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Ni el insoportable sonido del metro pudo opacar el estruendo de aquel amor desaforado en la terraza, y solo la brisa fría de la noche, unas botellas de whisky y las estrellas pudieron darse el lujo de haber presenciado cómo nos hacíamos uno. Solo entonces pude comprender a Joana.

Fueron duros y vacíos aquellos días antes de haber hecho el amor. Aquella enorme casa en el centro de New York, las ropas de diseñador, y mi cabello, mi hermoso cabello. La puerta de la casa, a la que se accedía luego de pasar por el inmenso y hermoso jardín lleno de exóticas flores silvestres, daba entrada a la gran sala llena de muebles, los cuales Erick cambiaba a cada rato, dependiendo de la temporada y las reglas de la moda. Justo en medio estaba mi viejo piano de cola, que era mucho más que una decoración. Inmediatamente después estaban las escaleras que abrían camino a los demás pisos de aquel imponente edificio hasta llegar a la bella terraza desde la cual se podía observar todo el movimiento de la ciudad. En mi habitación estaba la inmensa cama de sábanas rojas, que daba frente a un hermoso espejo con un elegante marco ovalado y plateado.

Si bien mi cabello, mi hermoso cabello, sí era mi más grande orgullo, no era verdaderamente peinarlo lo que yo amaba hacer durante el día. Siempre al despertar, bajaba a la sala a tocar mis canciones favoritas en aquel viejo piano que estaba en el medio de la sala, y que no era una decoración, sino la mejor herramienta que yo tenía para luchar contra la soledad. Al sentarme al frente del piano y poner los primeros acordes sentía un éxtasis parecido al de un orgasmo cuando imaginaba que era un personaje de alguna aria antigua, saboreaba y disfrutaba cada nota que salía de mi boca.

El baño estaba dentro de la gran habitación. La suntuosidad de aquel lugar hacía dudar que en verdad era el espacio destinado para que alguien hiciera sus necesidades. La tina estaba hecha de los materiales más finos, grabada con dibujos hechos por la propia mano de artistas famosos. En sí toda la casa parecía una obra de arte, pero aquel baño era la obra maestra. Siempre limpia, a su diestra estaban los jabones perfumados, y a su siniestra las cremas para la piel. Ese era el otro lugar donde podía disfrutar de mi soledad.

Estando dentro de la hermosa tina, desnuda, la llenaba hasta el tope mientras iba derramando los jabones perfumados primero por mis senos, luego por mi desolado vientre, y así hasta llegar a mi pubis. En ese momento procedía a frotar mis senos suavemente con mi mano derecha, y jugar con mi vagina con la izquierda, mientras pensaba que un hombre que me amaba me hacía el amor. Al terminar de amarme, proseguía con la aplicación de mis cremas. Estas tenían una trayectoria contraria a la de los jabones. Empezaba aplicarla desde mis pies, mientras subía me perdía en la blancura de mi piel, y en lo rojo de mis partes.

Siempre le rendí una especie de culto al cuerpo humano. Me recostaba desnuda en mi inmensa cama de sábanas rojas mientras devoraba libros de anatomía, de vez en cuando mirándome en mi espejo. Quería conocer palmo a palmo lo que para mí era el arte más bello: Dar y recibir placer. Yo era de esas mujeres que confunden con meretrices, era una actriz del sexo.

New York era una ciudad difícil. Grandes plazas comerciales y tiendas adornan las calles atiborradas de gente que va y viene según la monotonía les indique, la gran cantidad de autos, y el insoportable sonido del metro que por la noche no dejaba que uno oyera ni sus pensamientos, y el cual había yo de extrañar en aquellos días que cambié el inglés por el francés; eran la prueba de lo competitiva que es la vida allá.

El día en que Erick murió yo estaba ataviada con un vestido rojo con escotadura, un bolso negro que hacía juego con mis tacones, y por supuesto, un rojo intenso en mis labios. Me abrí paso entre el gentío de las calles y los carros que despedían aquel humo que envenenaba. Dos choferes discutían por haber chocado, hasta que uno sacó una pistola, no mucho después también una mujer estaba siendo asaltada. Definitivamente, New York no era el lugar para ser feliz.

Si Me Fuera a Morir HoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora