JUAN TRAGEDIA 5

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Al día siguiente Juan no faltó a la habitual partida de media tarde. Según Chapas, su hijo y él habían llegado a un acuerdo. Al preguntar Juan cuánto cobraría el chico, la respuesta de Chapas fue cortante, pese al tono jocoso empleado:

- Bueno, eso es cosa suya y mía, ¿no?

Juan Tragedia intentó ignorar las miradas divertidas de los demás jugadores, pero sintió su desprecio royéndole por dentro. El resto de la partida fue una tortura para él. Todos le observaban, y estaba seguro de que pensaban algo así como "Mírale, incapaz de trabajar él mismo, y manda a su chico para que le traiga dinero a casa. Y, encima, se pasa el día en el bar"

Cuando regresó a casa, se encontró a su hijo Pedro en su dormitorio. Estaba sentado en la cama, con las piernas cruzadas. Sobre ellas, abierto por las primeras páginas, descansaba un libro. Juan reconoció las ilustraciones. Representaban la caja de cambios de un automóvil. Así pues, encontró dos razones para sonreír. La primera, su hijo se preparaba para obedecerle con el mismo entusiasmo que ponía en todas sus tareas escolares. La segunda, la más importante para Juan, aún a nivel subconsciente. La puerta de la habitación estaba abierta.

Se quedó allí, con las manos en los bolsillos de la gastada pana, observando durante unos segundos, el bigote curvado por una sonrisa. El estudiante, al parecer ajeno a su presencia, pasó una página más y contempló el nuevo esquema, el conjunto satélites- planetarios. Juan se iba a retirar ya, imaginando que podría ayudar al chico en sus nuevos estudios con lo poco que él mismo sabía de mecánica. Sin embargo, no entró para proponérselo. Quería que fuese Pedro quien se lo pidiera. Entonces, mientras Juan lanzaba una última mirada, su hijo metió la mano en el bolsillo de su camisa. Sacó un paquete de Lucky Strike. Sacó un mechero. Se puso un cigarro entre los labios y, sin levantar la vista del libro, lo encendió.

Juan Tragedia quedó tan sorprendido como una mosca que acude al olor de la miel para quedar atrapada en una tira de papel pegajoso. Estaba a punto de empezar a zumbar como un loco y agitar sus alas con furia cuando se hizo presente aquella extraña y nueva percepción.

Pedro sabía que estaba allí, mirándole. De hecho, ese era el único motivo que tuvo para dejar la puerta abierta. Le había estado esperando, con una cajetilla de tabaco en el bolsillo. La compró, tal vez al salir de la biblioteca, y la abrió sin fumar nada. ¿Cuántas personas compran tabaco y abren el paquete, guardándolo luego intacto?, se preguntó Juan. Bueno, pues casi nadie. El chico había esperado para desafiarle, para encender el cigarrillo cuando él estuviese allí delante, viéndole. Y fumaba, desde luego, justo en sus narices. Le retaba, le retaba a gritarle, intentaba enfurecerle como ya ocurrió en la cocina, el día anterior. Quería demostrar que Juan era incapaz de razonar, que sólo sabía imponer su criterio a la fuerza. Demostrar, en fin, que era un mal padre. O bien, la segunda opción. Si Pedro fingía no verle, Juan podía hacer lo mismo. Simplemente, darse la vuelta y entrar en la sala de estar, saludar a las mujeres de la casa y sentarse a ver la tele. Como si nada. Retirarse. Huir. Claudicar ante su hijo y permitirle que hiciese lo que quisiera con su vida.

Cualquiera de las dos opciones desagradaba a Juan. La primera, porque aumentaría el abismo que le separaba de su hijo, la grieta que empezaba a formarse entre las niñas y él, la cordillera de arrugas que nació de las placas tectónicas de un ajuar gastado.

La segunda, porque Juan siempre acababa huyendo. De sus jefes, de sus problemas, de su familia. De la vida que tanto envidiaba en otros, a la que siempre creyó tener derecho, pero que nunca tuvo agallas para enfrentar. El fracaso de Juan no consistía en perder las batallas, sino en no haberlas luchado jamas. Y, si su hijo sabía eso, si era capaz de utilizar contra él su propia cobardía, sería otra partida perdida. Necesitaba demostrar a su familia que eran sus reglas las que contaban, que aún tenía capacidad de decisión, que era alguien. Y supo cómo hacerlo. Por una vez, pudo vencer al brillante Pedro.

JUAN TRAGEDIAWhere stories live. Discover now