Un viaje sin retorno

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La arena picaba su rostro, su cuerpo contorsionado por la forma en que la marea lo había arrasado hacia allí realizaba reiterados intentos por reincorporarse, la sal del mar escocia las heridas, un frio recorrió aquel cuerpo bajo temblores constantes cuando una ola se deshizo a pocos pies de allí.

La forma en que el mar la escupió en aquel lugar fue atroz, las rocas en el camino realizaron la labor junto a las olas para dejarle infinitas heridas a lo largo de su cuerpo.

A rasga dientes ergio la cabeza para poder así ver donde se hallaba, escupió el agua que le sofocaba los pulmones bajo fuertes arcadas. Su mirada penetrante de un azul eléctrico escaneaba su alrededor en búsqueda de descifrar aquel sitio mientras su pequeño cuerpo seguía en sus intentos de ponerse en pie.

Una llana cortina de vegetación cubría a lo largo y ancho de aquel lugar. Fuese lo que fuese ese sitio, debía volver a casa. Su madre ya debería haber despertado y la ausencia de su hija la volvería loca de preocupación.

Se mordió el labio al levantarse para así ahogar su chillido por el dolor. Se tambaleo un poco y se frotó la cara para quitarse la arena, la cabeza le daba vueltas y sentía un dolor intenso en la sien. Giro sobre si misma y miro el mar, el sol estaba cayendo y el agua se teñía de morado. Aquella extensión de agua parecía infinita, no había puerto ni barcas a la vista. Viro sobre sus talones para ver el bosque más allá donde terminaba la arena. Cocoteros, palmas, algunos arbustos y cañas decoraban a lo largo de la playa, a sus pies una arena blanca y fina. A lo lejos se vislumbraba por la costa este, montañas con desfiladeros. Por la costa noroeste se destacaba un volcán, rogaba que estuviera inactivo. Ni rastro de casas ni actividad humana, necesitaba salir de ahí. No tenía manera de surcar el mar ni de pedir ayuda.

Dio unos pasos inseguros dejando caer un suspiro. Cerro los ojos un instante para darse valor y al abrirlos siguió caminando en dirección al bosque que se extendía más allá de donde la arena terminaba. Un gélido viento se abría camino y al rozarla le daba fuertes escalofríos, la temperatura estaba baja y su cuerpo chorreante de agua no era de ayuda.

La arena escocia las heridas de sus pies a medida que avanzaba hacia el bosque, añoraba sentir el cálido abrazo del pasto para aliviar sus pies. Unas gaviotas graznaban a su espalda, tenía miedo de lo que aguardaba la oscuridad del bosque pero le debía valentía a su madre, debía regresar a casa. Miro el cielo anochecido, unas cuantas estrellas se asomaban tímidas en el firmamento, escaneo el cielo hasta dar con el astro, estaba en menguante. Un fino hilo de luz aclaraba la entrada al prado, sentía los diminutos brotes de hierba asomando entre la arena, faltaba poco para toparse con la cálida tierra. Su vida se arremolinaba con la playa y el mar, amaba el mar pero le había hecho daño y la había alejado de su hogar. Siguió caminando a rasga dientes afinando su oído en búsqueda de peligro o algún sonido humano que le auxiliase. El picor se volvía cada vez más intenso, su cuerpo acalambrado pedía reposo. Debía seguir, si descansaba sería presa fácil a posibles depredadores. El olor a tierra húmeda la invadió y soltó un suspiro de alivio al posar sus pies en un charco de lodo, la arena empezaba quedar atrás. Los árboles se hacían más grandes medida que se acercaba, la noche caía con pesadez y sus ojos pestañaban para acostumbrarse poco a poco a la espesa oscuridad que cubría aquel lugar desconocido. Trataba de recordar lo sucedido, como pudo llegar tan lejos y donde quedaba aquel lugar, donde estaba. Mientras se sumergía en sus pensamientos sintió punzadas de dolor en su tobillo tan pronto como se torció y cayó al suelo. Tomo su tobillo con ambas manos tratando de no gritar para no hacerse oír a las bestias que habitarán allí . Con una de sus manos topo la tierra en búsqueda de la piedra con la cual tropezó y en cambio sintió un contacto velloso en un objeto redondo con coraza dura, sacudió su cabeza incrédula. Era un coco, se hizo añicos el tobillo con un coco. Su cuerpo acalambrado tiritaba llegando a su límite físico, necesitaba dormir y curarse esas heridas. Si se infectaban tendría fiebre y no sabía donde encontrar una farmacia entre el follaje ni tampoco tenia conocimiento sobre que hierbas eran medicinales.

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