Parte 2: Lent et douloureux

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Me dolía en el corazón ver como Andrea, al salir de clases, corría al encuentro de su novio. Se paraba de puntitas y le daba un beso en la boca. Yo miraba todo aquello, todos los días. ¡Qué dolor ver a Andrea tan enamorada de otro!

Ya decía cierto escritor famoso que el hombre tiene una debilidad por el dolor, que se siente atraído por el sufrimiento. Ese, supongo, era lo que me sucedía a mí. Lo mejor era olvidarse de Andrea y seguir mi camino sin ella. Pero no fui capaz, me seducía la idea de que ella podría estar conmigo, que dejaría alguna vez a su novio y se quedaría conmigo. ¡Qué iluso fui! Ahora lo veo con claridad. Lo único que hacía era entrometerme en los asuntos de dos enamorados.

Transcurrieron semanas, meses. Yo seguía enamorado de Andrea. Mi relación con ella era la de cualquier otro compañero de clases. Me saludaba y yo le respondía. Hablábamos de tareas y proyectos. En ese ambiente de estudios fue que se desarrolló toda mi pasión y sentimientos por Andrea.

La amaba a mi manera, de lejos, tímidamente. Ella por supuesto, no era nada tonta, se dio cuenta de que me gustaba. Respondía a mis miradas furtivas con un guiño o una sonrisa, aquello exasperaba a mi corazón, y entonces, dejaba de mirarla o hacía como que no me he dado cuenta.

No era una mala mujer. Esto lo hacen todas las mujeres. Se enteran de que son el objeto de las fantasías de un joven tímido e inexperto, y juegan con él, lo ponen a prueba y lo incitan a dar el paso que saben que nunca se atreverá a dar.

Así paso el tiempo en el que estuve enamorado de Andrea, lento y doloroso.

Paula o el origen de la formaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora