Prólogo

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Ella miraba atentamente cada pequeño detalle que realizaba aquella mujer a la que tanto detestaba gracias a todo el dolor que le había causado a su hermano menor. Una de las personas a las cuales más amaba en toda su vida, que sufrió injustamente por mucho tiempo. Si las miradas pudieran hacer cenizas a una persona, la mujer que observaba en aquel momento se encontraría hecha polvo alrededor del suelo blanco de la cocina.

La castaña se encontraba preparando dos tazas de té, colocando la misma cantidad de agua en las costosas tazas de loza blanca las cuales habían sido un regalo de su padre en su aniversario. Ella negó con la cabeza soltando un suspiro, sabiendo que tarde o temprano tendrían que tocar cualquier asunto que merodeaba por sus cabezas.

Le ofreció la taza con té aún en completo silencio y ella le agradeció con la mirada. La madre de dos hijos, cansada de la absurda situación abrió la boca para preguntarle el por qué de su repentina visita cuando se vio interrumpida por el adolescente de doce años que acababa de entrar a la cocina.

No pudo evitar mirarlo disimuladamente de pies a cabeza, debido a que sus facciones eran algo digno de apreciar. Sonrió en su interior al pensar en el muchacho sería en definitiva un hombre demasiado aclamado entre las mujeres cuando creciese un poco más. Poseía un rostro divino con rasgos delicados, pero masculinos. Sus afiladas mejillas eran dueñas de un color rosado natural, a lo que la línea de su mandíbula se marcó cuando giró el rostro. Sus rosados labios formaban un perfecto corazón, los que ofrecieron una cálida sonrisa a su madre.

Lo que más llamaba la atención del adolescente en proceso era sus ojos. Sus claros mieles irises eran peculiares y encantadores, dueños de un arco dorado alrededor del color que resaltaba entre todos. Con largas pestañas rizadas, parecían poder hiptonizar a cualquiera que quisiesen con tan solo posarse en él.

—Perdón por interrumpir —se disculpó. Giró el rostro para encontrarse con la visita, sus cejas arqueándose de inmediato al reconocerla —. No sabía que tendríamos tan... cálida invitada.

—Un gusto también poder verte después de mucho tiempo, Derek —le sonrió sin muchas ganas, gesto que el muchacho no devolvió —. Eres el vivo retrato de tu padre.

—Muchas gracias —respondió Derek, haciendo una mueca de disgusto al tenerla delante de él. No era de su agrado, mucho menos después de todas las barbaridades que le había escuchado decir de su madre a sus espaldas. La mujer era una de las personas más altas en su lista negra —. Estaré afuera por si me necesitas.

—¿Piensas que puedo hacerle daño? —preguntó divertida la mujer, jugando con su cuchara alrededor del té.

El adolescente le ofreció una sonrisa de lado para inclinarse sobre la isla de piedra, quedando cara a cara con la visita tomándola completamente por sorpresa. Le quitó la pequeña cuchara de las manos y la dejó a un costado sobre el plato sin ningún tipo de delicadeza. No perdió contacto visual con la aturdida mujer en ningún momento. Sus ojos mieles brillaron en molestia.

—No, estoy pensando en el daño que mi madre puede hacerte si no se controla. Sería un gran favor para todos, pero no quiero verla detrás de unas rejas —Derek le ofreció una sonrisa sarcástica que la mujer odió —. Que tengas un buen día, tía Chelsea.

Chelsea Campbell frunció los labios ante el comentario del menor, quien se retiró de la cocina después de darle un beso en la mejilla a su madre. Sus ojos viajaron para mirar atentamente a la mujer que había hecho sufrir día y noche a su hermano menor, sintiendo cómo la sangre le hervía al verla tan llena de vida. Ella era demasiado feliz después de haber conseguido todo lo que alguna vez quiso, mientras que su hermano se encontraba con el corazón roto por nadie más que su persona.

Deseo Encontrado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora