Frío. Frío que roza mi piel al descubierto, en un contacto cruel y tedioso que no parece acabar nunca. Que para mi corazón, escarcha mis pulmones y hiere mi piel. En este momento, sé que si cierro mis ojos es posible que no pueda a volver abrirlos. De repente, como un pensamiento fugaz pero intenso, y entre la constante orden de seguir caminando, siento miedo.
Pero eso me hace recordar, soñar con un hogar cálido, con todo lo que perdí alguna vez y no fui capaz de recuperar. Con la nana que aún suena en mi cabeza, desde alguna remota noche de mi niñez, sustituida por el sonido de un viento helado y cruel que golpea mis oídos. Me doy cuenta rápidamente.
Había tenido los ojos demasiado abiertos como para advertirlo. Tal vez me costó ver lo que la luz eclipsaba y apartaba de mis ojos. Finalmente, cierro los ojos. Ya me lo advertí. Supongo que, cuando creí que la monotonía de mis pasos me llevaba de vuelta al sendero, comprendí que "el camino", para mi desgracia ya había acabado.