Escena 10

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Escena 10

—¡Felices once! —gritaron Abril, Abi, Beky y César desde la puerta, sonrientes.

Emilio los miró con cara de pocos amigos, manteniendo su ceño fruncido habitual. Habían tocado la puerta y su abuela le había dicho que fuera a atender el llamado. No debió hacerle caso. Se dispuso a cerrarles en las narices, pero Abi velozmente metió el pie para evitarlo.

—Alto ahí, Míster Gruñón. ¿Qué modales son esos? Estamos aquí para desearte un feliz día, ¿y así nos tratas? —se indignó la bella chica.

—No les pedí que lo hicieran —refunfuñó él con clara molestia.

—Oh, vamos, Emilio. No seas aguado. Diviértete un poco —dijo César, animado.

—Con ustedes aquí, ¿cómo? —replicó él, arisco.

—No seas malo, Emi —lo regañó Abril, mirándolo con reproche—. Todos dejamos un rato nuestras tareas para venir a verte y celebrar, ¿sabes?

—Además, trajimos pastel y regalos —intervino Beky, mostrando el postre y otra bolsa.

—No me gusta el pastel y no me interesan los regalos —se empecinó él, fastidiado.

—Ay, por favor. No te hagas el duro. Sabemos que estás feliz de que viniéramos. —Abi sacudió la mano para desechar las excusas de él—. Vamos, vamos. Apuesto a que mueres por saber qué te trajimos, así que andando.

Y sin esperar invitación, apartó a Emilio a un lado para ingresar a la casa y ponerse cómoda.

—¡Oye! —protestó el nieto del propietario, irritado.

—Permiso —anunció ahora César, siguiendo a la pelinegra para instalarse de igual modo.

—¡Tú! —El tic en la ceja de Emilio se hizo presente.

—César, no entres a las casas de otros así como así —lo reprendió Beky, yendo detrás de él e ignorando totalmente su propio consejo.

—Son una lata, una gran y espantosa lata —gruñó Emilio, por demás hastiado de que se salieran con la suya hasta en su propia casa.

—No te enojes con ellos, Emi —procuró tranquilizarlo Abril, sonriendo amigable—. Sabes que Abi aprovecha cualquier oportunidad para festejar lo que sea. Y es un buen motivo para juntarnos todos, ¿a que sí?

—Si quieren juntase háganlo en otro lado, ¡pero no en mi casa! —explotó al final, colérico.

—Lo siento. —Abril bajó la mirada, apenada—. Fue mi idea. No quería molestarte, sólo quería que los cinco pasáramos un buen rato en tu día especial.

La castaña comenzó a llorar, sintiéndose terriblemente culpable. Emilio chasqueó la lengua, exasperado, y se cruzó de brazos.

—Ya da igual. Ya están aquí; no me queda más que aguantarlos. Y deja de llorar, te ves horrible cuando lloras.

—Perdón por no ser linda —se disculpó ella, limpiándose las lágrimas.

—Olvídalo. Mejor entremos; entre más pronto empecemos con esto, más pronto acabamos.

Abril asintió y ambos ingresaron al hogar, viendo que los otros tres conversaban amenamente con Ignacia en la cocina, en lo que la mujer les ofrecía hacerles algo de tomar para acompañar el pastel. Abi quiso una malteada de fresa, César una de fresa con plátano y Beky y Abril pidieron un chocomilk; Emilio tomaría simple leche, pues necesitaba calcio para seguir creciendo. Con las bebidas listas, sacaron el pastel y le colocaron once velitas, encendiéndolas.

No necesitamos decirloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora