El simple echo de verte

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Y ahí estaba yo, por entrar en el mismo lugar de siempre. Ya era costumbre ir allí después del trabajo.
Por afuera no tenía la mejor pinta. Adentro tampoco era muy limpio, al piso le faltaba un poco de agua y jabón, y a las paredes una capa de pintura. Pero por el solo hecho de verlo podría ir a cualquier lugar.
Entro y me siento en la mesa al lado de la ventana. La misma mesa. Al pasar cinco minutos observando la ciudad, veo una silueta aproximándose, esa silueta que tanto amaba.
Y sí, era él. Por cada paso que daba hacia mi, sentía que mi corazón iba a salir huyendo de mi cuerpo. Y sin tener en cuenta de que su sonrisa escoltada por un par de hermosos hoyuelos no paraba de enamorarme.
Cuando llega a mi mesa transcurren los segundos mas lentos de mi vida. Fueron unos minutos silenciosos, pero no era un silencio de esos incómodos, si no mas bien era un momento de "mamihlapinatapai" (palabra de origen nativo de los yámanas). Me toma un momento poder volver de mis pensamientos y elaborar mi pregunta.

—Queda café?

Pasan unos instantes hasta que el vuelve su mirada a mis ojos y con algo de timidez responde

—No, solo queda-té

Me toma unos minutos entender que no se refería precisamente al té.

Historias para un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora