Introducción

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Recuerdo la primera vez que le vi.

Podría llamar a esa parte de mi vida "Caos" como los pensamientos que inundaba mi cabeza aquel día que hice el último examen del curso, al que podría denominar perfectamente como pérdida de tiempo. 

Desde que empecé tercero de carrera de Matemáticas tenía claro que debía esfozarme para poder sacármelo y dejarme de tonterías como había estado haciendo los últimos años, hasta que tan solo dos semanas después de haberme dejado claro esa decisión vi en las calles de Madrid un cartel que me ofrecía la única oportunidad de cumplir mi sueño, razones por las que verdaderamente me había trasladado a la capital de España, Madrid. No cabía de ímpetu cuando fui a rellenar la suscripción para la prueba con la que me seleccionarían como miembro de una de las orquestas más importantes del país. También me trae consigo el recuerdo de las tardes encerradas en mi habitación estudiando, bueno, más bien, revisando mi móvil por si me llamaban, aunque esa llamada nunca llegó. Después de varios meses me di cuenta que mi suscripción no cumplía con las normas vigentes, por lo cual me descartaron sin avisarme al respecto. Aún así, no me desilusioné y volví a mirar por Internet, folletos, revistas, periódicos por si surgía cualquier otra opción con tal de no consumirme con los números. He de reconocerlo, tengo esa tendencia a que cuando se me mete algo entre ceja y ceja me es muy difícil deshacerme de ella hasta no conseguirla. Me he pasado parte del año de casting en casting con tal de conseguir puestos mejores al que tenía en estos momentos, pero en ninguno de ellos hubo suerte.

A finales de curso, fui consciente de que había dado por perdido todo el curso, por no entregar trabajos, sacar malas calificaciones ya que mis tonterías ocuparon parte de mi tiempo, por lo que cuando le entregué el examen al profesor, el mismo que me avisaba a principios de curso que nos veríamos las caras de nuevo el año que viene, salí de la facultad mosqueada conmigo misma y por la mala suerte que siempre me había acompañado. Por un momento, los mismos minutos que tardé en fijarme en los nublos que acechaban con esconder el Sol, no me podía creer todo lo que estaba viviendo. No sabía que hacer con mi vida, pensaba que si tenía mi cabeza entretenida en la carrera sabría en que dedicarme en un futuro que está a la vuelta de la esquina, pero parece que estoy más perdida que cuando entré el primer día a la universidad. Ni siquiera ese día pude ver a Olimpia concluyendo que este marrón tendría que comérmelo yo solita y buscarle una solución de una vez por todas.

Llegué a mi pequeño apartamento, el mismo lugar que reinaba el silencio por la ausencia de mis compañeras cuyos exámenes fueron antes que los míos, por lo cual, tardaron poco en regresar a sus casa ya que echaban de menos a sus respectivas familias. Yo, la verdad, es que no estaba preparada para volver a casa, me había acomodado a la gran ciudad, para algunos les resultará un gran agobio, a mi me había proporcionado la tranquilidad que no encontraba en Toledo. Aquí todo es tan distinto, puedes pasar desapercibida entre la multitud, nadie te juzga por la familia de la que procedes o por los errores de tu pasado, la gente va a lo suyo y puedo ir con la cabeza bien alta sin tener miedo a que alguien vaya a intimidarme. No sabía como volvería acomodarme en la gran casa de mi madre con la señora de la limpieza merodeando por allí mientras pone oídos de las discusiones que tenía con mi madre con tal de contárselo al vecino o a quien pillase en su camino. Por no hablar de mi madre, estoy ya tan acostumbrada a no tener su presencia que me va costar aguantar alguno de sus disparates, y más cuando se entere que había suspendido casi todas las asignaturas, definitivamente, me destierra. 

La única solución que veía a mi próximo ataque de nervios era aprenderme las partituras para esta noche en el restaurante donde trabajo, más bien como un mueble con sonido, porque esa es la única función que me ofrecían. Estaba ya tan harta de tantas cosas que aún seguía esperando el día donde me levante con una noticia que cambie por completo mi vida y sea una de las mujeres más dichosas del mundo. Abrí la ventana para salir al pequeño balcón llenas de las plantas de mi compañera de piso y que atraía a más de un insecto inaguantable, me retiré el pelo ondulado y coloqué mi violín con el fin de tocar y desviar mi atención de la realidad. Como sucedía siempre, justo cuando ya iba con la última partitura, una voz ronca hizo que aterrizara a tierra firme. Me giré para ver el cuerpo arrugado de la señora Loles, un escalofrío recorrió mi cuerpo al verla en ropa interior, aunque sabía perfectamente que a partir de los 25 grados ya era tradición para ella estar en su casa de esa manera. 

Regálame la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora