La siguiente semana transcurrió en hogareña armonía para Juan. Parecía haber recuperado su papel de pater familias, y tanto sus hijos como su mujer le miraban con renovado respeto. Además, gracias a sus éxitos con las cartas, no necesitó pedir dinero a Pilar, que pensó que había abandonado sus vicios y aprendido a administrarse, porque, ¿qué mujer no desea confiar en su hombre?
Juan Tragedia estaba muy sorprendido. Aparte de aquella experiencia, casi un viaje astral, en la que vio o creyó ver a través de los ojos de su hermano, estaba el asunto de las cartas.
Un buen jugador de gilé, mus o tute se caracteriza por saber bien qué naipes han salido, cuales quedan en juego y cuál es su valor, calculando así los que tiene sus adversarios y jugando en consecuencia. Juan jamás había sido capaz de hacerlo, pero eso había cambiado. La capacidad de observar, memorizar y calcular se convirtió de pronto en algo natural e instintivo. Cada vez que alguien repartía él estaba casi seguro de saber cuales eran las cartas de los distintos jugadores. Y comprendía cada gesto involuntario de sus contrarios, averiguando cuándo estaban satisfechos con su mano.
El sexto sentido que desarrolló en los últimos tiempos demostraba su fuerza en aquellos momentos. Y sería curioso saber de dónde había salido tal capacidad. Como en muchas otras ocasiones, al igual que jamas trató de salir de sus continuas apatías, Juan Tragedia no trató de responder a aquella pregunta.
Aprovechando que su hijo trabajaba y las mujeres de la casa habían salido a hacer la compra, Juan descolgó el teléfono para llamar a Manuel. Se suponía que aquél día regresaba a España. En el último momento recordó la factura detallada de Telefónica y colgó para evitar que su mujer descubriese la llamada. Paco tenía teléfono en el bar, pero llamar desde allí suscitaría preguntas que no deseaba responder. Decidió recorrer las dos manzanas que le separaban de la cabina más próxima, y las convirtió en tres para evitar el supermercado habitual de Pilar.
-¿Diga? –respondió la voz de Manuel, y Juan Tragedia sintió un escalofrío, tal vez de placer.
Le preguntó cuándo volvería a verle, diciéndose a sí mismo que la voz de su hermano sonaba extraña por teléfono.
- Pues, mira. Estoy ya en la M-40. Pensaba llamarte dentro de un rato, cuando parase a tomar un café. No me gusta demasiado hablar mientras conduzco.
Juan le pidió perdón, pero Manuel se rió. Su voz parecía ahora más autentica.
- Bueno, hermanito, siempre hay excepciones. ¿Qué tal si nos vemos ésta noche, en el bar donde estuvimos la otra vez?
Juan Tragedia se mostró de acuerdo, orgulloso del velado cumplido que encerraba la respuesta de Manuel. Con cierta pena, informó a su interlocutor de que se le acababa el dinero de la llamada y ambos colgaron.
El resto del día lo pasó dándole vueltas a la idea. La idea que, desde que el parecido con Manuel se hizo tan evidente, no le había abandonado en ningún momento. Y aquella noche, repentinamente, la idea se volvió realidad tangible.
Tomaba un Dyc cola, sentado frente a la máquina tragaperras, arrojando la ceniza sobre el suelo de Metropol blanco, cuando percibió la presencia de Manuel. Se giró sobre el taburete, ya levantándose, para verle entrar en el local. Y allí estaba. Se abrazaron con emoción. Manuel le revolvió el poco pelo que le quedaba, y Juan rió como un niño pequeño. Y se dio cuenta de dos cosas. La primera, harto evidente, era que Manuel se había dejado crecer la barba. Eran ahora tan idénticos que resultaban indistinguibles. La segunda, una especie de alarma de su sexto sentido, un zumbido sordo en sus oídos. Nadie les miraba. Nadie se sorprendía lo más mínimo, a nadie llamaba la atención ver a dos personas tan parecidas. Nadie, de nuevo.
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JUAN TRAGEDIA
General FictionUn relato que podríamos calificar de fantasía, aunque en un tono costumbrista muy alejado de mi lenguaje habitual. Un experimento, si así queréis verlo. Y una reflexión sobre la peor tragedia de nuestra vida, que es siempre nuestra actitud.