Me desperté y un rayo de luz mortecino se filtraba por la ventana. Mamá me llamaba desde la cocina.
–Voy, mamá...–dije mientras me limpiaba la baba con el dorso de mi mano. Mis ojos aún estaban acostumbrándose al brillo del sol cuando de repente sentí un estruendo... afuera, cerca al sitio en el que mamá se encontraba. Me levanté de inmediato y salí al exterior.
– ¡Por Dios! – exclamé. Mis ojos no podían creer lo que veían. Mamá yacía en el suelo y un charco de sangre la rodeaba.
De mis ojos emanaron lagrimones. Sin saber cómo o en qué momento me encontraba en su pecho sollozando fuertemente y rogando que por favor se quedara conmigo, pero ya era inútil... se había ido para siempre.
Me puse en pie sosteniendo el crucifijo que ella solía llevar cerca de su pecho, mirando al horizonte en busca de una pista, tan sólo un indicio que me llevara a su asesino, pero no veía nada salvo selva y monte.
Habíamos pasado la mayor parte de mi vida en las selvas colombianas. Diariamente oíamos los grillos, los monos y el silbido del bosque a nuestro alrededor. Estábamos acostumbrados, y claro, digo estábamos porque tengo un hermano... Santiago, un pequeño de ocho años, que por cierto no sabía dónde estaba. Me enjugué las lágrimas y comencé a buscarlo por todas partes.
–Santiago, Santiagooooooo– gritaba desesperado– Santi, por favor aparece...
A medida que avanzaba en el bosque mis pasos hacían crujir las hojas y mis manos sudaban... ¡No podía ser, no estaba por ninguna parte!
Mi corazón dolió. No quería perderle a él también.
Cuando cayó la tarde, estaba desfalleciendo, mis fuerzas cedían y el cansancio se apoderaba de mí.
Decidí regresar a casa, el silencio reinaba en el camino, llagas se abrían en las palmas de mis pies... ¡Momento! Voces a lo lejos quebrantaban la paz del bosque.
Me quedé quieto y me oculté tras un tronco de un roble, mi corazón palpitaba tan fuerte que pensé que perforaría mi pecho y saldría disparado. A las voces que oí en un principio se le unieron unos pasos fuertes y acompasados. Me quedé de piedra cuando vi que un grupo de hombres uniformados pasaba cerca de mí.
Mamá solía contarme historias sobre esta clase de personas cuando apenas era un niño, historias aterradoras sobre cómo se llevaban a menores en contra de su voluntad, sin importar los ruegos de sus padres o su género... y si alguien se atravesaba en su camino era rápidamente eliminado.
Al crecer, dejé de creer en aquellos "cuentos", me convencí de que sólo eran historias de miedo inventadas para mantener obedientes a los niños y para que comieran cómo debía ser.
Sin embargo, hoy confirmaba que todo lo que un día mamá me dijo, era totalmente cierto... Gotas frías de sudor resbalan por mi frente y mejillas mientras escucho los pasos alejarse, poco a poco mis latidos se acompasan y tranquilizan, me quedo un rato más escondido antes de continuar mi camino
Sólo puedo pensar en mi hermano y en la inesperada partida de mamá mientras escucho los sonidos de la selva...
Continuará...
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Muerte al acecho
AventuraSiempre vivimos en la selva, rodeados de los ruidos de la naturaleza y de los sonidos que emitían los animales salvajes, libres, almas sin preocupaciones ni estrés... Hasta que ellos aparecieron.