El Internado
Capitulo Uno.
Es imposible saber quién eres en realidad hasta que pasas tiempo a solas en un cementerio.
Sentía la lápida fría en la espalda, contra el fino tejido de mi camiseta, empapada por el sudor de mi piel. La obscuridad llenaba el cementerio de sombras confiriéndole una extraña cualidad intermedia: no era ni de día ni de noche, si no un momento gris y melancólico.
Estaba sentada con las piernas cruzadas y el libro sobre mi regazo. Debajo de la hierba descuidada se ocultaba la tumba de mi hermano.
Todos en Missouri incluso mis padres pensaban que yo había matado a Christopher Aunque la policía demostró lo contrario todos en sus estúpidas y retorcidas mentes me culpaban a mí.
Hoy era la última tarde que pasaría en el cementerio. Mis padres habían decidido enviarme a un internado a pesar de que estábamos a mitad de año escolar quería verme lejos de aquí y lejos de ellos. Y de hecho no me molestaba irme, todos en la escuela susurraban cosas a mis espaldas mientras caminaba por los pasillos, a menudo encontraba notas en el casillero que decían: Asesina, Perra asesina, Mataste a tu propio hermano le hiciste un hueco en su cráneo porque estás loca.
Después de un tiempo aquellas notas no me lastimaban ninguna lágrima se derramaba al leerlas, todo lo malo se había convertido en costumbre; los golpes, insultos, bromas y amenazas era normales para mí.
La fría brisa golpeo mi cuerpo haciéndome temblar. Unos cuervos graznaron entre los arboles del bosque que rodeaba el cementerio; ya era hora de irme.
Cuando estuve de píe frente a la tumba de Christopher arranque las feas flores marchitas y las hojas secas que comenzaban a caer. Mis dedos rozaron su nombre gravado en la piedra: “Christopher Hamilton descansa en paz. Un excelente hijo y un buen amigo. Te recordaremos por siempre” una lágrima se deslizo por mi mejilla. Yo ya no era su hermana y aquella piedra gravada me lo dejaba en claro.
Las hojas secas crujieron bajo mis pies, el delicioso aroma a moho y podredumbre llego a mis fosas nasales.
Trepé por las piedras desmoronadas y salte la pared sin problemas. No es como si fuera por ahí trepando muros, solo trataba de evitar las miradas curiosas de las personas que pasan por el cementerio y tampoco quería cruzar todo el bosque para llegar a casa.
Camine por la orilla de la carretera abrazándome a mí misma para evitar un poco la fría brisa que golpeaba mi cuerpo. Subí los escalones del porche y abrí la puerta con manos temblorosas por el frío. Como siempre la casa estaba vacía y silenciosa.
Si Christopher estuviera con vida al llegar a casa me encontraría con sus botas llenas de lodo en el porche, la música estaría tan alta que haría vibrar las ventanas de la casa y él estaría en la cocina preparando un sándwich de queso y al verme sonreiría besaría mi frente y comeríamos entre risas. Pero eso no pasara porque él jamás volverá.
Subí las escaleras y entre a mi habitación en silencio. Deje mi mochila en el suelo y me tumbe pesadamente en la cama. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.
Desperté cuándo escuché el chillido de las ruedas de un auto sobre la acera. No recordaba haberme dormido, gire levemente mi cabeza el reloj marcaba las 11:00 am.
Bajé las escaleras rápidamente con la ilusión de encontrar a mis padres en casa, una vez más era tarde ellos ya no estaban, estaba segura que el auto que me despertó fue el de ellos. Escapan de mí.
En la cocina sobre la mesada estaba mi pasaporte junto con el boleto de avión y una nota “Grace no podremos llevarte al aeropuerto esta tarde, pero te dejamos dinero para el taxi. No pierdas el vuelo.”
Doble el papel y lo arroje a la basura aguantando las lágrimas que se acumulaban en mis ojos. Mire el boleto el vuelo saldría a las 5:30 pm; subí las escaleras tome una maleta y arroje montones de ropa dentro y lo mismo hice con mis objetos personales, no quería ordenar. Recogí mi mochila negra que descansaba en el suelo, en ella guarde todos los papeles que mis padres habían dejado sobre la mesada hace unos días.
En un frasco de dulce con una etiqueta que decía “Dream” tenía mis ahorros, había comenzado a guardar dinero desde los seis años, primero eran solo centavos, luego eran billetes, jamás los conté, pues mamá decía que si lo hacía era malo ¿Por qué? No lo sé. Guarde el dinero del frasco en una bolsa y lo metí en la mochila.
Me di una larga ducha de agua caliente. Seque mi cuerpo y el cabello. Me vestí con unos jeans entubados negros, una camisa blanca de Boy London, mis botines de tobillo marrón, y una chaqueta a cuadros negros y rojos.
Arrastre mi maleta escaleras abajo, tome el boleto que descansaba sobre la mesada junto con el dinero, descolgué el teléfono blanco sobre la pared y llame a un taxi. Apague la luz de la cocina y salí de la casa, deje mi maleta en el porche y cerré la puerta, bajo el típico tapete de bienvenida deje las llaves, estaba segura que no volvería a Missouri en mucho tiempo.
El taxi demoro unos minutos en llegar, el maletero se abrió y deje la maleta. Entre al auto cabizbajo.
-Buenas tardes-saludo el taxista.
-Hola-murmure-al aeropuerto por favor-no quería que iniciara una conversación.
-Lamento mucho lo de Christopher, Grace-la voz del taxista rompió el silencio sacándome de mis pensamientos.
Eleve mi vista con el seño levemente fruncido. Por el espejo retrovisor vi a él Sr. Robinson un hombre rechoncho de unos cuarenta años con unos enormes ojos verdes, su hijo Steven era el mejor amigo de Christopher.
-Yo también-murmure sintiendo mis ojos cristalizarse por las lágrimas.
-¿A dónde viajaras?-pregunto después de un silencio.
-Mullingar. Irlanda-en sus ojos se reflejaba la pena que sentía por mí.
Steven su hijo, era el único en toda la escuela que no me molestaba, él me defendía de los golpes más de una vez se fue con uno ojo morado y con la nariz sangrando por mi culpa. La Sra. Robinson solía llevarme comida para las fiestas como año nuevo, navidad y día de acción de gracias, mis padres viajaban y me dejaban en casa por semanas.
-Tus padres no irán contigo ¿verdad?-más que una pregunta, sonaba como una afirmación.
-No-negué con la cabeza cabizbaja.
-¿Y qué harás tu sola en Irlanda?-pregunto, su tono de voz decía que estaba enfadado por la actitud de mis padres.
-Iré a un Internado-me mordí la lengua por haber sido tan bocazas. Levante la vista su seño estaba fruncido estaba más molesto que antes.
-¿A mitad de año escolar?.
-Sí así lo quisieron mis padres, además no me apetece seguir aquí-murmure mirando por la ventana.
El resto del viaje fue incómodamente silencioso. El Sr. Robinson no acepto mi dinero, dijo que quizás lo podía necesitar más que él. Le respondí encogiéndome de hombros y abrazándolo.
Ahora me encuentro caminando por el largo pasillo hacia el avión. Una pareja camina delante de mí, él la lleva sobre su espalda mientras ella ríe como loca. Los recuerdos de Christopher y yo vuelven a mi mente como si de una película de los ochenta se tratara. En blanco y negro, nuestro primer viaje sin padres, cuando visitamos Roma; recuerdo lo nerviosa que estaba por viajar (como ahora) mi estomago se retuerce y mis manos sudan, pero debo controlarme pues Christopher no está para calmarme.
Dejo caer mi cuerpo sobre el asiento de clase turista que mis padres pagaron, ignorando el hecho de que la pequeña ventana estaba a mi lado, abroche el cinturón de seguridad, antes que la azafata lo pidiera.
El viaje fue eternamente largo; pero al fin mis pies pisaban tierra firme; arrastre mi maleta hasta la hilera de taxis que se estacionaban afuera del aeropuerto.
-¿A dónde te diriges?-pregunto el hombre sin rodeos.
-A la estación de trenes por favor-le indique.