CAPÍTULO 11- ¿Final?

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La noche antes del gran encuentro, de la gran revelación del aquelarre homicida, el Centro de investigación hizo acopio de todas las armas y protecciones posibles con tal de armar hasta los dientes a los tres recién llegados. Ludolf se negó a portar arma alguna, entendió esa necesidad como una muestra de debilidad y por ello se ofendió cuando los humanos creyeron conveniente que llevara algún as en la manga.

Jay usó su copiosa experiencia en el campo de batalla contra lo sobrehumano como excusa para dirigir parte de su armamento hacia Leo, quien era el más desfavorecido de los tres. Evacuaron con antelación la gran mayoría del edificio puesto que líder así lo ordenó a petición de Jay, y aunque obligó hasta a los empleados más experimentados y destacados a marcharse para no sufrir peligro alguno, él, con sus muchos años a la espalda y su viejuna cara seria, decidió exponerse a la muerte: Se quedó allí.

En el centro había nacido y allí moriría si era necesario dijo. Adería hasta los cimientos con aquel lugar si se daba el caso y no se arrepentía de ello, había dedicado su vida a proteger el lugar y ahora que el tiempo le había ganado la carrera y que la edad superaba sus posibilidades, creyó que morir con honor sería lo mínimo.

Jay y Ludolf aseguraron que protegerían el lugar e intentarían mantenerlo a él a salvo bajo cualquier circunstancia. Ya tenían planeado un ataque violento y voraz, nada más ver a uno de esos individuos aparecer por la puerta principal se avalanzarían sobre él sin apiadarse ni un poco, cosa que Ludolf sabía hacer muy bien: ya tenía práctica en eso de no sentir compasión.

Leo y Jay llevaban ambos chalecos antibalas que seguramente resistirían el impacto de fuertes ataques de hechicería. No es que no tuvieran métodos de defensa contra seres sobrenaturales sino que estos se basaban usualmente en las debilidades de dichos seres y, al parecer, los brujos y hechiceros no tenían ninguna aversión tal como la de los licántropos a la plata o el acónito; por tanto era preferible una defensa enfocada a evitar los daños por ataques físicos que  destinada a repeler al enemigo.

Ambos tenían en los nudillos anillos pequeños con piedras moradas incrustadas en ellos. No eran piezas de joyería hermosas ni mucho menos, más bien eran aros de plata escasa mal formados que cumplían más la función de retener las joyas y aferrarse al dedo, que la de ser estéticos o agradables a la vista. Por suerte aquellas piedras estaban encantadas por brujos de otros clanes y tenían un efecto muy curioso: servían para destruir cualquier especie de campo de defensa generado por la magia así como si fueran de cristal, así que eso les aseguraba que ellos estarían en igualdad de condiciones con sus oponentes, es decir, en una casi total indefensión recíproca.

Jay y Leo llevaban botas militares que aunque podían crear ampollas en sus pies por la dureza del material les asegurarían unas patadas rompedoras capazes de aturdir al enemigo durante el tiempo suficiente como para recomponerse o escapar de una situación desventajosa; y por si fuera poco, dentro del calzado Jay llevaba uno y Leo dos: cuchillos de diente de licántropo recién afilados, tan duros y fino como una hoja de diamante.

Además de ese armamento de emergencias ambos tenían una pistola especial cargada con balas de veneno también hechizadas; estaban pues preparadas para atravesar campos de fuerza generados por los mejores magos y una vez penetraran en el cuerpo del enemigo o simplemente lograran herirlo, lo impregnarían con un veneno de acción lenta que tardaba días en matar al objetivo pero lo hacía caer en un profundo coma al instante. El tema del veneno era útil por si Leo tenía mala puntería y no lograba dar en los puntos vitales de los villanos, pero la idea inicial era matarlos de un solo balazo.

Jay tenía solo diez balas, Leo veinte. No eran números que les aportaran una gran seguridad, pero era realmente difícil conseguir ese tipo de proyectil.

Como arena entre los dedos -YAOI- [En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora