Amor platónico

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          Él agarró suavemente su cara y se inclinó sobre ella—ya que él era muy alto— con la intención de besarla. Sin embargo, ella se apartó. Lo miró a los ojos con un gesto amargo en su cara. Él no podía creer su reacción.

—¿Qué te pasa?—dijo con un tono incrédulo.

—Nada, ¿por qué?—respondió ella fríamente mientras apartaba la vista.

—¿No me besas?

—¿Por qué quieres que te bese?—preguntó ella de manera sarcástica.

—Porque me gustas.

—¿Nunca te han dicho que mentir está mal? —dijo ella de manera aún más sarcástica.

—¿Qué? No entiendo nada —dijo él nervioso—. ¿Por qué estás así? Estábamos bien.

—La verdad es que sí, estábamos genial. Me gustabas. Me tenías en la palma de tu mano —dijo ella con una sonrisa—. Entonces, ¿por qué has tenido que estropearlo todo?

—¿Cómo lo he estropeado todo?

—¿En serio me lo preguntas? ¿No te acuerdas de lo que hiciste en Madrid? —preguntó ella tristemente. Al ver que él no contestaba, se fue.

Él no podía creer que lo que veía: ella se iba y no podía hacer nada para detenerla porque él sabía que era su culpa. Ella era tan bonita, tan inteligente. Besaba genial y sólo con decirte 'hola' te hacía sentir genial. La tenía en la palma de su mano, pero ya no.

Ni siquiera se quería molestar en saber quien le había dado esa información. En el fondo él pensaba que ella nunca se enteraría del affaire de una noche que había tenido en Madrid, porque para él no significó mucho, pero, ¿por qué hizo eso?

Ella se fue hacia donde estaban sus amigas y todas la atosigaron con preguntas: ¿qué ha pasado?, ¿no os habéis liado?, etc. Ella fue respondiendo a todas y cada una de las preguntas que le hacían intentando aparentar normalidad, aunque por dentro está triste y decepcionada.

Esa noche le costó conciliar el sueño, porque pensaba que todo habría salido bien si no hubiera sido por un pequeño error —como cuando te presentas al examen de conducción y estando casi acabado un peatón sin preferencia se te cruza y automáticamente te suspenden porque no has reaccionado a tiempo para pisar el freno—. Y es que el era guapo y muy alto, además siempre la hacía reír y la trataba genial, pero ella ya estaba convencida de que a él en realidad no le gustaba ella.

En lo más profundo de su ser, ella deseaba poder tener un affaire con alguien más para olvidarse de él, pero ella sabía que las cosas planeadas nunca salen bien, así que se dejó llevar.

La noche del sábado su grupo de amigas de siempre y ella quedaron para asistir a una fiesta en el pueblo. Ella solo quería ir por pasar tiempo con sus amigas, a las que hacía meses que no veía. La realidad es que, para ella, asistir a esa fiesta iba a ser casi como un castigo porque ese pueblo era monótono y nunca cambiaba: siempre se encontraba a las mismas personas, haciendo lo mismo que hacían siempre; es decir, nunca pasaba nada fuera de lo habitual, siempre sabía como iba a empezar la noche y como iba a acabar, porque siempre era igual.

Como siempre, ella se vistió con las mejores cosas y se maquilló para impresionar, aunque, como siempre, no había nadie a quien impresionar. Como siempre, llegaron al bar en el que se reúne toda la gente antes de que empiece la fiesta, como siempre, a esperar que pasaran las horas. Miraba a su alrededor y siempre veía las mismas caras. Como siempre, determinadas personas se acercaban a saludar y, como siempre, ella se acercaba a saludar a determinadas personas. Como siempre, vio a su 'amor platónico' —esa persona que te encanta, pero que sabes que nunca se fijaría en ti—, y, como siempre, estaba con su novia.

Llegaron a la discoteca y, aunque ella se bebió tres copas y dos chupitos, no se sentía a gusto. Sin embargo, ver la felicidad que transmitían sus amigas bailando y cantando era algo genial, así que decidió olvidarse de todos sus problemas y unirse a esa felicidad idílica.

En uno de los momentos en los que ella echaba un vistazo a su alrededor, sus ojos marrones se encontraron con unos de color verde claro que, bajo esa luz de discoteca, se veían como dos esmeraldas cristalizadas. Ella no sabía cómo sostenerle la mirada e intentaba apartarla, pero los ojos de color verde tenían un fuerza especial que hacía que no pudieras parar de mirarlos. Eran los ojos de su amor platónico.

Al percatarse de que esa mirada cada vez estaba más cerca suya miró hacia otro lado y rezó por que no se dirigiera a ella, pero era demasiado tarde, la había cogido del brazo y con una sonrisa de oreja a oreja le preguntó:

—¿Bailas?

Ella solo asintió con la cabeza y sonrió tímidamente. ¿Esto está pasando de verdad? No podía creer que esa situación tan fuera de lo habitual estuviera ocurriendo, para asegurarse, dejó de mirar sus increíbles ojos verdes y se fijó en la gente de su alrededor: todos los miraban descaradamente e incluso los señalaban. Todo un escándalo. Aunque, por si eso no era suficiente, el chico de los ojos verdes agarró suavemente su cara y se inclinó hacia ella—porque él era muy muy alto— con la intención de besarla y ella estiró sus brazos para rodear su cuello. Finalmente se besaron de una manera muy suave y romántica, era tan perfecto que no podía ser real. Y ella se sobresaltó al acordarse:

—Tú... ¿no tenías novia?—dijo ella muy decepcionada.

—Tenía, en pasado —contestó él sonriente.

Ambos sonrieron y se besaron nuevamente. Ella seguía sin creer que lo que estaba pasando fuera real, de hecho, creía que el alcohol le estaba jugando una mala pasada, pero, al día siguiente tenía testigos y fotos que probaban que esa escena idílica fue real.

Algo fuera de lo comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora