Como el moretón que tocás aunque duela, como la piedra que tropezaras mil veces, como la conversación vieja que no borrarás para releerla de vez en cuando aunque te rompa el alma en mil pedazos. A veces somos masoquistas, sin darnos cuenta y sin esas intenciones.
Nos lastimamos por vicio, nos quedamos en el lugar donde realmente no queremos estar, no nos hace bien estar.
Nos comemos nuestro propio dolor, no nos gustar demostrar nuestras debilidades pero sí volver a lo que nos debilita. A veces es tan difícil entender que no necesitamos a alguien que nos revolucione, ni que nos cambie. Necesitamos a alguien que nos acepte, con nuestras virtudes, con nuetros defectos, con nuestros errores y nuestros aciertos. Que a pesar de todo siempre este ahí. Que en vez de movernos el piso, nos lo centre. Que en vez de juzgarnos. Abra los oídos y tambien nos escuche del corazón. Nunca te vaya de los brazos que sentiste como tu hogar, y nunca tomes como hogar a unos brazos que no te abracen con tanta fuerza. Buscá unos brazos bien abiertos, pero donde solo entres tú. Buscá unos ojos que brillen al mirarte y que no tengan ganas de mirar a nadie más.
Entiende que el amor es una elección, Que lo real es natural y no tienes que esforzarte por ser algo ni gustarle a nadie. Entiende que el sufrimiento es opcional, que un final viene seguido de un comienzo, que hay que saber soltar para agarrar cosa nuevas, que mereces ser feliz, y que siempre tienes que ser tu prioridad. No te desarmes para armar a nadie, quien no te acepta por ser como eres, nunca se va a conformar.
Quiere con locura y date oportunidades nuevas, caete muchísimas veces pero siempre vuelve a levantarte. Lo mutuo siempre llega y siempre funciona, el amor genuino todavía existe.
