1: En la mente de Malfoy.

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En el mundo mágico, todo estaba estructurado a base de tradiciones, reglas y protocolos, lo que significaba que Draco había sido criado con generaciones de tradición Malfoy y reglas estrictas que debía seguir para mantenerse en el epitome de la sociedad mágica y asegurar a su familia un estatus alto y un puesto en el ministerio de magia. 

Y, siendo criado de ese modo, para Draco Malfoy no había peor deshonra que desobedecer las reglas que, desde tan pequeño, le habían inculcado. Y, por sobre todo, no podía romper las reglas que él mismo había creado para su propia seguridad y supervivencia.

Ciertas situaciones lo habían llevado a crear sus propias versiones de las reglas de sus padres, meditando las situaciones y casos que podrían ocurrir, teniendo en cuenta que su vida en Hogwarts sería muy diferente a la de Malfoy Manor. Por ello, durante su estadía en Hogwarts había perfeccionado y puesto sobre escrito todas las reglas que un Malfoy que se respete debía seguir, y estaba seguro que cuando tuviera hijos, les legaría el cuaderno mágico forrado en cuero que descansaba en uno de sus cajones.

La primera regla que todo Malfoy debía recordar siempre, siempre, era la de jamás perder su máscara en público. Demostrar los sentimientos y gustos como un Hufflepuff era total y completamente impensable. Y aunque a muchos les parecería una locura, a Draco - mayormente cuando niño - le había costado mucho aprender a no romper esa regla. Ciertamente, había reglas que a todo Malfoy le costaba no romper en algún punto. Aun así, ni su padre ni su madre jamás dejaría que su máscara cayera por más sorprendidos que estuvieran.

Y Draco no iba a ser la excepción.

Eso se dijo a sí mismo cuando ingreso a Hogwarts, a los 11 años. Se juró que jamás deshonraría a sus progenitores. La mayor parte del tiempo le fue fácil, pero hubo días en los cuales deseo poder romper esas reglas. E incluso hubo días en los cuales las rompió descaradamente. Eso, mayormente ocurría cuando niño. Pero aún como un joven aristocrático, le costaba mantener una fachada en algunas ocasiones. Como todo adolescente tenia secretos y misterios que nadie más sabía, esos eran detalles tan íntimos que se sentiría abierto al mundo si alguien supiera. Eran esos pequeños detalles, pequeñas cosas que hacían a Draco más que solo un mago ordinario. Lo hacia diferente de todo a su alrededor.

Lo que más le había costado a Draco ocultar, aquello que se había vuelto un pilar en su vida y de lo cual jamas podría desprenderse era lo mucho que le gustaba la música, incluso oculto aquello de sus padres.

La música era el arte que deleitaba incluso su alma y le permitía tener paz y tranquilidad donde nada más lo hacía, sentirse triste o feliz, miserable o jubiloso en cuestión de mi minutos o simplemente apartarse del mundo cuando más lo necesitaba.

La música mágica tenía matices de hechizos y encantamientos, estaba diseñada para encantar y engatusar e incluso muchas criaturas usaban la magia en la música. Era peligrosa y en parte totalmente emocionante, pero, no era la musca mágica la que movía los cimientos de Draco. Era la música muggle. 

Esa sería una total deshonra frente a sus iguales.

Sus padres jamás lo supieron y jamás lo sabrían, claro está, pero Draco había encontrado unos discos viejos y un tocadiscos en la antigua casa Black cuando tenía eso de 12 años. Al principio, le pareció algo simple, común, sin gracia y horripilante solo por ser creación de muggles.

Se equivocó.

La música que encontró resultó ser algo fascinante, una de las pocas cosas dignas que los muggles habían creado, algo que jamás debería de subestimarse, a tal nivel que Draco comenzó su propia y pequeña colección privada. Ese era su mas oscuro y profundo secreto. De enterarse alguien, quien fuera, sería juzgado y acribillado por sangre puras de por vida.

Como sólo un Malfoy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora