Hacía mucho tiempo emprendía un viaje con un grupo de adolescentes de mi edad.
Fue una experiencia increíble, conocí a mucha gente y aprendí muchos idiomas.
Pero sin embargo lo mejor del viaje fue él .
¿Quién es él?
Él es un hombre de unos 20 años.
Su nombre es Matthew.
Tiene los brillantes como dos gotas de miel.
El pelo dorado como el sol.
La piel dorada y fuerte.
Labios carnosos, nariz respingona.
Y sobretodo una gran sonrisa que me alegra el día cada vez que le veo.
Realmente si, cada vez que le veo porque no he tenido las agallas de ir a hablarle.
Sé que soy patética por no intentarlo, mi autoestima no es muy alta y no soy muy segura de mí misma, me temo lo peor.
Pero cuando le miro a los ojos cada vez que puedo y esbozo una pequeña sonrisa, noto ese brillo en los ojos cuando me mira, y esa pequeña sonrisa asomándose en sus carnosos labios, pierdo mis esquemas.
Los pierdo completamente.
Y me siento impotente
De no poder quererte
De la manera que uno siente
Su cabello al sol rebelde
Hace mi alma transparente.
Y duele.
Duele pensar que tú no sientas lo mismo por mí.
Duele sentirse insuficiente cuando pienso en ti
Duele verte reír con otra persona que no sea yo.
Yo podría hacerte reír el doble, te lo aseguro.
Podríamos pasar los mejores días juntos si quisiéramos, pensé.
Riendo y gozando como dos pequeñas almas libres y jóvenes.
Llenas de júbilo y amor esplendoroso.
Pero la inseguridad me carcome lentamente.
Cortándome las alas poco a poco.
Hasta dejarme con un vacío con el corazón, muy hondo.
Pero luego llegas tú.
Me sonríes y no sólo eso.
Te acercas, con seguridad
Mi corazón late a mil por hora y en esos momentos no sé qué hacer.
No sé si hablar, si sonreír o lo más probable, correr.
Pero cuando terminas de acercarte a mí me doy cuenta. Tu sonrisa me ha atrapado maldita sea.
Mi respiración se calma pero con mejillas sonrosadas te sonrío y te saludo con tranquilidad.
Sin pensármelo dos veces, ese fue el mejor día de mi vida.
