PRÓLOGO

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«Un gran error es arruinar el presente, recordando un pasado que ya no tiene futuro»

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«Un gran error es arruinar el presente, recordando un pasado que ya no tiene futuro»

Nathan corría por las humedas calles de Londres, bajo una lluvia todavía suave, pero que pronto daría lugar a una torrencial tormenta

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Nathan corría por las humedas calles de Londres, bajo una lluvia todavía suave, pero que pronto daría lugar a una torrencial tormenta. Su ropa negra estaba totalmente empapada y su respiración se convertía más pesada a cada paso que daba. Ni una solo alma transitaba la calle a esas horas de la madrugada... y eso le reconfortó.

Abrió la puerta de su coche y se introdujo en él con un ágil salto. Y una vez en su interior, se quitó su pasamontañas negro y lo lanzó con rabia hacia los asientos traseros. Tras apoyarse sobre el volante, dejó que toda la rabia e impotencia acumulada se fugara de su cuerpo mediante lágrimas. Clavó sus uñas en el cuero del volante mientras maldecía a gritos... mientras se maldecía a si mismo por lo que acababa de hacer.

Inclinó el retrovisor hacia él y observó con detenimiento su rostro. Dos brechas ocupaban su cara, una en la ceja derecha y otra en el labio. Ambas desprendía un fino hilo de sangre que, junto a las gotas de agua, deslizaban por su piel. No se reconocía a si mismo en el espejo. Aquel hombre que veía no era el Nathan que él conocía. Se había dejado llevar por la ira y ahora estaba entre la espada y la pared.

Tras comprobar que ningún coche transitaba alrededor, Nathan encendió el motor y apretó el acelerador con todas sus fuerzas. Corría por las pequeñas y estrechas calles de aquel pequeño pueblo de Londres, haciendo que sus neumáticos hicieran un desagradable ruido al deslizar por el húmedo asfalto. Miles de ideas afloraban en su cabeza como pequeños dardos venenosos, mientras que una mezcla entre el remordimiento y la paz se adueñaba de su consciencia. Se dejó llevar por su mente, divagando sobre las causas que le habían llevado a estar en la situación en la que se encontraba.

Cuando dejó de lado sus pensamientos y se concentró de nuevo en la realidad, se encontró a si mismo conduciendo por la larga y basta autopista principal, que se encontraba totalmente desierta. Miró su reloj y este marcaba las 05:47 de la madrugada. Se le acababa el tiempo. Encendió la radio y pasó varias emisoras hasta que finalmente encontró la que le interesaba. En ella, se escuchaba una excéntrica canción de Electro. Nathan subió el volumen al máximo, hasta tal punto que sentía sus tímpanos a punto de colapsar y puso toda su atención en la carretera.

Las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas, a la vez que la roja sangre se introducía en su boca, impregnando su lengua del amargo sabor a hierro. Un enorme relámpago inundó el nublado cielo, permitiendo a Nathan ver que su objetivo se encontraba demasiado lejos.

Corría a la máxima velocidad que su Audi A6 le permitía alcanzar, sin tener en cuenta que en cualquier momento sus ruedas podrían deslizar y tener un duro accidente. Pero nada de eso le importaba, tenía en mente cosas mucho más importantes.

Y de pronto, la excéntrica y alterante música electrónica dio paso a un incómodo silencio. Ni un ruido salía ya de la radio... Aunque estaba encendida y seguía teniendo el volumen al máximo, la emisora estaba sumida en un silencio total y absoluto. Ante esto, Nathan dio un brusco frenazo y se detuvo a un lado del arcén.

- ¡Joder!- gritó golpeando el volante.

Colocando las manos sobre su rostro, apoyó todo su peso en el asiento... ya no había nada que hacer. Con los ojos cerrados, rebuscó en su bolsillo derecho del pantalón y sacó de él un cigarro y un mechero. Tras colocárselo en los labios y encenderlo, le dio una profunda calada, aguantando todo el humo en su boca para después ir soltándolo poco a poco por su nariz.

Aquel día más que nunca pudo apreciar el amargo y seco sabor del tabaco, inundando su boca y olfato. Tras muchos años de vicio y dependencia, tuvo asco de aquel sabor y lo retiró de su boca con una mueca de desagrado. Miró detenidamente la encendida colilla durante algunos segundos, pensando en que momento de su vida había empezado a fumar. Finalmente, dejó caer la collila sobre el asiento de copiloto, sin preocuparse por apagarla, para después abrir la guantera. Tuvo que indagar poco en ella para palpar el frío metal de su pistola.

Desabrochó su cinturón y con la pistola en la mano salió del coche, dejándose mojar todavía más por la ya intensa tormenta. Abrió sus brazos en cruz y elevó el rostro hacia el cielo, entregándose a si mismo a la lluvia, dejando que el agua limpiara las heridas de su rostro y de su alma.

Y cuando se vio preparado, se sentó sobre el capó de su coche y tras mirar por última vez al horizonte, colocó el firme cañón sobre su sien.

Cinco segundos después, Nathan Summers disparó la pistola, acabando con su propia vida.

Cinco segundos después, Nathan Summers disparó la pistola, acabando con su propia vida

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INTERFERENCES 103.07Donde viven las historias. Descúbrelo ahora