estábamos confiando en la palabra y la integridad de DaSeok. Igual que yo, la Choi DaSeok que conocí cuando era una cría, era una mujer de palabra, pero ahora era distinto. Según las historias de mi abuelo y mi padre, ella no sería la primera Templaria en traicionar a los suyos, pero sería la primera en hacerlo en Corea del Norte, de eso estaba segura. Nuestra educación, no sólo la de un Asesino o un Templario, sino la de cualquier Norcoreano, es estricta y adoctrinada. Destinada ser fiel a tu familia y a tu país. Yo nací, me crié y conviví con esa devoción, pero con un enfoque distinto al del resto del país. Pero toda esa devoción no sirve para nada si realmente no tienes ideales que defender. Ahora, sin mi familia para que me guiara, creía haber perdido mis ideales, razón por la que mi devoción sólo se había transformado en una cosa: La venganza. La venganza es peligrosa, yo lo sabía antes de que Akil me lo advirtiese, puede cegar a la persona más centrada y hacer que cometa actos irremediables, pero yo no era una persona cualquiera, yo sé lo que tengo que hacer para que el mundo obtenga el rumbo que le corresponde.

- Voy a rescatar a mi hermano. Y luego voy a matar a Park KwonGi. – Me dije a mí misma en voz alta. Nadie iba a arrebatarme la oportunidad de verle morir a mis manos.

Empezaba a hacerse tarde y debíamos estar descansado para afrontar el siguiente día. Así que, Hawk y yo nos echamos a dormir en los futones que nos proporcionaron nuestros anfitriones, si es que podían llamarse así.

En mitad de la noche, empecé a escuchar un sonido levemente familiar. Una respiración agitada, el sonido del movimiento inquieto bajo las sábanas y unos murmullos casi ininteligibles. Aún somnolienta, abrí los ojos y parpadeé repetidas veces para despejarme, intentando recordar, desde el interior de la ignorancia de mi sueño, de donde procedían esos sonidos.

- ¿Hawk? – Pronuncié al girar mi cabeza y verlo revolverse entre sus mantas, casi fuera del futón. Si continuaba así, seguro daría con la cabeza en el suelo. Recordé que había ocurrido lo mismo la vez anterior que durmieron allí. "Si le despertamos ahora podría ser peligroso." Esas habían sido las palabras de Akil, así que decidí mantenerme a su lado hasta que despertara por sí mismo, simplemente asegurándome de que no se hiciera daño. Pero esa vez, su sueño debía ser distinto, no movía la cabeza violentamente, ni se veía gesto alguno de dolor en su rostro, ni murmuraba nombres de mujeres varias, que vete tú a saber quiénes serían todas esas. Me decía a mí misma que prefería no saberlo, no era asunto mío.

En esta ocasión, Hawk daba vueltas de un lado a otro murmurando palabras, tan sutilmente, que no podía entenderlas. Inclinada sobre él, sostuve uno de sus antebrazos, sujetándole para que dejara de dar vueltas, pero con suavidad, para que no despertara.

Assassin's Creed 2: La estrella de la venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora